Barcelona ha sido siempre el motor de Cataluña. Su peso económico ha sido siempre muy superior al que le correspondería en función de su población. Ha sido así por razones diferentes a lo largo de la historia. Primero, en cuanto al comercio, tras la industria que se desarrolla en la ciudad en los siglos XVIII y sobre todo XIX y parte del XX. Y, finalmente, las actividades terciarias. Y en la última fase, de manera muy destacada, el turismo.

Pero la crisis de la pandemia puede alterar sustancialmente esta situación. La radiografía completa la tendremos en unas secuencias sucesivas. La primera se verá a finales de junio, cuando a partir del 21 cese el estado de alarma y haya una normalidad relativa. Entonces se podrá hacer un primer recuento de víctimas, de tiendas y actividades que ya no abrirán. Pero esta sólo será la punta del iceberg, porque vendrá una segunda oleada que será el resultado de la temporada de verano estrechamente vinculada al turismo. Si, como parece evidente, este es casi inexistente, se producirá una segunda oleada de cierres y de reducción de actividad económica.

El impacto del Covid-19 en el ámbito internacional también reducirá la actividad exportadora; el cese de actividades y la finalización de los ERTE generará nuevo paro. Incluso un aumento del teletrabajo conllevará una disminución de demanda en el área central de la ciudad porque menos gente irá a las oficinas. A finales de año, principios de enero, tendríamos así la tercera oleada, que sería el resultado final de todos estos procesos de reducción económica, con el interrogante de un nuevo recrecimiento de la pandemia. Es muy posible que el resultado de todo ello tenga el efecto de una caída del PIB superior a la del resto de Cataluña y situaría Barcelona en una posición difícil.

Otros factores críticos que no están conectados a la pandemia, como el cierre de Nissan a finales de año, contribuyen a empeorar el escenario, mientras que el Ayuntamiento no parece excesivamente consciente de a lo que se enfrenta, como lo demuestra el artículo publicado ayer en la Vanguardia de la teniente de alcalde Janet Sanz, que sigue envuelta en disquisiciones extrañas en las que la afirmación de la «conciencia de clase» (?) se mezcla con condenas al «beneficio industrial privado», porque se sitúa por encima del interés general. Parece evidente que con lógicas de este tipo y con discursos generales que claman por compatibilizar la recuperación económica con la restricción el vehículo privado y la transición energética, no van en camino de acertar con las soluciones, que por ser tales deben ser concretas. Y hoy por hoy, las únicas concreciones visibles son cortar carreras al tráfico y pintar muchas rayas amarillas en el suelo.

Como política anticrisis no es ciertamente brillante. Asimismo, cuestiones tan elementales e importantes para evitar la contaminación y poner al día la ciudad, como incentivar que la flota de taxis y de vehículos de distribución de mercancías se desplacen con motor eléctrico, continúan sin estar presentes en la agenda política del Ayuntamiento, a pesar de que son la causa de una tercera parte de la contaminación de la ciudad. Si la incertidumbre es la base del problema económico que nos ha llevado el coronavirus, hay que decir que las brumosas ideas que presiden el gobierno de Ada Colau no ayudan a deshacerlas.

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