Verano, suma de catástrofes climáticas, guerra sin fin en Ucrania y sensación de carpe diem para todos aquellos ciudadanos que se lo han podido permitir. Antes de los anunciados idus de otoño, la primera ministra finlandesa Sanna Marin, es una fuente incesante de alegría, como ella misma proclama en sus últimas declaraciones para defenderse de los sucesivos escándalos, no tanto por conductas inapropiadas por parte de la primera responsable del estado, como por la irresponsabilidad con la que ejerce su cargo. Marín, protegida por la corte de palmeros y palmeras que jalean todo lo que diga y haga, acaba de recurrir para justificar sus sucesivos escándalos a dos argumentos fundamentales en el imperio del emotivismo bajo el que vivimos; el de lagrimita, es decir ejercer el papel de víctima y la apelación “alegría de vivir”.
Recordemos, esta joven y reciente ministra ya tuvo su primer bautismo de fuego en el año 2020, el de la pandemia, tras posar en la portada de una revista finlandesa, usando un blazer sin blusa, a pelo. Algo así, pero más cubierta, como la versión puritana de mostrar pectorales. Quizá era una forma patriótica y de empoderamiento feminista de decirle al ruso “te vas a enterar”. No todo el mudo comprendió su intención y los machistas de siempre cargaron por considerar que un cierto decorum en el vestir es condición para representar al país; por ejemplo, el llevar camisa debajo de la americana.
Pero el hecho más espectacular y reciente son las imágenes de una fiesta privada publicadas en Instagram por unos de los asistentes que pertenece al grupo de WhatsApp personal de la ministra, Instagram. En una supuesta cuenta privada de uno de los amigos de la primera ministra, se la ve a ella y a otras cinco personas bailar y cantar en unos términos que algunos periodistas califican de “sensuales” durante una reunión privada, que ella misma denominó como una “fiesta salvaje”, en la que según las imágenes no faltaron los retozos. Las críticas llovieron y la defensa en esta ocasión vino por el lado de que no había consumido drogas, solo alcohol, que como todo el mundo sabe, y en especial los finlandeses, no es una droga sino un reforzante de la alegría. Todo esto precedido de declaraciones sobre el derecho a vivir su vida privada y que es una joven normal con derecho a divertirse, y para ello cuando sale de fiesta, que es con frecuencia, se deja el móvil oficial en casa, no sea que una urgencia le desgracie la noche. Realmente, este hecho demuestra que lo de la amenaza rusa o es un mito, o la responsabilidad no es lo fuerte de la primera ministra.
Y por si esto fuera poco, Marin acudió, como ha hecho en otras ocasiones, a un festival de rock. La primera chispa saltó porque apareció fotografiada con una chaqueta de cuero negro y unos muy cortos pantalones tejanos que, una vez más, algunos desaprensivos consideraron inadecuados, pero, eso sí, la recompensaron dando la vuelta al mundo. También es una forma de ganar notoriedad para un país pequeño como Finlandia.
Y del concierto de rock se fue con el grupo de amigos a Kesäranta, la residencia oficial del jefe de gobierno, y allí, según sus propias palabras siguieron la fiesta. «Hicimos una sauna, nos fuimos a nadar, estuvimos en el jardín, pero no entramos en el edificio principal, solo se utilizaron los lavabos de la planta baja de los invitados, sin que todo ello, según Marin representará ninguna amenaza para la seguridad, lo cual siempre tranquiliza, sobre todo a los finlandeses y a los aliados de la OTAN, al saber que entre los amigos de las fiestecillas no hay ningún infiltrado de la inteligencia rusa. Aunque sí deben proliferar los irresponsables, porque una vez más la parte más escabrosa de los hechos se han filtrado, en este caso en la red Tik ToK: en la imagen viralizada en las plataformas sociales, nos ofrecen unas excelentes imagen lésbicas, en las que aparecen dos mujeres jóvenes en topless o con el torso desnudo, tapando sus pechos con las manos y dándose un beso mientras sostienen un letrero que dice “Finlandia”; el fondo azul de esta fotografía fue relacionado con el lugar que utiliza Marin para dar sus conferencias de prensa oficiales. Marin se ha vuelto a excusar por las imágenes, no por las celebraciones previas que preparan este tipo de efusiones.
Una pregunta del millón es cómo con tanta celebración nocturna y con tanto darle, no a la “droga”, pero sí al alcohol, uno está en perfectas condiciones para estudiar, debatir y decidir al día siguiente. Claro que, como defienden el coro de sus defensoras, lo que sucede es que hay mucho envidioso de su alegría de vivir… a expensas del presupuesto público, deberían añadir.
Ahora, como último recurso Sanna Marin ha aparecido ante los medios de comunicación vestida de luto riguroso, con vestido cerrado hasta el cuello y gesto lloroso para descubrirnos de que es un “ser humano que en ocasiones desea la alegría, la luz y el placer en medio de estos oscuras nubes”. Visto lo visto, mucho nos tememos que la primera ministra, que ha llevado a Finlandia a la OTAN, confunde su misión con un trabajo de oficina, en el mejor de los casos, con derecho, eso sí, al disfrute privado de bienes públicos. Un mal asunto en el flaco norte de la Alianza Atlántica.
Para entendernos, ponga a Ayuso en su lugar e imagine los comentarios de quienes hoy defienden a la progre Sanna.
Con tanta fiesta, tanta chica en plan TiK Tok y demás, y el derecho a divertirse, lo que tampoco queda nada claro es donde para su marido y su hija de corta edad, porque Sanna no solo tiene la dura tarea de dirigir un país que tiene la mayor frontera de Europa con el ogro ruso, sino que es esposa del exfutbolista Markus Räikkönen desde 2020, si bien llevaban años viviendo juntos y tienen una hija de cuatro años llamada Emma Amalia. Hay que ver como le cunde el tiempo a la primera ministra.
PD. Hay que felicitar a los asesores en el estilismo de Sanna, desde los shorts cortos y cuero sobre piel, al luto riguroso, según requiera la acción.