Foro de Seguridad de Aspen: la partida se juega entre EE.UU. y China

El Foro de Seguridad de Aspen (Aspen Security Forum) es una conferencia anual que se celebra en la localidad de Aspen (Colorado, Estados Unidos). Durante sus trece años de existencia ha proporcionado un ámbito de reflexión y debate público sobre relaciones internacionales, no partidista, donde los líderes mundiales han podido discutir abiertamente temas clave sobre seguridad nacional.

El Instituto Aspen (Aspen Institute) es una institución internacional sin ánimo de lucro fundada en 1949 como Aspen Institute for Humanistic Studies. El instituto y sus socios internacionales tratan de “promover la creación de una sociedad libre, justa y equitativa en un entorno no partidista y no ideológico a través de seminarios, programas políticos, conferencias e iniciativas de desarrollo de liderazgo “. Su sede central se encuentra en Washington, donde funciona como un think tank, y mantiene una red de institutos e iniciativas de liderazgo asociados en diferentes ciudades del mundo.

El Instituto Aspen está financiado en gran parte por instituciones norteamericanas como la Carnegie Corporation y fundaciones como Rockfeller Brothers, Gates, Lumina y Ford.  Su consejo de administración incluye a líderes políticos y empresariales y representantes del mundo académico. Está considerado uno de los think tanks más influyentes del mundo. Una de las figuras más reconocidas en el mundo de las relaciones internacionales, Joseph S. Nye, pionero en la teoría del soft power (poder blando), profesor de la Universidad de Harvard y ex secretario adjunto de Defensa en Estados Unidos, es actualmente copresidente del Foro de Seguridad de Aspen.

En el Foro de Seguridad de Aspen celebrado el mes de julio de este año, el Embajador de China ante Estados Unidos, Qin Gang, ha pedido inicialmente más comprensión para su país.

“China es una civilización con 5.000 años de existencia, una civilización primigenia, que ha sido la más importante del mundo de manera ininterrumpida durante miles de años, excepto durante los dos siglos “de humillación “(XIX y parte del XX) debido a las agresiones recibidas de las potencias occidentales y de Japón.  Hoy quiere volver a ocupar el lugar que le corresponde en un nuevo mundo multipolar y llegar a ser de nuevo una gran potencia, sin ninguna voluntad expansionista ni militarista. China es un país pacífico que pide sencillamente reconocimiento por el extraordinario esfuerzo de modernización que ha sido capaz de realizar durante las últimas décadas y la eficacia y legitimidad del sistema político que lo ha hecho posible”.

Los “objetivos reales” de la nueva China fueron ampliamente debatidos por los expertos en el Foro de este año. El presidente, Xi Jinping, ha anunciado que China tiene la intención de sobrepasar a Estados Unidos en tecnologías críticas como la inteligencia artificial y la biología sintética en 2030 y muchos analistas predicen que su PIB, a precios de mercado, superará al de Estados Unidos a principios de la próxima década. En términos de paridad de poder adquisitivo o PPP (Purchasing Parity Power), ya lo ha superado hace unos cinco años.

La pregunta que flotaba en el ambiente era la siguiente: ¿Está buscando China desplazar a Estados Unidos como principal potencia del mundo, desde todos los puntos de vista (PIB, educativo, científico, tecnológico, militar, etc.) no más tarde de cuando llegue el centenario de la proclamación de la República Popular China en 2049?

Algunos alarmistas presentes en el Foro comparaban a los chinos con gigantes de tres metros, pero un ponente con bastante experiencia a sus espaldas señaló jocosamente que China andaba más bien por los 1,80 metros, contra los más o menos 1,90 metros de Estados Unidos. Quería dar a entender que Estados Unidos, a pesar del enorme crecimiento reciente de su competidora China y de las ansias chinas por alcanzar el liderazgo mundial, continuaba siendo la potencia hegemónica sin discusión, “de momento”.

