La invasión rusa de Ucrania: estímulo y respuesta

Con la invasión rusa de Ucrania, un país hermano y vecino, Putin se une a la larga lista de tiranos que creyeron que la conservación del poder ruso exigía su constante expansión. Esta lógica condujo a Stalin a cometer horribles atrocidades contra Ucrania, incluida una hambruna que mató a millones de ucranianos (Robert Kaplan, “La venganza de la geografía”, RBA).

La verdadera razón de Putin para invadir Ucrania, a través de lo que él llama irónicamente una “operación militar especial”, responde a su obsesión de restaurar la posición de Rusia como gran potencia con su propia esfera de influencia bien definida. Sueña con una conferencia como las de Yalta y Potsdam, donde él y sus homólogos, los dirigentes de las otras potencias, como Joe Biden y Xi Jinping, se repartirían el mundo. En una conferencia de este tipo, él y su nuevo aliado Xi  unirían fuerzas para reducir los dominios de Occidente y ampliar drásticamente los de Rusia.

Hay que entender los argumentos de Putin para justificar la invasión, según los cuales Occidente (Estados Unidos y la OTAN) se han aprovechado del derrumbe de la URSS y de su debilidad, encarnada principalmente por Yeltsin y Gorbachov, para hacer avanzar injustificadamente a la OTAN hacia territorios antes sometidos al dominio ruso, después de la Segunda Guerra Mundial, que costó la muerte a veintisiete millones de rusos. Pero estos argumentos, en la medida de su validez, no justifican la invasión de Ucrania tal y como Putin la ha planteado, a sangre y fuego, sin ningún respeto por el derecho internacional. Con su bárbara agresión, ha sacrificado décadas de desarrollo social y económico y destruido esperanzas de futuro de los rusos. Rusia será probablemente un paria mundial durante décadas.

El “síndrome de Bolotnaya“ juega un papel decisivo en el endurecimiento de los últimos años del régimen de Putin hacia dentro y hacia fuera.

Bolotnaya es una plaza de Moscú en la que se produjeron, de diciembre de 2011 a marzo de 2012, grandes manifestaciones favorables a la modernización, democratización y europeización de Rusia, que hicieron reaccionar a Putin. En el ámbito doméstico, puso en marcha una agenda conservadora, control férreo de las élites y la estigmatización de cualquier disidencia como quintacolumnismo o traición. El régimen abandonó su pretendida apuesta por una “modernización autoritaria”  (como esperaba la UE)  y buscó nuevas fuentes de legitimidad entre la sociedad rusa, apelando al orgullo nacional y a unos supuestos valores rusos incompatibles con la ilustración y el liberalismo democrático europeo.

Ucrania es una víctima de “el síndrome de Bolotnaya”. Moscú no reconoce ninguna voluntad propia ni legitimidad a la ciudadanía ucraniana. A Rusia no le inquieta Ucrania en clave militar. Le da terror perder su influencia en Kiev y, sobre todo, la posibilidad de una Ucrania próspera y democrática que pudiera resultar inspiradora para la sociedad rusa.

En Rusia nunca ha habido democracia. Ni siquiera saben lo que es. El intento de Yeltsin de introducirla en los años noventa del siglo pasado resultó un fracaso. Fue una época de privatizaciones fraudulentas que están en el origen de las fortunas de los oligarcas rusos de hoy. Campaban  mafias, miseria, caos y personas con tres doctorados pidiendo caridad por las calles. Los rusos quedaron “vacunados” de aquella “democracia”, que no era tal. La auténtica democracia quedó desprestigiada, y Putin  tomó buena nota de todo. Fue ministro y jefe de gobierno con Yeltsin, a quien menospreciaba por incompetente y alcoholizado. Como también menospreciaba a Gorbachov por haber entregado “a cambio de nada”, la zona conquistada en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, que llegó hasta el corazón de Alemania.

Después de aquel ensayo de “democracia” llegó la respuesta del Putin autoritario, nacionalista y revanchista. El Putin que declaraba que el hundimiento de la URSS había sido «la peor tragedia del siglo XX».

Él no cree en la democracia liberal y odia a la UE, trata sistemáticamente de explotar sus divisiones internas y quiere debilitar el vínculo transatlántico. Lleva más de veinte años de autócrata y se propone seguir mandando como un dictador hasta el 2035. Su discurso oficial es que los europeos se han convertido en unos «vasallos»  de Estados Unidos y la UE un apéndice de la OTAN.

