La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) es una institución intergubernamental fundada en 2001 por China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, con sede central en Pekín.
La OCS fue fundada a principios de siglo por Rusia y China para hacer de contrapeso a la influencia de Estados Unidos y reforzar la seguridad regional. Los seis países fundadores, con excepción del último, ya eran miembros del grupo informal llamado “los Cinco de Shanghai” (China, Rusia, Kirguistán, Tayikistán y Kazajistán), creado en 1966, precursor de la OCS. Desde su creación, la OCS ha ampliado su número de miembros hasta nueve estados. Los últimos en unirse han sido la India y Pakistán (2017) e Irán (2022). Actualmente, los miembros de la organización, de los cuales cuatro son potencias nucleares, representan aproximadamente el 44% de la población mundial y el 35% del PIB mundial.
A los nueve países miembros, hay que añadir una lista de tres estados a título de observadores (Afganistán, Bielorrusia y Mongolia) y ocho socios de diálogo (Arabia Saudí, Azerbaiyán, Armenia, Camboya, Egipto, Nepal, Turquía y Sri Lanka).
La OCS se centra tradicionalmente en la obtención de la seguridad regional y señala como sus principales amenazas “el terrorismo, el separatismo y el extremismo”. Desde 2004, la OCS dispone de una oficina antiterrorista en Uzbekistán. Ha ido cubriendo progresivamente ámbitos de cooperación en materia económica, cultural y militar. Los ejércitos de los países miembros han realizado maniobras conjuntas en el marco de la alianza. Rusia y China lo han hecho además con carácter bilateral.
A pesar de que la declaración fundacional de la OCS afirma que no es una alianza hecha contra otras naciones o regiones, la mayoría de observadores consideran que uno de los objetivos principales de la OCS es servir de contrapeso a la OTAN y a Estados Unidos.
También consideran que su objetivo de fondo es obtener una posición de control sobre Asia central, región clave, según los grandes tratadistas de geopolítica, para dominar al mundo. Aquí hay que recordar unas famosas palabras que escribió en 1919 el geógrafo inglés Mackinder, uno de los fundadores de la geopolítica: «quien domine la Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla- Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo». El actual Kazajistán ocupa aproximadamente lo que Mackinder entendía por Heartland. El último gran estratega estadounidense, Zbigniew Brzezinski, también consideró siempre a este país como territorio clave para el dominio del mundo.
La India, uno de los nuevos países miembros del OCS, mantiene relaciones importantes con Estados Unidos e incluso es miembro del Quad, una organización de inspiración norteamericana formada por Estados Unidos, la India, Australia y Japón, que tiene por misión no declarada la de contener o rodear militarmente a China. Entre los socios de diálogo también se encuentran países aliados de Estados Unidos, como Arabia Saudita, y uno de ellos, Turquía, es miembro de la OTAN.
En los últimos tiempos, Rusia ha tratado de convertir la OCS en una organización anti-OTAN, pero varios miembros le han hecho ver que prefieren involucrarse en inversiones e infraestructuras chinas y turcas. Sin embargo, Moscú sigue viendo la OCS como el núcleo de un bloque antioccidental liderado por China y Rusia.
El pasado 16 de septiembre se ha celebrado una cumbre de la OCS en Samarcanda (Uzbekistán). La reunión ha supuesto el primer viaje de Xi Jinping al extranjero desde que empezó la pandemia, síntoma de la importancia que otorgaba Pekín a la cita. China considera la región de Asia Central clave para su expansión comercial y para garantizar su seguridad energética, la estabilidad de regiones problemáticas como Xinjiang -hogar de la maltratada minoría uigur- o la defensa militar de sus fronteras. Como territorio de gran valor para su multimillonaria “nueva ruta de la seda” (también conocida por sus siglas inglesas BRI, Belt and Road Initiative y OBOR, One Belt One Road), Pekín no ha dudado en financiar y construir líneas de ferrocarril, carreteras, puertos secos y gasoductos.