En cualquier caso, acreditados analistas subrayaban que Estados Unidos estaba convencido de que su única retadora es China. Algunos, además, de manera inquietante, señalaban que Estados Unidos estaba también convenciéndose que era necesario “parar a toda costa“ la carrera de China hacia la supremacía mundial, que los mismos Estados Unidos habían hecho posible a partir de los pactos de Nixon y Kissinger con Mao Tse Tung en los años setenta del siglo pasado, un reconocimiento necesario de China para aplacar el imperialismo agresivo de la extinta URSS. Hablaban de “pararla a toda costa, antes de que sea demasiado tarde “, es decir, antes de que su supremacía sea apabullante.

Lo que pueda suceder en China en las próximas tres décadas fue objeto de una gran discusión.

Lo que pueda suceder en China en las próximas tres décadas fue objeto de una gran discusión. “Dependerá de cómo se resuelvan muchas incógnitas”. Algunos analistas veían una China que no podrá evitar entrar, más temprano que tarde, en decadencia económica, después de conocer durante muchos años tasas de crecimiento de doble dígito. Otros la imaginaban alcanzando una meseta en su crecimiento debido a restricciones demográficas (fracaso de la “política del hijo único“), caída de la productividad y la política de Xi Jinping que favorece a las empresas estatales en detrimento de las privadas. Además, China enfrentaba importantes problemas de aumento de la desigualad y la degradación medioambiental.

El “sueño chino “de Xi y otras proyecciones lineales pueden salirse de la hoja de ruta prevista como resultado de acontecimientos inesperados (“cisnes negros “), por ejemplo, una guerra por Taiwán, una nueva crisis financiera o una prolongación de la pandemia.

La conclusión era que no hay un futuro único, sino una variedad de escenarios posibles. Cuál de ellos terminará siendo el más probable dependerá en gran manera de lo que haga China y de cómo decida responder Estados Unidos al desafío chino.

También existen muchos escenarios en la respuesta de Estados Unidos al reto chino. Y muchos fracasos. El fracaso más drástico sería una guerra a gran escala. Incluso si Estados Unidos resultara vencedor, un conflicto militar entre las dos economías más grandes del mundo, las dos únicas superpotencias existentes, haría que los efectos económicos globales de la invasión rusa de Ucrania pareciesen muy poca cosa en comparación. Las consecuencias de una guerra semejante podrían incluso llegar a ser letales para la subsistencia del planeta.

Los analistas de seguridad presentes en Aspen se concentraron en Taiwán, a la que China considera una provincia rebelde, como posible catalizador de una guerra entre ambas potencias.

Estados Unidos siempre ha procurado disuadir a Taiwán de declarar la independencia de jure y a China de emplear la fuerza contra la isla. Pero las capacidades militares chinas están aumentando, y si bien el presidente Biden negó que la política estadounidense haya cambiado, el Gobierno chino asegura que las visitas de funcionarios estadounidenses de alto nivel a Taiwán (el último ejemplo ha sido la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi) la vacían de significado. Se ha llegado a comentar en el Foro que el inicio accidental de una guerra entre ambas partes podría ocurrir, como les ocurrió a las grandes potencias de Europa en 1914.

La política interior norteamericana está muy polarizada, pero se comentó que una de las pocas cosas que, sin duda, puede unir a los dos polos políticos sería una actuación militar contundente contra China. De momento, coinciden en actuaciones comerciales considerables (aumento de derechos aduaneros, suspensión de actividades de empresas chinas en Estados Unidos, etc.). El presidente Biden no ha retirado las anteriores adoptadas por Trump.

Un segundo tipo de desastre sería una nueva Guerra fría prolongada como resultado de la creciente demonización de China en la política interna de Estados Unidos. Eso impediría a ambos países cooperar en la obtención de “bienes comunes universales” que se necesitan, como la paz global, el crecimiento de la economía mundial, la lucha contra el cambio climático, el surgimiento de nuevas pandemias o la lucha contra la proliferación de armas nucleares y biológicas.

El crecimiento de un nacionalismo populista puede limitar la inmigración o debilitar el apoyo de Estados Unidos a las instituciones y alianzas internacionales y conducir a un fracaso competitivo.