Durante los primeros días de la invasión, no se ha visto una ofensiva relámpago exitosa por parte del ejército ruso, ni la implantación inmediata de un gobierno títere en Ucrania, parecido al existente en la Bielorrusia de Lukashenko. Los objetivos iniciales de Putin de conseguir un rápido control del país han fracasado, pero continuará con sus propósitos. Ha subestimado dos factores muy importantes. Por un lado, la resistencia heroica del pueblo ucraniano y, por otro, el hecho de que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski no ha huido. Se ha quedado en su país, también su esposa, y se ha puesto al frente de un movimiento de resistencia que es muy probable que continúe mientras haya tropas rusas en territorio ucraniano. Sin afeitar, ojeroso y con camisetas de estilo militar, con sus emotivos discursos para animar a los ucranianos a defender la libertad ante la invasión rusa, se ha revelado como un gran líder. Se ha quedado en Kiev con su familia, a pesar de las advertencias de que es el objetivo principal del Kremlin. Zelenski conoce bien las armas de comunicación de masas como excómico y presentador de televisión. La resistencia permanecerá abierta o clandestina aunque Putin cambie por la fuerza el gobierno de Kiev.

Jean Monnet, inspirador de la UE, tenía razón cuando decía que la integración europea no se haría de una sola vez sino a golpe de crisis, y que la unión europea será la suma resultante de las soluciones aportadas a todas y cada una de las crisis superadas.

En el centro del método de integración propuesto por Monnet, se encuentra un buen uso de las crisis. El analista holandés Luuk van Middleaar coincide con Monnet cuando escribe que Europa avanza cuando improvisa y adopta soluciones ante todas las crisis sobrevenidas (“El paso hacia Europa”, Galaxia Gutenberg). La base teórica de este razonamiento es el mecanismo estímulo-respuesta, que el gran historiador inglés, Arnold Toynbee, situó en el centro de la historia de las civilizaciones. La respuesta al estímulo de la guerra de Ucrania ha sido contundente, después de haber provocado en la UE y en la OTAN una unidad insospechada hace sólo unos meses. Nadie había previsto que la invasión de Ucrania, un país que no forma parte de las instituciones políticas y militares occidentales, promovería una unidad política y de acción tan grande como se ha comprobado en los primeros días de la guerra. A esta unidad ha seguido la adopción de medidas inusitadas por parte de Occidente.

La guerra de Ucrania constituye un punto de inflexión en el proceso de integración europea y ha hecho despertar a la UE a la geopolítica.

La actual Comisión Europea (2019-2024) ya se definió ella misma, desde un principio, como “geopolítica”. Ahora le ha llegado el momento de serlo de verdad. En una sesión de emergencia del Parlamento Europeo celebrada el primero de marzo, el Alto Representado para asuntos exteriores y defensa, Josep Borrell, ha dicho que “una de las lecciones que hemos aprendido es que más que nunca Europa debe pensar estratégicamente sobre sí misma, su entorno y el mundo; éste es el momento de nacimiento de la Europa geopolítica“.

La invasión rusa de Ucrania perjudica gravemente la relación económica entre Europa y Rusia, dos economías claramente complementarias. En un contexto internacional de máxima rivalidad, tanto Estados Unidos como China han mirado con recelo este acercamiento. Algunos analistas creen que Putin ha caído en la trampa preparada por Estados Unidos para imposibilitar durante mucho tiempo la colaboración entre Rusia y la UE, entre la Europa del Este y la Europa del Oeste.

Pero Ucrania todavía quiere más que eso. Pidió la adhesión urgente a la UE y quiere ser miembro de la OTAN. Todas estas pretensiones son insoportables para Putin.

Putin quiere reconstruir el área de influencia del imperio soviético, pero sobre todo quiere evitar que en las fronteras de Rusia haya democracias consolidadas.La Rusia de Putin y la UE son contradictorias en sus valores. Ucrania ya tiene un acuerdo de asociación con la UE y forma parte de la Asociación Oriental con la UE, junto con Moldavia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán (Bielorrusia, Estado títere de Putin, se ha desmarcado). Pero Ucrania todavía quiere más que eso. Pidió la adhesión urgente a la UE y quiere ser miembro de la OTAN. Todas estas pretensiones son insoportables para Putin.

La contundencia de las medidas financieras adoptadas por Occidente han sido muy enérgicas. El apagón financiero impuesto sobre Rusia es muy importante. La plataforma SWIFT, con sede en Bélgica, es el gran sistema internacional de intercambios financieros, con el que muchos bancos rusos ya no pueden trabajar. Las medidas que ha tomado la comunidad internacional suponen también el bloqueo de una parte crucial de las reservas del Banco Central de Rusia. Putin afirma que estas medidas pueden conducir a «la tercera guerra mundial». Aún así, Occidente sigue recibiendo y pagando por el gas y por el petróleo rusos. Son unos 700 millones de dólares diarios, inyección esencial para financiar la guerra de Moscú contra Kiev.