El final caótico y vergonzoso de la presencia militar de Estados Unidos en Afganistán, en agosto del año pasado, redujo el papel de Washington como contrapeso geopolítico en la zona, a favor de China. Ahora, con la invasión rusa de Ucrania y los reveses que sufren sus tropas en el campo de batalla, Pekín tiene aún más margen para seguir expandiendo su influencia en la región.
Era un aperitivo de las dificultades que encontraría Putin para conseguir que la organización se declarara “antioccidental”
A su llegada a Samarcanda, el líder chino, Xi Jinping, fue honrado con el recibimiento del presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev. En cambio, el presidente ruso, Vladimir Putin, sólo fue recibido por el primer ministro. Esto demuestra que, incluso antes del comienzo de la cumbre, había pistas sobre cuál de los dos grandes, el ruso y el chino, era mayor que el otro a los ojos de los organizadores uzbekos y ejercía una mayor influencia sobre la OCS. Era un aperitivo de las dificultades que encontraría Putin para conseguir que la organización se declarara “antioccidental”. Los organizadores de la cumbre han dejado claro, desde el primer momento, que se sentían incómodos con estas intenciones de Rusia. Por su parte, los kazajos han expresado repetidamente su negativa a apoyar la invasión rusa de Ucrania. Varios miembros preferían no centrarse en problemas geopolíticos sino en proyectos regionales, en los que Rusia deja de ser fundamental, comparado con China.
La cumbre de Samarcanda ha tenido lugar antes del congreso del Partido Comunista Chino del próximo mes de octubre, durante el cual, casi con toda seguridad, Xi Jinping será elegido para un tercer mandato de cinco años como líder supremo de China. El presidente chino ha aprovechado la oportunidad para asegurar a sus amigos y enemigos, de dentro y de fuera de China, que tiene bien controlado su país y que su auto-aislamiento por la pandemia no ha supuesto su ausencia del escenario mundial. De hecho, ha ocurrido todo lo contrario: el poder y el peso global de China no ha hecho más que crecer.
Pekín defiende que tras una fachada de lucha por los derechos humanos y la democracia se esconden intereses occidentales
En su discurso en la cumbre, Xi Jinping ha insistido en la necesidad de estabilidad en un mundo que, a sus ojos, es cada vez más caótico e impredecible. China no quiere sorpresas desagradables y menos aún a su alrededor. Por eso, el presidente chino ha pedido a sus socios regionales, Rusia incluida, que resistan cualquier injerencia exterior que persiga instigar revoluciones populares en sus territorios (“revoluciones de colores”, como las de los antiguos países europeos comunistas en la órbita de la URSS). Xi no quiere un Tahrir (El Cairo) o un Euromaidán (Kiev) que lleve incertidumbre a las fronteras. China es alérgica a los movimientos populares que han tumbado regímenes de antiguos países de la URSS. Pekín defiende que tras una fachada de lucha por los derechos humanos y la democracia se esconden intereses occidentales. No en vano China masacró sin contemplaciones las manifestaciones prodemocráticas en 1989 en la plaza de Tiananmen. Pekín ha acusado a Washington de estar detrás de los altercados prodemocráticos de Hong Kong. Xi está a favor de la «seguridad regional». Él ha escenificado en Samarcanda ante sus socios asiáticos, y sobre todo ante Rusia, su liderazgo y su determinación de seguir trabajando hasta llegar al liderazgo mundial de su país.
Ésta no ha sido una cumbre cómoda para Putin. Él iba con la esperanza de encontrar aliados en su desafío en Occidente, pero sus aliados han visto que las tropas rusas atraviesan serias dificultades en Ucrania.
Sus dos aliados principales -China e India- le han trasladado específicamente sus inquietudes. Sobre su encuentro bilateral con Xi, Putin ha tenido que reconocer que su homólogo chino tenía “preguntas y preocupaciones” sobre el porvenir del conflicto, y se ha visto obligado a dar explicaciones. El distanciamiento de China en relación a la invasión rusa de Ucrania es evidente. Lejos de aquella declaración conjunta del 4 de febrero, 24 días antes de la invasión rusa de Ucrania, en la que se decía que China y Rusia establecían una relación “sin límites“, Putin ha tenido que dar explicaciones a Xi sobre la guerra de Ucrania y su desarrollo imprevisto. En una reciente votación sobre la participación telemática del líder ucraniano, Volodímir Zelenski, en la Asamblea general de la ONU, China se ha abstenido (101 estados miembros han dado “luz verde” a la intervención telemática del líder ucraniano, 7 han votado en contra y 19 se han abstenido). El fracaso diplomático de Putin ha sido notorio.
