Cada vez me fascinan más los aspectos relacionados con la determinación de los salarios, una cuestión que en mis años de estudio de la economía no había profundizado casi nada. Desde un punto de vista agregado nos enseñaban que los salarios eran la contrapartida de la utilización del factor de producción llamado «Trabajo», como el tipo de interés lo era del otro factor típico el «Capital». Y desde la perspectiva de lo que llamábamos microeconomía, la del análisis del comportamiento de los diferentes agentes de la economía, lo despachábamos deprisa como un precio más, sujeto a las leyes del mercado.
Creo que no descubro nada si digo que el salario, desde el individual hasta cualquier nivel de agregación, es la principal magnitud económica. Lo es porque es el principal componente de la Renta Nacional o PIB, porque es la principal base impositiva sobre la que se articula nuestro sistema fiscal, y porque es el indicador principal para calificar la productividad global de un país y poderla comparar con otros. Por encima de todo, sin embargo, es la manera más común para cada individuo de obtener los ingresos regulares como contrapartida por su participación en la actividad colectiva, y aquí radica su particular naturaleza.
El trabajo es como una mercancía, sí, pero no sólo. El trabajo es también el principal factor para sacar valor de las cosas, para crearlo. Las personas vendemos nuestra capacidad creativa, o simplemente la regalamos. La remuneración del trabajo tiene un componente esencial que es asegurar un nivel de subsistencia suficiente para que la persona trabajadora no desaparezca. Pero también tiene otro aspecto de reconocimiento por calidad del trabajo, por el esfuerzo en hacerlo, por la responsabilidad y dificultad en ejercerlo. Y el trabajo en sí mismo tiene una remuneración no monetaria en forma de satisfacción interna o reconocimiento social.
¿Cuál debe ser la relación entre un salario mínimo, lo que debería reflejar la remuneración relacionada con el nivel de subsistencia y las que crean más o menos valor a la sociedad? ¿Cómo se compara un determinado valor del trabajo con otro? Este es el gran problema al que intenta responder una determinada estructura salarial, la remuneración asignada a cada tipo de trabajo y la relación entre ellas. Si los salarios son el componente más importante de la renta individual y las diferencias en la renta el principal indicador de la desigualdad de una sociedad, la estructura salarial no deja de reflejar también esta realidad.
Son muchos los ejemplos de distorsiones en las estructuras retributivas. Para un mismo trabajo, retribuciones diferentes si eres hombre o mujer, si trabajas en el sector privado o público, si eres temporal o fijo, o cualquier otra circunstancia. Por un salario similar, trabajos con dificultad y responsabilidad bien diferente. Preguntad, si no, al personal sanitario de todos los niveles, en relación con los refuerzos contratados para atender la pandemia, donde se han producido desajustes salariales importantes. O la misma discusión de cómo se debe determinar y repartir la gratificación que la Administración quiere hacer llegar a los trabajadores del sector sanitario.
O bien nos podemos fijar en el caso, mucho más dramático, de los trabajadores temporeros en la recogida de la fruta en las zonas del Segrià y del Bajo Cinca, donde por unos raquíticos 5 o 6 euros la hora se sumergen como agentes y pacientes en un entorno de rebrotes de presencia del virus y de cadenas de contagios que sólo añade más marginalidad a una situación ya deplorable. Estas personas sí viven en propia piel el dilema de salud o economía, escondiéndose si pueden de las pruebas PCR.
Cuando el salario es considerado sólo como el precio de la mercancía-trabajo estamos, como colectivo, más cerca de la injusticia que de la generosidad.
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