La identidad europea (III): es necesaria una renovación profunda de la UE

Renovar es más que reformar, pero menos que revolucionar. No hay una revolución, pero sí una renovación desde los cimientos. Esta renovación de la UE ha de suponer, sobre todo, el establecimiento de un vínculo sólido entre la ciudadanía y la nueva UE que permita llegar finalmente a la deseada Federación.

Uno de los Padres Fundadores, el italiano De Gasperi, pronunció en su momento unas palabras proféticas.   Contemplando el proceso de integración europea que comenzaba a nacer en los años cincuenta del siglo pasado -inspirado en el método funcionalista, de carácter pragmático y gradualista, propuesto por «el arquitecto» de la UE, el francés Jean Monnet- reconocía que «la construcción de los instrumentos y de los medios técnicos, así como las soluciones administrativas eran sin duda necesarias «. Pero inmediatamente advertía que «sin vida real, sin calor, la construcción europea podría acabar siendo una superestructura superflua y quizás incluso opresiva». De Gasperi, como gran estadista que era, pensaba que cualquier obra política o arquitectónica no podía ser ligera y pasajera, sino sólida, duradera y bien fundamentada.

Con el paso del tiempo, se ha ido viendo que la construcción comunitaria europea, aunque muy exitosa durante décadas, no estaba basada sobre principios sólidos. Siempre se ha ido haciendo esencialmente desde los Estados europeos y sin el impulso de la ciudadanía. Un buen arquitecto debe actuar, sobre todo, en función de las necesidades del pueblo o pueblos que le han encomendado el proyecto constructor. En una UE renovada, un vínculo poderoso establecido entre la Unión y la ciudadanía europea debe ser primordial.

Un hecho que explica la ausencia de este vínculo es la falta de un movimiento pro Europa, paneuropeo y político de verdad que apoye el proceso integrador. Coudenhove-Kalergi lo intentó, pero no prosperó. Su Movimiento Paneuropeo fundado en 1922 era marcadamente elitista, una asociación de idealistas, pero no un partido político con poder real. El Movimiento Europeo fundado en 1947, después de la Segunda Guerra Mundial, tampoco lo consiguió.

El proceso de integración por la vía comunitaria se ha hecho de arriba a abajo, up to bottom. Ha funcionado bastante bien durante las primeras décadas de su existencia, aquellas décadas económicamente «gloriosas» en virtud de la reconstrucción de la posguerra y del «consenso pasivo» de los ciudadanos en todas las propuestas que llegaban desde arriba. El vínculo consistía entonces en ese «consenso pasivo».

Pero los tiempos han cambiado y los ciudadanos, a lo largo de las últimas décadas, se han sentido cada vez más alejados y han sido cada vez más críticos al proyecto. Apoyaron la unión aduanera, el mercado común y dieron la bienvenida al euro, pero luego han mostrado su malestar y han dicho que no sucesivamente en varios referéndums nacionales:  al tratado de Maastricht, al tratado constitucional, al euro, al tratado de Niza y al tratado de Lisboa.

Es necesaria una renovación del proyecto que suponga una Europa a la medida de los europeos y no al revés, respetando seriamente todo un conjunto de principios básicos.

En primer lugar, un proyecto integrador de pueblos y Estados soberanos debe realizarse considerando y respetando la identidad histórico de las partes integradas. Hay que propugnar una visión unificadora de abajo hacia arriba y no al revés. Se trata de que la integración supranacional europea no se haga en detrimento de las naciones y de las regiones históricas de Europa. Europa necesita una diversidad en la unión, pero también una unión en la diversidad. La palabra patriotismo-considerada erróneamente arcaica durante décadas del proceso integrador- es, sin embargo, la palabra clave para que cualquier entidad sociopolítica pueda sobrevivir. Sin un sentimiento de pertenencia y de afecto hacia la sociedad donde realizamos nuestro proyecto vital es impensable que un país, Estado o Federación pueda funcionar. Ya lo hemos comentado en un Post anterior cuando presentábamos la «trinidad profana» del profesor Weiler y sus tres vértices: patriotismo, identidad y religión. Sólo a través del vínculo de una ley y un Estado común cohesionado culturalmente y con un sentimiento colectivo, con la voluntad de realización de un proyecto civilizatorio, puede surgir un organismo capaz de integrar los pueblos más dispares.

