La cumbre del G-20 que se celebró en la India el 9 y 10 de septiembre, ha sido un gran éxito para la política de equilibrios que este país y su primer ministro Modi mantiene entre el bloque occidental y el que se va formando en torno a China y Rusia.
Sorprendentemente, la estrategia del gigante del sur asiático para el siglo XXI no parece demasiado diferente a la que ya aplicó durante la Guerra Fría, y que consistía en adoptar una posición oficialmente «no-alineada» entre los dos bloques enfrentados (en realidad estando más cerca de Moscú que de Washington).
La clave de la «no alineación» era que la equidistancia formal dejaba amplio margen de maniobras al gobierno de Nueva Delhi para acercarse a Occidente o a la Unión Soviética en función de las circunstancias, y siempre según lo que la India consideraba ser su interés nacional.
A su vez, tanto Washington como Moscú se deleaban por ganarse la simpatía de un gigante demográfico y una posible futura potencia económica.
Esta estrategia, adoptada también por numerosos otros países inscritos en lo que entonces se llamó «Tercer Mundo», dio sus frutos a pesar de la frecuente ineficacia de los aparatos estatales de muchos de sus gobiernos, generalmente recién salidos de la descolonización.
En pleno siglo XXI, la estrategia de la no alineación ha evolucionado para adaptarse a una realidad actual más «líquida» (como diría Zygmunt Bauman), cambiante e inestable.
India es el país emergente que mejor ha aprovechado su rivalidad entre las dos superpotencias mundiales para favorecer sus propios intereses.
Los ejemplos recientes son numerosos: por un lado, Nueva Delhi compra y refina de petróleo ruso bajo embargo occidental para revenderlo en Europa a precios mucho más elevados, y participa activamente en el grupo de los BRICS, junto con Rusia y China.
Pero por otra parte, India compra aviones de combate franceses y recibe con los brazos abiertos tanto al presidente estadounidense Joe Biden como a las fábricas de grandes empresas estadounidenses que salen de China.
Esta actitud, que algunos podrían tachar de oportunista, ha demostrado toda su eficacia en la cumbre del G-20: el primer ministro Narenda Modi ha logrado el hito de una declaración conjunta de todos los países participantes, incluyendo Rusia, China y los occidentales.
Consciente de su éxito en el escenario internacional, Modi afronta con relativa confianza las elecciones previstas a principios del próximo año ante una oposición que le ataca por el flanco de las carencias económicas, y también por su nacionalismo marcadamente hindú en detrimento de las otras culturas presentes en el país.
En pleno siglo XXI la India está infinitamente mejor posicionada para exprimir al máximo su potencial
A diferencia de las carencias técnicas que el país sufría durante la Guerra Fría, en pleno siglo XXI la India está infinitamente mejor posicionada para exprimir al máximo su potencial y convertirse, en palabras de Víctor Pou, en una «potencia equilibradora» entre los Estados Unidos y China.
Lejos de las críticas, a menudo hechas desde un prisma occidental, sobre el cinismo que Nueva Delhi estaría practicando al tratar con los dos bloques rivales a la vez, el país asiático podría jugar un papel muy positivo para la paz, la seguridad y la prosperidad internacionales.
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