La UE afronta un reto primordial: ser un actor de peso a escala global

La UE afronta un reto primordial: ser un actor de peso a escala global en unos momentos de transformación geopolítica sin precedentes. 

La UE hace ya tiempo que es un actor importante en el escenario internacional. Es una de las economías más relevantes del mundo; la primera potencia comercial; la primera en ayuda al desarrollo; el mercado interior más importante; un espacio de valores universalmente respetado, basado en democracia, estado de derecho, economía de mercado y estado del bienestar; el mejor modelo del mundo en materia de integración regional; la región con mayor calidad de vida sustentada por el cincuenta por ciento del gasto social mundial. Pero, para convertirse en un verdadero actor global, todavía le falta llegar a la unión política federal que pretende desde su fundación, con una política común en materia de asuntos exteriores y defensa. 

Según Josep Borrell, actual Alto Representante de la UE en Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha llegado el momento de que la UE aprenda a utilizar «el lenguaje del poder». Angela Merkel, por su parte, ha declarado que «ha llegado la hora de que nosotros, los europeos, tomemos el destino en nuestras propias manos».

El orden mundial postpandemia es fragmentado, y en su seno la lucha por el poder entre China y Estados Unidos es el elemento definitorio. Las dinámicas transnacionales tendrán cada vez más impacto en nuestras vidas, desde futuras pandemias a la crisis climática, pasando por disrupciones en el comercio internacional o la creciente digitalización. En todos estos planes, Europa todavía tiene mucho camino por recorrer hasta  convertirse en una potencia geopolítica.

Durante mucho tiempo, desde sus comienzos hasta los primeros años del siglo XXI, la UE ha aspirado idealmente a construir un mundo a imagen y semejanza del proyecto de integración que ella misma representaba. La UE pretendía que su modelo de integración fuera un modelo para el mundo entero. El modelo europeo de puertas adentro iba a ser el modelo imperante fuera, con unas relaciones internacionales basadas en la cooperación internacional, el refuerzo de los organismos de gobernanza global, el avance de los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho.

Algunos de ellos han sido soft power (poder blando), otros poder normativo, es decir, capacidad de definir y defender lo que debían ser unas relaciones internacionales normales según la visión europea. Algunos autores, como Mark Leonard (2005) se aventuraron a afirmar que, gracias a su modelo, Europa lideraría el siglo XXI. Esto ocurría en los felices años 2000, en los que la UE, bajo el paraguas de seguridad estadounidense, que todavía continúa, aspiraba a proyectarse en el mundo como fuerza para el bien, tal y como decía el entonces Alto Representante de Política Exterior  y Política de Seguridad de la UE, Javier Solana, autor de la primera Estrategia de Seguridad de la UE (2003).

El reto consiste hoy en asumir que se ha producido una transformación radical del orden internacional. El mundo es multipolar, la hegemonía occidental disminuye y la disputan nuevas potencias. China y Estados Unidos se adentran en una rivalidad creciente y algunos analistas ya hablan abiertamente de una nueva guerra fría. 

Ante estas nuevas realidades, Europa debe convertirse en un verdadero actor global.

La Estrategia Global de la UE de 2016, aparecida cuando era Alto Representante  la italiana Federica Mogherini, sitúa a la UE en un contexto de protección del modelo europeo de las amenazas externas crecientes. Mientras que la anterior estrategia de 2003, la de Javier Solana, empezaba afirmando que “Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre”, la de 2016, la de Federica Mogherini lo hacía con esta proclama: “Los objetivos, e incluso la misma existencia de nuestra Unión, se encuentran en entredicho“. Es una Estrategia que pasa del idealismo al realismo, intenta oponer los intereses de la UE al mismo nivel que sus valores, deja de querer exportar el modelo europeo y pide proteger a los ciudadanos europeos.

Josep Borrell, quiere ir aún más lejos que Federica Mogherini. Acaba  de concluir  el borrador de un documento llamado Brújula Estratégica (Strategic Compass), que aspira a forjar  una posición común en el seno de la UE sobre las nuevas amenazas geopolíticas.

Lo ha presentado el pasado 10 de noviembre en la reunión plenaria semanal de la Comisión Europea. La elaboración del documento comenzó a mediados de 2020 y se espera que sea adoptado oficialmente por la UE en marzo de 2022, coincidiendo con la presidencia semestral francesa de la UE. Francia es la principal potencia militar de los 27 estados miembros de la UE y su presidente, Emmanuelle Macron es un firme partidario de la “autonomía estratégica“ de la UE.

El documento reconoce que la UE necesita una mayor capacidad de acción internacional y su adaptación a un escenario geopolítico transformado. Pero su sistema motriz, basado en la unanimidad y unas dinámicas institucionales deficitarias, lo impide. Lo primero que necesita la actual política exterior y de defensa es abandonar la regla de la unanimidad en su toma de decisiones. Jean Claude Piris, ex director general jurídico del Consejo de la UE, pide que, al menos, el derecho de veto no corresponda a un solo país, sino a un conjunto de países que supongan un determinado peso económico, político y demográfico.