La estrategia de Putin pasaba por una victoria militar rápida, pero no ha sido así. La resistencia y la heroicidad del pueblo ucraniano lo han impedido. La reacción de Putin a las dificultades de la invasión y las sanciones le han llevado incluso a amenazar con armas nucleares y advertir a Finlandia y Suecia sobre una posible  tentación de adhesión a la OTAN. La “finlandización” no es una posibilidad para Ucrania, sería el resultado de una realpolitik descarnada. Rusia sólo la aceptaría con un gobierno títere no democrático en Ucrania que controlara.

Fracasada su primera fase planificada de la guerra al no obtener la rendición incondicional del adversario, Putin ha pasado a fases posteriores, cada vez más sanguinarias. La segunda ha consistido en doblar la apuesta con la entrada de tropas en las zonas rebeldes del Donbass y la neutralización de las defensas aéreas ucranianas. La tercera fase ha sido la guerra abierta, masiva y sin más límites que el exterminio, la fuga o la rendición de los resistentes.

No frenará probablemente hasta que haya destruido la fuerza militar de Ucrania y sustituido al gobierno legítimo por otro nombrado desde el Kremlin. Está por ver qué puede seguir después. Putin puede proclamarse vencedor, pero toda guerra tiene una fase posterior, la única que consolida la victoria y sus rentas, porque no es ya la guerra, sino la paz. Y ésta no la ganará.

Putin está consiguiendo algo que no quiere: fomentar y acelerar la unión de los países europeos. Desprecia la UE y siempre ha tratado de dividirla y perjudicarla, porque estorba sus planes imperiales. Putin asistirá a partir de ahora a un momento inédito de cohesión europea. La guerra de Ucrania, que pone en juego la seguridad de los europeos, es el estímulo que le faltaba a la UE para llegar a su mayoría de edad.

La UE acaba de dar un gran salto adelante como fuerza estratégica al implicarse en un conflicto militar. Ha dado un giro a su política de defensa para armar a Ucrania con fondos europeos. Ha coordinado el envío de material militar a Kiev para repeler la agresión rusa. Ha movilizado al centro comunitario de satélites para prestar servicios de espionaje. Ha adoptado un plan de choque energético. Ha aprobado un paquete de sanciones económicas sin precedentes, en acciones concertadas con el Reino Unido, Estados Unidos y el G-7, que están afectando gravemente a la economía rusa. Está desplegando una ayuda humanitaria masiva y coordina con el plan de acogida de refugiados. Tiene un nuevo plan de defensa sobre la mesa (“Brújula estratégica“) y comienza a dar sus primeros pasos hacia su  “autonomía estratégica”, la única manera de no depender excesivamente del cada vez menos fiable socio americano, que puede tener dentro de dos años a Donald Trump como presidente. También debe permitir corregir errores respecto a la excesiva dependencia energética de Rusia.

Las reacciones de algunos estados miembros de la UE y otros estados europeos no miembros son también muy significativas.

El actual gobierno alemán de coalición, presidido por el socialdemócrata Olaf Scholz, afronta el reto de redefinir toda la política alemana posterior al final de la Segunda Guerra Mundial. Scholz ha paralizado el gasoducto Nord Stream 2 provocando la quiebra de su compañía rusa constructora; creado un nuevo fondo militar de 100.000 millones de euros; aumentado el presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB; ordenado el envío de armas ofensivas a Ucrania (no sólo «cascos» como hasta ahora) y decidiendo la construcción de dos estaciones receptoras de gas licuado para depender menos de las importaciones de gas ruso.

Suecia, Finlandia y Austria están reconsiderando su status de neutralidad. Los cuatro países de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) han revisado sus tradicionales posiciones de inmigración frente a la enorme ola de migrantes que llegan de Ucrania y que ya supera el millón de personas. La extraordinaria acogida de los refugiados ucranianos por parte de estos países, junto a otros como Rumanía, Moldavia o Bulgaria, despierta la admiración del mundo. Suiza, otro país neutral, no miembro de la UE, está enviando ayuda militar a Ucrania.