Pekín no puede estar satisfecho de la torpeza militar demostrada en una ofensiva que ha reforzado la OTAN, deslegitimado el recurso a la fuerza y ha levantado alertas y alarmas respecto a una operación similar en Taiwán. El presidente Biden acaba de declarar a una cadena televisiva que, en caso de una invasión china de Taiwán, está dispuesto a enviar tropas estadounidenses para ayudar a defender a la isla. Está claro que la insatisfacción china no puede ser absoluta, gracias al oportunista aprovechamiento económico de la debilidad rusa, que ha permitido un aumento notable de las exportaciones chinas y la compra a muy buen precio de gas y petróleo rusos.
Putin ha atacado, tal y como Xi quería oír, a aquellos países que pretenden crear un mundo unipolar (ver Estados Unidos) y ha expresado «su reconocimiento a Xi por su posición equilibrada en el conflicto de Ucrania». Equilibrada quería decir, al menos, ambigua y a veces discrepante. Putin es consciente de que, más allá de su enorme arsenal nuclear y su grandioso territorio lleno de recursos naturales, China tiene aproximadamente diez veces más habitantes que Rusia y un PIB también diez veces superior.
Putin ha tenido que prometer a Samarcanda, ante el primer ministro indio, Modi, que «hará todo lo posible para que acabe lo antes posible la guerra de Ucrania». Putin respondía así al presidente indio, que le había cuestionado anteriormente la oportunidad de la guerra, diciéndole a la cara que «ahora no es el momento para guerras».
En la cumbre de Samarcanda ha quedado dibujado el mapa de las fuerzas geopolíticas en acción en un continente asiático cada vez más desoccidentalizado, tras la salida de Estados Unidos de Afganistán en agosto del pasado año. Para China, es el momento de cambio de hegemonías con la definitiva sumisión de Rusia y la tendencia de las repúblicas soviéticas, todas recelosas frente a la invasión rusa de Ucrania, a buscar refugio en un nuevo paraguas protector de Pekín, que al mismo tiempo ha reafirmado sus pretensiones anexionistas de Taiwán.
El lenguaje de la cumbre ha sido muy elogioso, hasta el exceso según algunos analistas, con Xi Jinping, que parece satisfecho con el retorno de un culto a la personalidad a lo Mao Tse Tung.
El prestigioso comentarista británico, Gideon Rachman, escribe lo siguiente en el Financial Times del 20 de septiembre: “La guerra de Ucrania ha debilitado a Rusia, Eurasia y fortalecido la alianza occidental. Una victoria rápida de Rusia, llegada poco después de la retirada caótica norteamericana de Afganistán, habría supuesto otro fracaso de Estados Unidos y un serio contratiempo a su prestigio y poder. Por tanto, habría convenido a China. Incluso pudo dar la sensación de buenos augurios para una posible invasión china de Taiwán. Por el contrario, un conflicto que dura ya más de doscientos días, con la perspectiva de una posible derrota rusa, supone un serio revés estratégico para China y sus propósitos de dominio global. Hay muchas razones por las que China puede mostrarse insatisfecha ante Putin. Los medios oficiales chinos hablan continuamente del inexorable declive de Occidente, pero de repente, por culpa de la guerra de Ucrania, se encuentran de cara con un resurgimiento inesperado de la alianza occidental.
Una frase de Putin, que ya se ha hecho famosa, resume una de las conclusiones esenciales de la cumbre de Samarcanda: «haremos todo lo posible para parar la guerra lo antes posible”.
Barcelona, 21 de septiembre de 2022
Moscú sigue viendo la OCS como el núcleo de un bloque antioccidental liderado por China y Rusia Share on X