La solidaridad interna se ha resentido por los últimos episodios de crisis, como las del euro y refugiados, y esto resta credibilidad en Europa a los ojos de potencias internacionales en fase ascendente, como China, que promete defender un modelo de crecimiento, prosperidad y progreso alejado del régimen de normalidad democrática europea, basado en  el estado de derecho y el respeto de los derechos humanos.

Borrell ha declarado que «Europa está en peligro y los europeos no siempre son conscientes de esta situación».

«Estamos en un mundo en el que todo es susceptible de ser utilizado como arma de agresión y en este escenario no es suficiente que la UE ejerza un poder blando a través de la política comercial y los derechos humanos. El ambiente estratégico es muy conflictivo y peligroso, nada que ver con lo que han vivido mis predecesores en el cargo. La situación de hoy es muy diferente a la de hace cuatro años y obviamente mucho peor que cuando Javier Solana ocupaba el cargo y decía que vivíamos en un mundo hermoso que nunca había sido tan seguro y próspero».

Brújula Estratégica pretende ser la base de la respuesta europea al nuevo y peligroso escenario internacional, construida a partir de la coordinación de los esfuerzos militares de los 27 estados de la UE, de forma complementaria a la alianza atlántica representada por la OTAN.

El primer paso sería la creación de una fuerza de acción rápida formada por 5.000 militares. Esta fuerza rápida no pretende sustituir a la OTAN sino complementarla, para dotar a la UE de la capacidad de asumir “su responsabilidad estratégica“. «Nadie quiere construir una OTAN europea, la defensa territorial colectiva es la OTAN y no hay alternativa».

De ser una potencia normativa, la UE quiere erigirse en una potencia efectiva, al contemplar cómo el marco geopolítico actual se dirige hacia dosis crecientes de competición. A Europa le cuesta mucho actuar como un actor geopolítico, pero la situación actual requiere que se convierta en un tercer centro de poder frente a la rivalidad entre Estados Unidos y China.

Sobre esta rivalidad acaba de publicar un artículo importante  la prestigiosa revista estadounidense Foreign Affairs. El autor es John J. Mearsheimer y el título es “La inevitable rivalidad. América, China y la tragedia de la política de las superpotencias“. Mearsheimer es profesor de la Universidad de Chicago y un conocido politólogo que pertenece a la escuela neorrealista de relaciones internacionales. Tiene un libro publicado sobre el mismo tema, aparecido en 2001.

Mearsheimer argumenta que Estados Unidos ha permitido, a veces conscientemente y otras inconscientemente, la rápida reemergencia de China, una potencia que amenaza con superar a Estados Unidos desde todos los puntos de vista a medio plazo.

El primer presidente estadounidense en permitirlo fue Richard Nixon, asesorado por el jefe del Departamento de Estado y cerebro de la operación, Henri Kissinger, en los años setenta del siglo pasado, en pleno período álgido del poder de la URSS. Ambos acudieron a China en 1972 con la idea de hacer frente común contra una URSS desafiante, que acabó haciendo implosión y desapareciendo como potencia en 1991.

A partir de la caída del muro de Berlín en 1989, los Estados Unidos quedó como potencia hegemónica de un mundo unipolar. Lo lógico hubiera sido que entonces hubiera adoptado una política de ralentización o de contención del despertar de China, pero no fue así. Los sucesivos presidentes, de Ford a Obama, habrían podido rebajar o incluso detener la reemergencia de China, imparable desde 1978, cuando Deng Xiao Ping cambió el sistema económico comunista/maoísta por el sistema de economía de mercado. En lugar de hacerlo, permitieron que China siguiera creciendo, esperando erróneamente que el desarrollo y la prosperidad acabarían llevando inexorablemente a China hacia la democracia liberal.

Error mayúsculo, según Mearsheimer. China es una civilización de cinco mil años que se ha despertado después del “siglo de humillación” y no avanza hacia la democracia liberal de estilo occidental, sino hacia convertirse en la primera potencia del mundo en todos los terrenos. Estados Unidos se despierta tarde ante esta realidad y ahora pretende  empezar una nueva guerra fría para contener a China. Pide a la UE que le siga en la aventura, pero la UE se resiste. Trump ha sido  el presidente más duro con China y el actual presidente Biden no se echa atrás. El actual mandatario chino, Xi Jin Ping, no se deja intimidar, sino todo el contrario. El Partido Comunista Chino acaba de aprobar una “resolución histórica” sobre sus logros en cien años de historia, mientras reafirma el liderazgo de Xi, que revalidará su cargo excepcionalmente para un tercer mandato el próximo año, hasta en 2025, horizonte en el que China espera dominar los sectores estratégicos de la economía mundial, empezando por la inteligencia artificial.

Según Mearsheimer, el enfrentamiento entre Estados Unidos y China está servido. Acaba recomendando a Europa que sea capaz de jugar sus propias cartas en el conflicto y que actúe de mediadora entre las dos grandes potencias para garantizar la paz del mundo.

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