Según acaba de escribir el prestigioso analista inglés, Timothy Garton Ash, en un artículo en The Guardian, la UE todavía podría ir más lejos en su respuesta al estímulo de la invasión rusa de Ucrania: abrir de inmediato las puertas de este país a una adhesión rápida, tal y como ha solicitado. La solemne ocasión para ello podría ser la próxima cumbre de la UE en Versalles, que presidirá Macron. El Parlamento Europeo ya ha dicho que sí, pero su posición no es vinculante. Garton Ash compara la agresión actual de Putin a la del año 1939 de Hitler contra Polonia, y nos recuerda las vergonzosas mentiras de Putin cuando presenta la invasión de Ucrania como una “desnazificación”, sabiendo perfectamente que el presidente Zelenski es judío y nieto de un luchador judío ucraniano contra Hitler. En cualquier caso, Garton Ash está seguro de que el 24 de febrero, primer día de la invasión rusa de Ucrania, será una fecha histórica del proceso de integración europea, que ya está provocando por parte de la UE un what ever it takes ( «lo que sea necesario», en frase de Mario Draghi de 2012 aplicada a la crisis del euro) para confrontar el nuevo reto, esta vez no monetario o sanitario, sino geopolítico.

La reacción de la OTAN ha sido también muy tajante.

Una organización que, según Macron, estaba en situación de «muerte cerebral», ha recuperado su razón de estar ante la amenaza rusa. Está enviando refuerzos a los países miembros del este de Europa fronterizos con Rusia consternados por la invasión rusa de Ucrania, como los países bálticos, que son antiguas repúblicas soviéticas, y el resto. La OTAN va directa a la cumbre de junio de Madrid, cuando redefinirá su rol en el mundo a través de la adopción de un plan estratégico en el que la contención de Rusia desempeñará un rol central.

La unidad occidental no es sólo para defender al pueblo y al Gobierno de Ucrania, sino para frenar a un Putin que niega la existencia del país invadido. Podrá ganar la guerra pero perderá la paz. A Ucrania ya la ha perdido para siempre. El coste de la invasión le resultará muy fuerte. La reacción contra Putin en el interior de Rusia va en aumento. Rusia es una gran nación con mucha gente que se siente humillada por la conducta del autócrata que la preside. Muchos rusos ya están abandonando su país.

Nadie sabe cómo acabará la guerra, pero sí cómo ha empezado: Putin ha asaltado a un país inocente. A largo plazo, los efectos económicos de las sanciones seguirán en la geopolítica. Si el resultado es una división profunda entre Occidente y un bloque centrado en China y Rusia, las divisiones económicas se sucederán. En tiempo de guerra, la política siempre triunfa sobre la economía.

Europa es la que va a cambiar más. Alemania ha dado un gran paso al reconocer que su postura después de la guerra fría es insostenible. Se convertirá en el corazón de una poderosa estructura de seguridad europea capaz de protegerse contra una Rusia revanchista. Europa debe reconocer que Estados Unidos no será un aliado fiable mientras Trump, que considera a Putin “un genio”, lidere al Partido Republicano. El Reino Unido debe comprometerse a fondo con la defensa del continente.

En este nuevo mundo, la posición de China es clave.

Hasta ahora mantiene una ambigüedad calculada. China ha reiterado que es partidaria de la soberanía y la integridad territorial de los estados, incluida Ucrania. Sigue sin reconocer la anexión de Crimea y pide un arreglo al conflicto bélico. Si la táctica de Putin se vuelve más agresiva, China no la seguirá. No es su juego. Esto debilitará enormemente la posición de Putin. La capacidad china de arbitrar, en su beneficio estratégico, entre las tribulaciones de su aliado ruso (con el que firmó un acuerdo de cooperación estratégica el pasado 4 de febrero), las presiones occidentales y sus aspiraciones de supremacía en el tablero internacional, será uno de los vectores determinantes de los próximos meses.

Putin ha reavivado el conflicto entre la tiranía y la democracia liberal. El mundo vive ahora un nuevo conflicto ideológico que no se da entre comunistas y capitalistas, sino entre tiranía irredemptista y democracia liberal. Mientras Putin siga en el Kremlin, el mundo será peligroso. Éste no es un conflicto con el pueblo ruso, que algún día llegará a la democracia. Europa debe ayudarle a conseguirlo. Después, Europa tendrá que llegar a un entendimiento con una Rusia democrática. Ucrania podría ser el puente entre ambas.

La historiadora francesa Hélene Carrère de Encausse, decana de los historiadores de Rusia y autora del famoso libro El empire éclaté, en el cual preveía con trece años de antelación la caída de la URSS efectivamente producida en 1991, acaba de declarar que la guerra de Ucrania  será seguramente «el principio del fin de Putin».

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