Formo parte de la gene­ración que participó activamente en la transición a la democracia y en sus primeras elecciones. De ellas recuerdo el hecho, que resultó insólito, de llamar a la participación electoral, hasta el extremo de pedir: “Votad aunque sea por otros”. ¿Ingenuidad? Quizá sí, pero sobre todo convencimiento de que la consolidación de la democracia exigía la mínima abs­tención.

Hoy la cuestión no es construir la democracia, sino regenerarla. Desde esta perspectiva, afirmo que lo mejor que se puede hacer es abstenerse si no se tiene taxativamente claro el voto. El sufragio ha dejado de ser, en las actuales condiciones, una forma de fortalecer la democracia, los derechos y las libertades, para convertirse en una coartada del poder, que supedita esos tres valores a sus particulares exigencias. El bien común no forma parte de las finalidades de los partidos, porque toda su esfera de acción y reflexión está exclusivamente ocupada por sus respectivos bienes particulares. Naturalmente, como los partidos no pueden aceptar esta evidencia, han transformado la política en el menosprecio y des­crédito del otro, para así asegurar que sus intereses de partido pueden presentarse como bienes comunes, porque los de los otros encarnan el mal.

E incluso un segundo vector destructor de la democracia. El principal problema de Cataluña ya no es el independentismo, porque como objetivo concreto ha pasado a la mejor vida de los sentimientos utópicos. Ahora ya pertenece a la categoría anfibológica de la “plenitud nacional” convergente, y ERC ha retornado a su vena histórica del republicanismo español. Ninguna de las fuerzas políticas presentes en el Parlament pretenden realmente la independencia, porque tal cosa no es posible por la vía de un referéndum pactado con el Estado.

Tampoco es el principal problema la pandemia, ni la catástrofe económica, ni la miseria social. Son adversidades terribles, pero la raíz que las alimenta y agrava es otra: la partitocracia que ha usurpado la democracia, y deteriora la aplicación de la Constitución, degrada todas las instituciones, de la monarquía a la justicia pasando por la enseñanza, el autogobierno, y los fines de la misma política; del bien y la verdad. El gobierno del pueblo y para el pueblo, una exigencia de cumplimiento imperfecto, pero necesario, ha sido arrancado de cuajo por unas organizaciones verticales, centralizadas y endogámicas, que gobiernan para su beneficio: los actuales partidos políticos.

Ante la tragedia de las más de 60.000 muertes de la Covid-19, irresponsabilidad y falta de autocrítica y revisión. Ante su propagación, la privatización de sus costes depositando la carga en nuestros hombros. En lugar de elaborar sistemas y aplicar medios para confinar a los portadores, van a la brava y nos confinan y restringen a todos, como en la edad media. En lugar de actuar eficazmente para rodear la transmisión, rodean personas y empresas. Y la cantidad exorbitante de dinero que tiene que venir de Europa choca con unas administraciones que ya están colapsadas antes de empezar. Ellas, antes de la pandemia, han sido incapaces de aplicar los fondos europeos. Para el periodo 2014-2019, solo han conseguido certificar el 33% del gasto que podían tener. A la cola de la UE. Odiosa comparación: Portugal, 55%. Es un desastre. Alguien puede creer que, en estas condiciones, se gastarán bien gastados 72.000 millones los próximos tres años; ¿200.000 millones en siete? Creerlo es vivir en el universo Matrix que han construido los partidos, los gobiernos y sus manipuladores de mentes.

Necesitamos empezar de nuevo, provocar en los partidos una catarsis regeneradora, porque ellos por sí solos no la harán. ¿Por qué, si viven en el mejor de los mundos, el mundo que está mal es el nuestro?

Lo que es viejo y caduco todavía está agarrado a nuestra vida, y lo que es nuevo todavía no se ha hecho presente. Por esta razón las elecciones del 14-F son de transición, no cambian nada a mejor. De ahí que la abstención sea una actitud responsable y regeneradora, para los que no tengan fe en los actuales partidos. Un acto virtuoso. Nadie está obligado a votar porque una gran abstención es un primer paso hacia la catarsis necesaria. Y el segundo paso empieza al día siguiente de las elecciones, porque hace falta que surja un movimiento cívico de regeneración, con el objetivo de situar la política al servicio de todos nosotros. Y este objetivo pasa como condición, ni mucho menos única, pero sí necesaria, por una nueva ley electoral que empodere a los ciudadanos, que haga que los diputados dependan directamente de sus electores en distritos unipersonales, con capacidad de aplicar un mandato revocatorio a la mitad de ­cada periodo. Y este objetivo, como el de dominar la pandemia, y aplicar con eficiencia, eficacia y transparencia los fondos europeos, liberados de la férula partitocrática, pasa por que el movimiento de regeneración democrática acabe teniendo una presencia fuerte en las instituciones de representación política.

Necesitamos empezar de nuevo, provocar en los partidos una catarsis regeneradora, porque ellos por sí solos no la harán Share on X

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