Por edad y por militancia política, tengo un conocimiento vivencial de lo que significó la vida bajo el franquismo. Sé, por experiencia directa, lo que es disentir: fui sometido a un juicio militar sumarísimo, que por fortuna terminó en el Tribunal de Orden Público (TOP), donde aún quedaba un mínimo respeto por las garantías jurídicas. Visité —sin haberlo elegido— los calabozos de Via Laietana, no cursé milicias universitarias, sino el servicio militar obligatorio, que me hicieron repetir tras finalizarlo, aunque me marché del cuartel junto con otros reclutas y nadie vino a buscarme. Eso sí, durante años funcioné sin licencia militar, lo que impidió incluso que pudiera tramitar el pasaporte.
Participé en la Caputxinada y, por razones obvias, no pude aprovechar una beca para trabajar en la Corporación de la Reforma Agraria de Chile. Comparto estas pinceladas biográficas para contextualizar desde dónde hablo y por qué lo hago.
Cuando me refiero a la «deriva franquista» del Gobierno de Sánchez, no estoy equiparando ambos regímenes. No me van a venir a buscar a casa a las tres de la madrugada, para entendernos. Pero sí quiero señalar con preocupación la creciente similitud en determinados mecanismos, reacciones y comportamientos políticos. Sánchez no es Franco, pero actúa con ciertos rasgos que lo evocan, mitigados por las leyes y prácticas formales del Estado de derecho.
Estas son algunas de esas derivas preocupantes:
- El fetichismo de lo cuantitativo. Se presentan datos positivos sin detenerse en su naturaleza ni consecuencias reales. Se presume del crecimiento del PIB sin advertir el estancamiento de la renta per cápita, del aumento del empleo sin mencionar el paro encubierto de los fijos discontinuos, la precariedad laboral o el auge del trabajo a tiempo parcial no deseado. También se ensalza el número de turistas sin considerar que gastan menos y generan más externalidades negativas.
- Vaciamiento del Parlamento. Las Cortes franquistas no eran el Congreso actual, pero este ha quedado vacío de contenido. Se han dinamitado las sesiones de control; la presidenta del Congreso actúa como una funcionaria de Moncloa; se abusa del decreto ley; se eluden los informes de órganos como el Consejo de Estado o el CGPJ. No hay vida parlamentaria real, condición indispensable de una democracia.
- Gobierno por encima de la Constitución. Se legisla cada vez más al margen del orden constitucional. El Tribunal Constitucional cambia su jurisprudencia según convenga (aborto, amnistía), corrige al Supremo cuando interesa (caso ERE) y redefine su papel como última instancia, algo que no le corresponde. La soberanía parlamentaria del siglo XIX resucita, y el Parlamento queda sometido a la voluntad de una mayoría que obedece a un solo hombre: el presidente.
- Concentración de poder. Sánchez no es Franco, pero ostenta más poder que cualquier primer ministro europeo. La falta de contrapesos y la colonización de instituciones independientes hacen que España no disponga ni siquiera de una jefatura del Estado con capacidad moderadora.
- Liquidación de la oposición. El adversario no es una alternativa de gobierno, sino un enemigo que busca derrocar al presidente y debe ser continuamente deslegitimado. No se le reconoce ni el derecho a pedir explicaciones.
- Inmunidad ante los errores. El gobierno no rinde cuentas de sus decisiones ni rectifica, ni siquiera ante situaciones graves: la COVID, la DANA en Valencia, el gran apagón, los presuntos casos de corrupción o los audios polémicos. Sánchez, como Franco, solo responde ante sí mismo.
- Difuminación de la división de poderes. En el franquismo, directamente no existía. Con Sánchez, esta división se diluye. Ya lo hemos visto con el TC, con la Fiscalía General del Estado y con un poder legislativo instrumentalizado.
Este texto es solo una aproximación que merece un desarrollo más profundo. Pero si esta dinámica continúa, podríamos llegar a un punto en el que, como con Franco, la aspiración última de Sánchez sea no abandonar jamás la Moncloa.
No hay vida parlamentaria real, condición indispensable de una democracia Compartir en X