¿Por qué España es el primer país del mundo en muertos en relación con su población?

¿Por qué España encabeza la luctuosa primera clasificación en muertos por millón de habitantes? ¿Por qué es el país donde el coronavirus ha cometido más daño considerando el número de personas que viven en él y la cantidad de fallecidos?

Concretamente, los datos a 8 de abril eran que en España se habían alcanzado los 314 muertos por millón de habitantes. La seguía Italia con 293, y a más distancia Bélgica y Francia, claramente por debajo de los 200 muertos por millón.

Al mismo tiempo, se ha abierto el debate en España sobre si el número de muertos coincide con la realidad o es muy superior.  El ministro Illa insiste, con una actitud siempre de gran formalidad y énfasis, en una obviedad: los muertos de coronavirus son aquellos en los que se han podido verificar mediante las pruebas correspondientes que han sufrido esta enfermedad. Y plantea el rigor de esta definición, que como todas solo define aquello que queda definido, y en este caso deja fuera a la multitud de personas que han muerto sin poder haber sido probadas con los test específicos de que el deceso se haya producido a causa del Covid-19.

Pero hay más todavía, en relación con las muertes, porqué también se produce una mortalidad como efecto colateral de la pandemia. La saturación hospitalaria hace que la práctica de la sanidad habitual se haya reducido en un 85%. Esto significa que muchos enfermos de gravedad han recibido una atención muy inferior a sus necesidades, que ha acabado precipitando su defunción. Este es un daño que también hay que atribuir al coronavirus. Son las famosas víctimas colaterales de todo conflicto. Cuando todo esto se determine, y con las cifras de los registros civiles, constataremos con espanto, que los muertos en España serán entre un tercio y un 60% superiores a los contabilizados.

Pero, vamos a la pregunta concreta. ¿Por qué España ocupa este lugar de cabeza? La cuestión es central por dos razones. De un lado porque lo decisivo en cualquier epidemia son los muertos, no los contagios, ni tan siquiera los hospitalizados, son los muertos. Y de otra parte porque la diferencia de la mortalidad es lo que marca la distancia que media entre el éxito y el fracaso de las políticas públicas, en definitiva, de las responsabilidades del Gobierno.

Evidentemente, la tardanza en actuar, las imprevisiones en disponer de los recursos necesarios, que por ejemplo han castigado duramente al personal sanitario, están entre las causas que explicarán el resultado español. Pero la razón completa, la realmente explicativa, se encuentra en otra parte. En el desamparo en que ha vivido la población de más edad, que era precisamente la población de riesgo. En lugar de ocuparse de cortar los focos y transmisiones que pudieran afectarlos, los han dejado a su suerte esperando que llegaran a los hospitales, cuando llegaban, para acabar como han hecho algunas comunidades. El caso más claro es el de Cataluña, privando a la población que entraba en estado grave, en función de su edad, o simplemente evitando que llegara al hospital.

Es este factor, la mortalidad entre la población de mayores de 70 años, la causa de la desgraciada situación española. En otras palabras, si se quiere reducir la mortalidad de ahora en adelante, debe haber una clara prioridad y planificación sanitaria para proteger a la población de riesgo, y no solo a las de las residencias, que han sido el principal foco, sino también a los millones de personas de más edad que viven en sus hogares, y que en muchos casos, además, permanecen solos o acompañados de su esposo o esposa de edad semejante.

O toda esta población es localizada, visitada y testada en primera instancia, para después realizar un seguimiento telefónico continuado, o el levantamiento de la cuarentena seguirá comportando un importante riesgo de muerte para todos ellos.

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