La reciente publicación de los datos sobre la cotización a la Seguridad Social a escala provincial permite constatar, entre otras cosas, la brecha salarial entre hombres y mujeres, hecho que tiene consecuencias sobre su jubilación.
Habitualmente, la forma de presentar este hecho es atribuyendo a la discriminación una estructura patriarcal sobre la mujer. ¿Responde la realidad a esta pretensión ideológica? Evidentemente no. Para igual trabajo, las mujeres no cobran menos. Quizás hay algún caso excepcional, pero evidentemente no es la situación característica.
Lo que sucede es que intervienen otros factores que hacen que el ingreso final sea diferente. Cuando la retribución se mide en términos homogéneos, es decir, no en cifras brutas de percepción sino en retribución por hora trabajada, se ve claramente que la brecha se reduce sustancialmente y puede situarse, dependiendo del territorio y el sector, entre el 7% y el 14%. Si esta medición se efectúa además por segmentos de edad, se observa que las diferencias hasta una determinada edad son inexistentes o muy pequeñas. Y es así porque la causa fundamental de la diferencia radica en las consecuencias de la maternidad.
Esta representa una parada laboral que tiene una penalización económica en las fases posteriores. Si el número de hijos aumenta, el efecto puede crecer, e incluso puede ser disuasivo de continuar trabajando. En las académicas de los EE. UU. se observó que se producía este proceso de descenso, que finalmente era recuperado en la edad madura, cuando las universitarias se habían podido resituar en cuanto a su producción científica.
Hay otras causas que crean diferencias. La disponibilidad horaria y la estructura de cargos directivos son dos ejemplos claros. Un caso concreto es el estudiado en las compañías de autobuses de los EE. UU., en las que se observó que la brecha salarial obedecía al hecho de que las mujeres evitaban los horarios nocturnos y de fin de semana, que eran los que llevaban asociados un plus económico.
Pero de todas estas observaciones, la más determinante en diferencia es la ya apuntada maternidad. Y este impacto es grave porque condicionará la percepción de la jubilación y, por tanto, las condiciones de vida a lo largo de muchos años. La mujer puede haber recuperado con el paso del tiempo su situación profesional o no, pero en cualquier caso habrá un impacto negativo sobre la jubilación.
Constatada la causa decisiva de la brecha salarial, la forma de resolverla es concreta y directa. Se trata de primar la pensión de jubilación de las madres trabajadoras, de forma que esta se vea incrementada en función del número de hijos, eliminando la consecuencia más importante de la brecha salarial. Dado que la esperanza de vida de la mujer es más alta que la del hombre, este plus en el ingreso compensaría económicamente la pérdida grabada por la maternidad. Esta medida, además, tendría un segundo efecto, también claramente positivo: incentivar la descendencia, cuestión clave en un país como el nuestro en el que la baja natalidad garantiza un futuro catastrófico para la economía y las pensiones.