La destrucción de la enseñanza en Cataluña (y II)

Si en la primera parte de este punto clave señalábamos algunos aspectos que no suelen ser abordados, que explican buena parte de los malos resultados escolares de Cataluña, hoy podemos completarlo identificando y definiendo los factores determinantes en la articulación necesaria entre familia, escuela y entorno social.

La causa base de un buen o deficiente rendimiento escolar radica en el llamado capital social, que configura los soportes psicológicos, sociales, culturales y cognitivos que mejoran la capacidad del menor. Este capital social presenta tres aspectos. El que ya apuntamos en la primera parte que es la base de todo, el localizado en la familia. También es decisiva la articulación entre éste y el capital social en la escuela, porque ésta, como institución que es, también dispone de uno en mayor o menor medida. Y finalmente el que aporta el conjunto de la comunidad.

Hay una serie de variables en relación a la familia que tienen una gran influencia. Uno es el nivel de ingresos en sentido positivo y el otro el riesgo de pobreza, claramente en sentido negativo. Existe una clara correlación entre el riesgo de pobreza infantil y el fracaso y abandono escolar que es la consecuencia del bajo rendimiento. Puede observarse que el porcentaje de riesgo de pobreza de los menores de 16 años tiene una clara correspondencia al alza con el porcentaje de la población de 24 a 35 años sin estudios de secundaria.

Por ejemplo, en Finlandia ese riesgo es reducido, del 9%. Y la población sin estudios secundarios se sitúa en torno al 10%. En Francia, las cifras son también del mismo orden de magnitud, 13% en cada caso. Y en España, que es una anomalía por la magnitud de los menores pobres superiores al 20%, presenta también un nivel de jóvenes sin estudios de secundaria superior al 30%. Por tanto, reducir la pobreza infantil significa automáticamente conseguir unos mejores resultados escolares. Es más, no se trata tanto de aumentar el presupuesto estrictamente educativo, sino de incrementar las ayudas para reducir a la mínima expresión a los menores pobres. Este segundo camino es mucho más eficaz.

El otro factor determinante de la capacidad educadora de la familia es el capital cultural. Éste suele ir correlacionado con el nivel de ingresos, pero esto también forma parte del pasado. Está estudiado que las familias que impregnan la educación de sus hijos de un sentido “progresista”, con escaso orden doméstico y esfuerzo educativo a pesar de tener ingresos altos, obtienen peor resultados que otras familias que disponen de menos recursos económicos, pero realizan una educación familiar que sigue pautas más tradicionales. En este sentido, un factor decisivo sobre todo en la fase de la adolescencia es la estabilidad del vínculo en la relación de pareja.

Las rupturas tienen repercusiones negativas sobre el rendimiento escolar. El tiempo de dedicación a sus hijos es decisivo. Sobre todo el tiempo limpio, aquél que va más allá de las obligaciones estrictas para su cuidado. Está constatado desde los estudios de Coleman, clásicos en esta materia, que la caracterización religiosa de la familia constituye un factor positivo en la capacidad de estudio de sus hijos. La familia que vive la fe logra mejores resultados. El número de hermanos cuando son bastantes, 4 o más, una situación muy escasa hoy en día, tienden a debilitar los buenos resultados y esto exigiría el uso de ayuda a las familias numerosas. Las expectativas que crean los padres, especialmente la madre, sobre los estudios y futuro del hijo suman puntos.

En relación con la escuela, son factores importantes, como ya hemos apuntado al principio, la disponibilidad de un capital social, es decir que no sea una simple acumulación inorgánica de profesores y alumnos. En este sentido, las escuelas con un ideario perfilado que lo transmita a familias y estudiantes juegan con ventaja. También la capacidad de realizar una buena articulación con el que es el capital social de los padres. Y esto necesita un buen conocimiento por parte de la dirección escolar de cómo se caracteriza ese capital social. La escuela confesional, no de nombre, sino de fe, por ejemplo las escuelas de los jesuitas en Cataluña, teóricamente son cristianas, pero en la práctica no son confesionales, obtienen normalmente mejores resultados, como los obtiene el estudiante que es religioso practicante a pesar de que el centro no lo sea.

Los aspectos organizativos, de autonomía, de disponibilidad de recursos económicos adecuados y la proporción de alumnos inmigrantes si no se dispone de un plus de medios proporcionado por este hecho, son otros factores que juegan a su favor o en contra. Mejores recursos puede significar mayores resultados, pero atención, que éste puede ser un factor trampa porque está demostrado que a partir de un nivel de gasto que España ya ha alcanzado hace años, el incremento marginal de los recursos determina una escasa progresión en los resultados o nula. Sólo si estos recursos tienen objetivos precisos sobre factores que reducen el rendimiento, resultan eficaces. Atender mejor a los de bajo nivel de formación, a los inmigrantes, etc.

El rendimiento en la escuela se juega sobre todo en el aula. Un factor determinante es el tiempo efectivo dedicado a enseñar, es decir prescindiendo del tiempo que se pierde en gestión, burocracia, conseguir atención y un buen orden, etc. Obviamente son importantes la pedagogía y los recursos pedagógicos adaptados al desarrollo cognitivo. Y juega, como es natural, un rol decisivo en la calidad profesional del docente, ligado a sus características como persona. En este mismo ámbito la capacidad de motivar a los estudiantes determina en muchas ocasiones si éste fracasa o progresa. El número de alumnos por aula, que no suele ser un problema por lo general en nuestras escuelas, tiene, como es lógico, importancia. Por último, también la tutoría, si ésta está bien hecha es decisiva.

Dado el problema específico relacionado con la comprensión lectora, dejarse de experimentos pedagógicos y trabajar intensamente en todas las asignaturas, y no sólo las de lengua y literatura, la lectoescritura, es decisivo. Leer textos, hacer resúmenes, analizarlos, establecer debates sobre su compresión es un capítulo que debería ser central en las condiciones actuales en las aulas catalanas. Ésta es una evidencia que no se aplica.

Evidentemente existen otros factores que son la calidad de las instituciones públicas en relación con la enseñanza, que en nuestro país son un desastre. La escasa duración de las leyes educativas, la falta de consenso político sobre ellas, prescindir de la opinión de toda la comunidad educativa a la hora de elaborarlas, querer imponer ideologías, que es una tendencia muy acentuada en los gobiernos de izquierda, y ahora, uno de los problemas básicos es haber convertido la sexualidad y la ideología de género en el centro de muchas escuelas. Este hecho es decentemente muy peligroso no sólo porque ejerce un adoctrinamiento, sino porque destruye los marcos de referencia estables aquellas ideas que orientan la vida que todo niño y adolescente necesita para poder progresar en sus conocimientos.

Las cosas no ocurren porque sí, y las ideas y las prácticas tienen consecuencias. El mal estado del sistema educativo catalán, que castiga las posibilidades de futuro de las personas y el país, es el resultado de un conjunto de factores que van desde los políticos a las corrientes culturales imperantes que hacen muy difícil educar y en la propia capacitación y condiciones familias y escuelas para llevar a cabo su labor. Rehacer todo esto es francamente difícil, y por esta razón cuanto antes comience la regeneración y renovación educativa integral, más pronto saldremos del pozo en el que nos hemos situado.

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