Los países occidentales finalmente han tomado conciencia de los peligros que supone el auge de la China nacionalista e intransigente de Xi Jinping. Y no sólo en cuanto a sus intereses «duros», como los abusos de Pekín en materia comercial. Sino que también en otros ámbitos de influencia como el respeto al estado de derecho o los derechos humanos.
Durante los últimos meses, China ha llevado a cabo una serie de maniobras particularmente agresivas en varios frentes. El primeor y más mediatizado ha sido el progresivo desmantelamiento del estatus especial de Hong Kong, que culminó en junio con la imposición del artículo 23 de la Ley Fundamental de la ex-colonia británica. El texto permite a Pekín censurar y reprimir a discreción cualquier movimiento de protesta.
Pero en hay otros de abiertos, como la diseminación de rumores y noticias falsas del coronavirus, las amenazas de invasión a Taiwán o los repetidos insultos de determinados diplomáticos chinos contra los países europeos que los acogen.
Una de las polémicas que ha ganado últimamente notoriedad en los medios de comunicación occidentales es el programa de represión y reeducación de la minoría Uigur, de confesión musulmana y mayoritaria en una de las regiones más inhóspitas de China, Xinjiang.
Durante los últimos meses se han ido conociendo detalles de las acciones del gobierno chino contra los Uigurs, que han escandalizado a la opinión pública occidental. Entre éstas, la estimación de que el 10% de los Uigurs se encuentra en campos de reeducación, o que hay un programa de esterilización forzada de mujeres pertenecientes a esta minoría.
Pero en todos estos casos, el efecto de las protestas ha sido despreciable. En diciembre de 2019, el Parlamento Europeo ya había pedido sanciones contra ciertos dirigentes chinos. Hace unas semanas, han sido los Estados Unidos los que han impuesto sanciones más osadas, dirigidas contra una lista de 11 empresas chinas.
Este año, la Unión Europea ha solicitado una autorización para enviar a Xinjiang expertos independientes para hacer un balance de la situación.
Es la primera vez que los países europeos se ponen de acuerdo para enviar una señal de protesta a China. Hasta ahora, los intereses económicos primaban. Pekín es el mejor experto del mundo a la hora de imponer condiciones a cambio de sus inversiones y trato comercial «preferente».
Hay que añadir que el hecho de que Uigurs se hayan unido a Estado Islámico no ayuda. «Es más fácil simpatizar con los tibetanos», comenta un diplomático citado por Le Figaro, «que son reprimidos a pesar que no han hecho nada malo, que con los Uigurs musulmanes, de los que un cierto número forma parte de movimientos islamistas».
Pero es que, más allá de Occidente, la comunidad internacional no parece dispuesta a criticar abiertamente China. Todos los intentos europeos de denunciar al gobierno de Pekín en las Naciones Unidas han fracasado.
Hace unas semanas, durante la sesión anual del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, 46 países enviaron una carta a la Organización apoyando China tras un intento europeo de protesta.
¿Y la solidaridad musulmana internacional? Nada de eso, entre los firmantes de la carta figuraban Arabia Saudí, Irán y Pakistán, tres países que aplican la sharia o ley islámica en su territorio y que son bien conocidos por su represión de las minorías no musulmanas.
El año pasado, otro intento se saldó con un fracaso similar: 22 países, la mayoría europeos, denunciaron las violaciones chinas de derechos humanos. Pronto se encontraron en minoría frente al bloque pro-chino, quien refutó los postulados occidentales y señaló que Pekín tenía un «notable» historial de respeto de los derechos humanos.
«China tiene muchos amigos en las Naciones Unidas», suspiraba un diplomático francés. No sólo es eso, sino que la defensa de los derechos humanos, que conoció un boom en los años 90, se encuentra en un pronunciado declive. Incluso entre los países occidentales, la tendencia es hacia una diplomacia más pragmática. Lo que deja vía libre a países de tipo autoritario, cada vez más numerosos y mejor organizados en torno a Pekín.
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