Inversión países G7: dos décadas perdidas para Occidente

Pese a que el dinero fácil ha sido posible por los bajos tipos de interés, la inversión en los países del G7 más ricos del mundo lleva dos décadas a niveles de mínimos.

Un fenómeno que, como escribe el economista y periodista Martin Sandbu, nos está restando capacidad de afrontar un futuro cada vez más complicado y desacredita los grandilocuentes discursos de los gobiernos occidentales que prometieron tras la pandemia reconstruir una economía mejor y más avanzada.

Sandbu expone cómo la porción del Producto Interior Bruto (PIB) dedicada a la inversión de los países del G7 (Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Japón) ha disminuido notablemente a partir del fin de la Guerra Fría.

De estos siete países, solo Canadá ha mantenido unos niveles de inversión similares a los sostenidos entre 1970 y 1989. Todos los demás han retrocedido sensiblemente, pasando de cifras cercanas al 24-25% de sus respectivos PIB a niveles que se acercan en la mayoría de casos al 20% a partir de los años 90.

Francia y Estados Unidos son, dentro de todo, los que menos han dejado de invertir: su inversión ha caído en torno a un 2%. Alemania e Italia, el caso intermedio, dejaron de invertir un 4,5%. Reino Unido y Japón, respectivamente, un 6 y un 10% menos (aunque en el caso de Japón, se venía de un nivel de inversión altísimo, 35% del PIB).

Lo más sorprendente, explica Sandbu, es que este retroceso se ha producido en un contexto económico extraordinariamente favorable a la inversión: primeramente en el contexto de euforia de los mercados que siguió a la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, y más adelante gracias a las políticas monetarias extremadamente permisivas de los bancos centrales, que abarataron enormemente el coste de los préstamos y fomentaron el endeudamiento.

El resultado ha sido dos décadas perdidas para nuestro futuro económico.

Dicho familiarmente, Occidente lleva 20 años dilapidando montones y montones de dinero. Según Sandbu, la pérdida de inversión combinada de los países del G7 equivale a 2 billones de dólares anuales. Una cifra monstruosa que habría podido aprovecharse para acelerar la transición energética o mejorar las infraestructuras básicas.

Si en vez de considerar la inversión total nos fijamos únicamente en la inversión pública, el panorama es aún más desolador.

En Estados Unidos, la inversión pública se ha prácticamente reducido dos terceras partes desde 2008, situándose cerca del 0,5% del PIB. En la zona euro, fue incluso negativa en 2014.

Gracias al crédito barato y a la continua expansión de la globalización, las empresas han podido endeudarse y distribuir dividendos desproporcionados sin preocuparse por lo que ocurriría el día de mañana. El propio Fondo Monetario Internacional advierte que el actual «incremento sin precedentes» de la deuda privada es un peligroso freno al crecimiento que retira cada año del orden del 1% del PIB.

Los gobiernos, por su parte, han encontrado más cómodo incentivar el consumo en vez de promover el ahorro. Como apunta Martin Sandbu, cuando las cosas van bien, a los políticos resulta muy fácil distribuir subvenciones, bajar impuestos e incrementar el gasto social. Y cuando la situación económica es mala, la inversión es el objetivo más fácil de los recortes: cae al primer tijeretazo.

Aparecen dos tendencias de fondo: la destrucción de la cultura del esfuerzo por un lado y la incapacidad de ver a largo plazo por otro

Tras estas posturas comunes tanto al sector público como al privado hacia la inversión, aparecen dos tendencias de fondo: la destrucción de la cultura del esfuerzo por un lado y la incapacidad de ver a largo plazo por otro. Son desgraciadamente dos de los rasgos más característicos de las sociedades occidentales actuales.

No será casualidad que, como Sandbu apunta, el declive de la inversión en los países del G7 empezara a observarse justo después de la Guerra Fría. «Aquel momento», concluye el economista, «haga olvidar a Occidente en su conjunto la idea general del sacrificio inmediato a cambio de un futuro más próspero«.

En plena crisis de la inflación, causada mucho antes de que la pandemia y la Guerra de Ucrania por el dinero fácil y el endeudamiento sin límites, pagaremos las consecuencias de nuestra falta de inversión durante años.

 

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