No lo afirmamos nosotros sino el diario Politico.eu, que recientemente presentaba su informe anual con las 28 personalidades del año más destacadas del escenario político europeo.
Giorgia Meloni ha pasado de convertirse en la candidata del «fascismo», ridiculizada regularmente, a ser una primera ministra italiana respetada tanto en su país como internacionalmente y que ya ha aguantado más en el cargo que su alabado predecesor, Mario Draghi.
La trayectoria de Meloni en menos de diez años resulta impactante, pasando de liderar un pequeño partido político ultranacionalista a ser uno de los líderes europeos más influyentes y consultados en Bruselas e incluso Washington en un contexto internacional cada vez más favorable a las ideas de la derecha alternativa.
El camino para llegar hasta aquí no ha sido fácil: incluso en el cargo, durante los primeros meses Meloni sufrió un “cordón sanitario” institucional que buscaba aislarla.
El presidente francés Emmanuel Macron insistió en humillarla en varias ocasiones, buscando agrandar su imagen como figura de proa del liberalismo europeo, y hace poco más de un año la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen todavía se atrevía a contradecirla en rueda de prensa durante una extraña visita a la isla de Lampedusa a raíz de la crisis de la inmigración clandestina.
Pero desde entonces, Meloni ha continuado consolidando su gobierno, mientras que Macron y Von der Leyen se han visto cada vez más cuestionados en sus respectivos terrenos, hasta el punto de que esta última sopesó en serio aliarse con la primera ministra italiana para mantenerse al frente de la Comisión después de las elecciones legislativas del pasado junio.
Algo que finalmente no fue necesario porque, reuniendo todas las disminuidas fuerzas que conforman lo que podríamos llamar establishment político europeo (centrederecha, socialistas y liberales) consiguieron repartirse las sillas sin abrir la puerta a las pujantes formaciones de derecha alternativa.
Sin embargo, la Italia de Meloni va construyendo poco a poco un modelo alternativo al que proponen -¿imponen?- desde Bruselas y las capitales amigas, de Berlín hasta Madrid.
Aunque la deuda pública italiana se sitúa en el 137% del Producto Interior Bruto, la tendencia es a la baja al contrario de lo que sucede en Francia y los inversores vuelven a encontrar el país interesante. Buena parte del mérito la tiene el gobierno de Meloni, quien Politico considera «uno de los más estables desde la posguerra» (de la Segunda Guerra Mundial).
Pero la gran diferencia de Meloni radica en su defensa de la cultura tradicional y las raíces cristianas de Italia, que enfrenta al relativismo imperante en las instancias oficiales europeas bajo múltiples formas, desde el laicismo hasta el universo LGBTI y el wokismo racial.
En materia de inmigración, Meloni ha sido una de las escasísimas personalidades políticas que ha admitido fracasos y errores de su actuación ante los italianos, conocedora de que reducir la inmigración ilegal es una de sus promesas políticas más solicitadas.
Pero en vez de darse por vencida como han hecho muchos otros, Meloni ha lanzado este 2024 un nuevo planteamiento que pasa por externalizar la acogida de inmigrantes y que ha recibido mucho interés incluso de rivales políticos como el canciller alemán Olaf Scholz.