Cataluña afronta dos anomalías graves y sin precedentes en su historia política y social.
La primera es la hegemonía del Partido Socialista, que gobierna con un apoyo electoral minoritario. La segunda es la práctica desaparición del centro y centroderecha en el panorama parlamentario catalán. Ambas situaciones tienen importantes consecuencias para la identidad política y cultural de Cataluña.
El Partido Socialista domina instituciones clave como la Diputación de Barcelona, el Ayuntamiento de la capital y la Generalitat, aunque sus resultados electorales no reflejan apoyo mayoritario. En el Ayuntamiento de Barcelona, los socialistas tienen sólo 10 concejales de un total de 41; y, en la Generalitat, 42 diputados de 165. Esta situación, que se repite en ambas instituciones, resulta excepcional en Europa, donde la representatividad suele ser un principio básico del gobierno.
La hegemonía socialista se ha consolidado gracias a alianzas con fuerzas como el Partido Popular y Esquerra Republicana, cuya colaboración ha sorprendido a muchos por sus contradicciones ideológicas. El Partido Popular, por ejemplo, facilitó la alcaldía de Barcelona al socialista Jaume Collboni, mientras que Esquerra Republicana sigue esperando beneficiarse de la colaboración con el Partido Socialista para avanzar hacia el autogobierno y, eventualmente, la independencia. Esta situación refleja cómo el Partido Socialista ha logrado posicionarse como el centro de un amplio espectro político, pese a la evidente incompatibilidad entre sus aliados.
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Otro aspecto relevante es la indiferencia del Partido Socialista hacia la cultura y tradiciones catalanas. Ejemplos claros son la sustitución del pesebre tradicional de la plaza de Catalunya por una representación moderna y el desinterés por la celebración de festividades como la Virgen de la Merced. Estas decisiones muestran desconexión con la identidad popular y cultural catalana.
La lengua y cultura catalanas se encuentran hoy en una situación crítica, incluso más que en los años 50, después de la Guerra Civil y bajo la dictadura franquista. Entonces, el catalán sobrevivía en el ámbito familiar, pero hoy el tejido social que lo mantiene es cada vez más débil. Sólo uno de cada tres barceloneses utiliza el catalán como primera opción en sus relaciones, y el 30% de la población de la capital ha nacido en el extranjero. Además, el alto índice de abortos y la baja natalidad agravan la situación demográfica.
Según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO), el 62% de los catalanes considera que el gobierno ha perdido el control sobre la inmigración y un 58% opina que hay demasiados inmigrantes. Sin embargo, este sentimiento no se refleja en las políticas de los partidos, especialmente en el Partido Socialista y sus aliados naturales, los Comunes. Incluso, Esquerra Republicana tiene una postura ambigua al respecto, lo que evidencia la falta de un enfoque claro sobre cuestiones fundamentales.
En cuanto a la lengua y cultura catalanas, la encuesta también revela que un 62% de la población considera que están en peligro. Sin embargo, no se observa ninguna acción contundente por parte de los partidos dominantes para abordar este problema que afecta a la esencia de dos siglos de política catalana.
La otra gran anomalía en Cataluña es la ausencia de una fuerza política significativa de centro o derecha, algo habitual en Europa, pero inexistente en el actual panorama catalán. Juntos en ningún caso representa el mismo espacio político que ocupaba CDC, porque, entre otras muchas razones, le falta un valor instrumental básico. CDC podía pactar en el Congreso con el PP o con el PSOE, pero Junts parece, como ERC, condenado a mantener al gobierno de Sánchez al precio que sea. En cualquier caso, el déficit tiene una mayor importancia y, sin duda, merece un análisis aparte.