Publicado en La Vanguardia el 28-8-2022

Una de las causas que contribuyeron decisivamente a la Primera Guerra Mundial fue el convencimiento intelectual y mediático de vivir en una sociedad decadente, que solo la guerra podía vivificar. Destacados intelectuales, sin distinción de países, contribuyeron a la exaltación de la guerra como solución. Lo hizo Gabriele D’Annunzio, uno de los grandes de la lengua italiana; Thomas Mann en Alemania, afirmando que el conflicto serviría “de purga y de liberación”, o Rupert Brooke en el Reino Unido: “Abandonarían a los medio hombres con sus canciones tristes y sombrías”. Este clima de ideas facilitó que los políticos de la época fueran empujando la línea roja hasta que la guerra estalló.

Hoy el lenguaje es distinto, pero el entusiasmo político y mediático por el rearme de la OTAN, regida por los intereses del Gobierno de Wa­shing­ton, tiene semejanzas. Se ha demonizado a Rusia, restablecido el telón de acero por el lado occidental y se ha declarado antagónica a China. La alienación es grande: el sur de España se ha convertido en un objetivo de ataque nuclear de primera instancia y nadie dice nada.

Se vocea reiteradamente: Rusia puede invadir a la UE. ¡Por Dios! La dimensión económica de aquel país es semejante a la española y el presupuesto militar ruso es de 65.900 millones de dólares. La OTAN dispone de algo más de un billón. Solo los países europeos de la Alianza (sin Suecia ni Finlandia) alcanzan los 328.000 millones, casi cinco veces más que Rusia. ¿Y nos van a invadir? ¿Y todavía vamos a gastar más? O alguien lo explica bien o esto es una inmensa manipulación. El problema de la defensa europea no es la falta de dinero, sino la existencia de veintitantos modelos de defensa. Formemos el ejército europeo y un solo sistema, y basta y sobra con el dinero actual. Y que se corone todo con una alianza con Estados Unidos y un acuerdo de paz y cooperación con Rusia.

A la afirmación sobre lo innecesario del rearme para preservar la paz le sigue otra: Occidente vive un periodo de decadencia. No es una afirmación voluntarista, sino el recordatorio de las tendencias que la caracterizan.

  1. Para la Unión Europea los retos acumulados ya no son estímulos, sino crisis, rupturas que nos destruyen. La antepenúltima, la de querer castigar a Rusia hundiéndonos en la estanflación, favorecer una guerra de desgaste en Ucrania o admitir millones de refugiados ucranianos, pero no sirios, en lo peor de aquella guerra… La penúltima, consagrar una exigente transición ecológica, quemar carbón como locos y sostener que el gas natural es una energía verde. Cogidas una a una, todas estas cuestiones son aceptables; como conjunto, señalan el desorden propio de la decadencia.
  2. Las instituciones de gobierno presentan una anomia y polarización creciente, como sucedió con la República de Weimar y el final de la III República francesa. Son anómicas en la medida en que son incapaces de cumplir con la función y misión para la que han estado constituidas.
  3. La crisis moral se manifiesta en la incapacidad para definir objetivamente el bien, diferenciar lo necesario de lo su­perfluo, practicar la justicia, y servir y no desvirtuar a la naturaleza humana y a las instituciones y modos de vida que la sirven. Un solo ejemplo lo condensa todo: facilitar la mutilación genital de un niño de once años porque se siente niña es pura decadencia. Es solo un ejemplo de los muchos posibles. La decadencia es la consecuencia última de la sociedad desvinculada.
  4. Característica común de las decadencias es la pro­miscuidad y el desenfreno sexual socialmente aceptado y, ligado a él, la caída de la natalidad. Es la satisfacción del deseo sexual como imperio, como modo de vida celebrado y reconocido, y el sexo y sus derivaciones convertidos en un eje fundamental de la política.
  5. El desarrollo de medios de alienación. No solo drogas y bebida, espectáculos y juerga, sino también toda la nueva y poderosa hornada de alienación virtual.

El problema de fondo es que decadencia y conflicto bélico siempre se acaban cruzando, y acostumbra a ser un preludio de la guerra. Por eso es tan peligroso nuestro momento, en que el rearme se mezcla, otra vez, con una nueva decadencia occidental.

En El mundo de ayer Stefan Zweig escribió, refiriéndose a aquel verano de 1914: “El más lujoso, más hermoso y veraniego”. El 1 de agosto Alemania declaraba la guerra a Rusia. Había comenzado la Primera Guerra Mundial.

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