Mucho ruido para nada, es el título la obra de Shakespeare, una comedia romántica que también ha sido traducida al castellano con un dicho bien conocido: «mucho ruido y pocas nueces». Significa dar mucha importancia a algo cuando no la tiene; hacer mucha propaganda por encima del significado real del hecho. Y nos tememos que esto es lo que está pasando con las cifras de empleo en España.
Una forma de ver su significado a fondo es entrar en la cuestión de la productividad y también del significado real de los fijos discontinuos.
Pero ahora queremos introducir otra consideración: la magnitud de la pobreza y la desigualdad (que son dos cosas distintas) en España y la falta de paralelismo entre el aumento de cotizantes en la Seguridad Social, la reducción del paro y la evolución más bien negativa de aquellos problemas, aunque siempre se ha convenido que en el caso español el factor número uno de la desigualdad y la pobreza es el elevado número de personas que no encuentran trabajo.
Hay cuatro formas de medir ese tipo de problema.
Una, bien conocida, es el denominado riesgo de pobreza, que se mide en relación a la renta media de la población. Están en esa situación todos aquellos que tienen unos ingresos inferiores al 60% de la media.
Si observamos la evolución a lo largo del presente siglo, constataremos que hemos empeorado sensiblemente. En 2000 esta magnitud era del 18%, en 2023 era del 20,2%. Por tanto, con una visión a largo plazo hemos retrocedido. Lo que significa que no hemos acabado de recuperar las caídas acumuladas de la larga crisis económica y de la covid. Existe reducción, pero es pequeña e insuficiente. Uno de cada cinco ciudadanos está en riesgo de pobreza.
Este indicador, a pesar de su nombre, expresa más la desigualdad que la pobreza propiamente dicha. Por eso el INE utiliza otros indicadores, en concreto se trata de la tasa AROPE de riesgo de pobreza o exclusión social, que se mide en la encuesta de condiciones de vida del INE. Una persona se encuentra en esta situación cuando cumple alguna de estas tres condiciones: estar en riesgo de pobreza, tener una carencia material y social severa o vivir en un hogar de baja intensidad de empleo.
La carencia material severa guarda relación con 13 conceptos, como no poder mantener la vivienda a una temperatura adecuada, disponer de conexión a internet, salir de vacaciones al menos una semana al año, no poder comer carne, pollo o pescado cada dos días. Cuando la persona sufre 7 de los conceptos determinados por el INE forma parte de ese grupo. El otro factor que hemos dicho es el de la baja intensidad de empleo, que se mide cuando en un hogar las personas en edad de trabajar lo hacen menos de un 20% del tiempo total que podían haber trabajado.
Teniendo en cuenta estas definiciones, y habiendo visto antes el riesgo de pobreza relativa (20,2%), la tasa AROPE se sitúa en el 26,5%, algo más que 1 de cada 4 ciudadanos. Es mucho. Y lo que es peor es que ha crecido en relación al 2022.
En cuanto a la carencia material severa, también ha aumentado en 2023 situándose en el 9% que es la cifra más alta de la serie desde 2014. Cuando Sánchez llegó al gobierno en 2018 este valor era del 8,7% . Por tanto, en el núcleo de la pobreza las cosas no han ido bien con el actual presidente del gobierno.
Lo que sí nota efectos de mejora es el indicador de baja intensidad de empleo que está ahora en el 8,4% y se ha ido reduciendo año tras año, excepto en el 2021 con la resaca de la covid.
Todo ello hace pensar que las cosas no van tan bien como pintan las cifras en bruto de la ocupación y son aún peores si observamos la tasa de pobreza de los jóvenes, 28%, la pobreza infantil, primeros de Europa junto a Rumanía, o la cantidad de personas situadas en nivel de pobreza pese a que trabajen, unas 400.000. Lo que explica los llamamientos de auxilio que están formulando los Bancos de Alimentos, Cáritas y los comedores sociales, que se ven desbordados por la afluencia.
Una última pincelada de la situación nos la da la evolución del PIB per cápita a precios actuales, es decir, descontando el efecto de la inflación, algo muy importante en estos últimos años porque infla las cifras, pero no expresa la realidad del dinero que va a chasquear en los bolsillos de las personas. Según el Banco Mundial y con dólares constantes, a precios actuales, el máximo se logró en 2008 y desde entonces ha habido un descenso con recuperaciones insuficientes. Centrándolo en el período de Sánchez, cuando él empezó a gobernar, el PIB per cápita era de 30.379,7 dólares y en 2022, último dato, se sitúa en 29.674 dólares. La distancia respecto al 2008, además, es muy grande, ya que entonces nos situábamos en los 35.510,7 dólares per cápita.
Mirar las tripas del actual empleo y sus consecuencias reales sobre los ingresos de las personas impediría caer en el error del «mucho ruido para nada» o, por ser más justos, para poco.