Las recientes previsiones del FMI sobre el paro en España son decepcionantes para este año, puesto que prevé que se situará en el 13,4% con una disminución del 1,4 sobre la cifra actual. Pero es que el próximo año sólo se reducirá en 3 décimas, situándose en el 13,4%. Por tanto, la perspectiva es que la cifra oficial de parados oscile entre el casi 15% del año pasado y el 13% del año que viene. Cifras evidentemente muy altas en el contexto de las economías occidentales.
Además, como es habitual, los jóvenes menores de 25 años presentan una tasa de paro situada cerca del 30% . Es una constante que los jóvenes tiendan a doblar la cifra del conjunto de la población activa. Hasta aquí desgraciadamente no hay ninguna novedad en lo que es el problema crónico de España. Este hecho, junto a la crisis demográfica por la baja natalidad, nos acompaña desde hace décadas sin que ningún gobierno haya aportado una solución eficaz.
Sin embargo, la diferencia sustancial radica en que ahora este elevado paro convive con una carencia importante de puestos de trabajo. La patronal de la pequeña y mediana empresa, CEPYME, ha informado de que hay 109.000 vacantes por cubrir, de las que 70.000 no encuentran personal. Son puestos de trabajo que generalmente se concentran en empresas de menos de 200 trabajadores. Y esto cuando en principio hay más de 3 millones de personas en paro, ¿cómo es posible?
Los mismos ámbitos empresariales señalan como una de las causas la falta de articulación que existe entre los conocimientos profesionales de la gente y las necesidades de las empresas. Señalan que sólo el 40% de la población desempleada tiene formación profesional o título universitario, y que el otro 60% carece de una buena calificación. De hecho, uno de cada cinco presenta niveles de formación muy bajos.
Podemos subrayar que esta cifra coincide como orden de magnitud con uno de los problemas educativos y profesionales del país, los jóvenes que ni estudian ni trabajan, y que se sitúan precisamente en ese orden de magnitud. Son personas menores de 30 años que reúnen esta condición y que normalmente proceden del abandono y el fracaso escolar. Como la estadística los considera sólo hasta los 29 años, cuando superan esa edad desaparecen de los registros, pero siguen existiendo en la realidad y alimentan la cifra de parados que tienen trabajos ocasionales y que más tarde engordan el paro crónico.
Sin embargo, no se puede pasar por alto que, además, los universitarios y los de formación profesional, a pesar de tener un nivel de empleo mucho más alto, también sufren la dificultad de encontrar trabajo. Hay un desencaje importante entre la preparación y la actividad laboral. La nueva ley de enseñanza, que empezará a aplicarse el próximo curso, tenderá a agravar la situación, y lo que aún es quizá peor, a enmascararla, porque las bajas notas, los repetidores y otros indicadores adelantados de las patologías de nuestro sistema educativo, tenderán a desaparecer. Los jóvenes saldrán con algún título de formación, con toda certeza la secundaria, pero su preparación no será mejor y, tal y como vaya el complejo juego del nuevo enfoque por competencias, podrá ser claramente peor.
El esfuerzo que debería realizar una buena labor entre el Ministerio de trabajo de Yolanda Díaz y el de enseñanza para abordar estos problemas es inexistente. Una vez más se constata que todo lo que sea complejo, y nuestra realidad cada vez lo es más, no es abordado por los responsables de las políticas gubernamentales, que sólo saben aplicar soluciones de gran simplicidad y sobre todo leyes y decretos que sólo se fundamentan en el papel en el que se escriben, pero que no tienen la validación de estudios previos suficientes.
Este problema laboral y educativo, junto al ya apuntado de la baja natalidad, son tres grandes agujeros negros que amenazan el futuro a medio y largo plazo del país porque señalan que difícilmente en estas condiciones se podrán producir mejoras de la productividad.