En segundo lugar, hay que reconocer que una Europa unida debe ser federal o no será. El federalismo es una idea de creación y de organización de Estado a través de la federación, es decir, de la integración de Estados soberanos que ceden parte de la soberanía necesaria a la Federación o Unión de Estados federados para que ésta pueda actuar como tal. El término federalismo o federal proviene del latín foedus foederis , que significa pacto, alianza. La etimología nos revela que toda realidad estatal federal, un estado soberano constituido mediante la unión de otros, es un proceso histórico de adaptación entre los miembros integrantes, que comenzó siempre con un pacto. El elemento confederal precede siempre a la Federación, a la verdadera unión. La UE actual es una Confederación política y económica que ha abierto las puertas a un derecho común. Este es un elemento diferencial respecto a anteriores confederaciones. En el fondo la UE todavía no es más que una Confederación de Estados soberanos, y aquí reside precisamente el peligro de que el proceso de integración salga adelante. Toda Confederación está condenada al fracaso si no acaba transformándose en una Federación, en una realidad estatal que vaya más allá de un planteamiento de cooperación entre gobiernos de países soberanos. La historia es un cementerio de confederaciones fracasadas.

Construir una Federación es algo muy serio, que requiere tiempo, quizás un siglo o dos, pero no es una utopía. Lo que hay que hacer para conseguirla es hacer las cosas bien desde el principio. Y no se han hecho bien, por es necesaria una renovación del proyecto. Otros hablan de refundación, es lo mismo.

Construir la casa por el tejado -de arriba abajo- ha sido un primer pecado original del proyecto de integración comunitaria europea.

Un segundo pecado original de construcción afecta particularmente a Francia . Desde sus orígenes la integración comunitaria ha sido un proceso en el que Francia planteó el tema común casi siempre en beneficio propio, temerosa de una política independiente de Alemania y siempre procurando controlarla. La Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), la primera Comunidad de todas, sirvió para asegurarle el abastecimiento de recursos siderúrgicos y para tener así vigilada  Alemania en materia armamentista. La Política Agrícola Común (PAC) fue el medio para que Francia, el país agrícola por excelencia, instaurase dentro de la Comunidad una posición ventajosa en relación con los demás. El presidente francés François Mitterand exigió al canciller alemán Helmut Kohl el sacrificio del mark y del Bundesbank como condición para aprobar su reunificación después de 1989. Como en el caso de la CECA, se buscaba controlar Alemania, pero le salió mal a Francia, ya que el euro ha resultado ser el medio más rápido para consolidar la hegemonía económica alemana en la UE. Cabe decir que Francia no ha sido el único Estado miembro que ha creído en Europa esencialmente en su propio beneficio, pero es un caso muy relevante.

El federalismo no entusiasma ni en Francia ni en Inglaterra y, en cambio, es esencial para el futuro de Europa. En ambos países se les ha podido calificar por este motivo «de anti- Europa», aunque por razones opuestas. En Francia por querer una Europa  a la française, es decir, dominada por Francia, y en Inglaterra por haber luchado tradicionalmente en contra de que Europa se uniera.  Alemania es profundamente federal y es el país central de Europa .

Konrad Adenauer tiene el mérito histórico de haber sido el primer presidente de gobierno europeo dispuesto a renunciar de verdad a la soberanía nacional en favor de una soberanía europea y de esta manera llegar a una Federación europea. Helmut Khol quería un Parlamento Europeo de verdad, con todos los poderes de un verdadero parlamento. Pero sus partenaires franceses no estaban preparados para avanzar seriamente hacia la Federación y continúan sin estarlo. Los ingleses, por su parte, han tirado finalmente la toalla y han terminado por abandonar un proceso integrador europeo en el que nunca habían estado cómodos. El federalismo europeo ve alejarse a uno de sus enemigos más recalcitrantes, quizás una de las pocas cosas buenas que el Brexit puede conllevar de cara a un futuro federal del continente.

Junto a los dos mencionados principios básicos para una refundación o renovación de la UE -patriotismo y federalismo- hay otros como los siguientes: subsidiariedad, simplificación y funcionalidad, eficacia y responsabilidad, democracia y solidaridad. Los comentaremos más adelante.

 La identidad europea (II)

Es necesaria una renovación del proyecto que suponga una Europa a la medida de los europeos y no al revés, respetando seriamente todo un conjunto de principios básicos Clic para tuitear

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1 comentario. Dejar nuevo

  • Excelente texto con el que comulgo en un 99%. El 1% se refiere al concepto de soberanía, que consideró debe ser superado. El de soberanía compartida me parece el menos malo.

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