Estados Unidos puede conocer un tercer tipo de riesgo, consistente en que no consiga controlar la polarización política interna y encarar sus problemas sociales y económicos. Se ha hablado de una reelección de Trump a la presidencia o incluso del estallido de una guerra civil. Esto distraería a Estados Unidos (ya estuvo distraído desde 2001 hasta 2021 con su lista de guerras antiterroristas por todo el mundo mientras China crecía sigilosamente a un ritmo exponencial) y provocaría un grave debilitamiento en su dinamismo tecnológico para poder competir con éxito con una China siempre en ascenso. El crecimiento de un nacionalismo populista puede limitar la inmigración o debilitar el apoyo de Estados Unidos a las instituciones y alianzas internacionales y conducir a un fracaso competitivo.

Un cuarto elemento de desastre analizado consiste en la posibilidad de fracaso de la visión y los valores de Estados Unidos. Un liderazgo sobre los valores democráticos y los derechos humanos es importante para generar el poder blando que beneficia a Estados Unidos mediante una relación con sus aliados basada en la atracción en vez de la coerción. El caso de la Unión Europea, prototipo de una unión de Estados basada de valores democráticos, es paradigmático. Una respuesta eficaz de Estados Unidos al desafío chino empieza en casa y debe basarse en preservar sus propias instituciones democráticas.

Se ha insistido en la necesidad de que Estados Unidos invierta en educación y en investigación y desarrollo, si quiere evitar la supremacía mundial de China. China supera ampliamente a Estados Unidos en el número de estudiantes STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), base del futuro científico y tecnológico. Un ejemplo es la ley de Chips y Ciencia, con un presupuesto de 280.000 millones de dólares, aprobado hace poco en el Congreso de Estados Unidos, para mantener la delantera tecnológica en industrias críticas, como las productoras de chips, en vez de retirarse tras una cortina de miedo y pesimismo ante el desarrollo chino.

En materia de política exterior y de seguridad, Estados Unidos tiene que reestructurar sus fuerzas militares para adaptarlas al cambio tecnológico. También debe fortalecer sus alianzas, entre ellas la OTAN y los acuerdos de asociación con Japón, Australia y Corea del Sur. La reciente cumbre de la OTAN celebrada a finales de junio en Madrid se ha considerado un éxito para Estados Unidos. El tamaño de la economía mundial representada por Estados Unidos y sus aliados principales es el doble del PIB combinado de China y Rusia. Se necesita además una mejora de las relaciones con la India, incluso a través del marco diplomático del Quad (formado por Estados Unidos, Japón, India y Australia). Otra necesidad puesta de relieve en el Foro ha sido el fortalecimiento de la participación de Estados Unidos en las instituciones internacionales actuales que el propio país creó para la fijación de estándares universales de gobernanza: Instituciones de Bretton Woods de 1944 como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el GATT más tarde reconvertido en Organización Mundial de Comercio (OMC).

Finalmente, se ha puesto de manifiesto la necesidad de Estados Unidos de cooperar con China allí donde sea posible en cuestiones globales que afecten a ambas naciones, como la paz y la prosperidad mundiales o   la lucha contra el cambio climático y las pandemias.  Las relaciones entre Estados Unidos son de tres tipos:  competición, cooperación, confrontación. La competición es inevitable y puede ser buena. La cooperación es necesaria, especialmente en “bienes comunes universales”. La confrontación, especialmente el conflicto bélico, puede y debe ser evitada en cada momento. Supone la garantía de paz para el mundo en su conjunto.

En los corredores del Foro de Seguridad de Aspen se comentaba la importancia de un libro recientemente aparecido que trata sobre las cuestiones debatidas en las jornadas de trabajo. Su título es The Avoidable War: The Dangers of a Catastrophic Conflict between the US and Xi Jinping’s China (La Guerra evitable: los peligros de un conflicto catastrófico entre Estados Unidos y la China de Xi Jinping). El autor es el ex primer ministro australiano Kevin Rudd, que propone en su libro alcanzar el objetico de “competencia estratégica controlada entre ambas superpotencias». A corto plazo, el creciente nacionalismo chino y el asertividad también en ascenso de XI Jinping – poco comparable con anteriores líderes chinos más prudentes, como Deng Xiao Ping, partidario de “avanzar sin hacer ruido” – implican que es probable que Estados Unidos deba pasar más tiempo “en el lado de la ecuación correspondiente a una rivalidad dura“.

Kevin Rudd piensa que “si Estados Unidos evita la demonización ideológica, se abstiene de analogías engañosas con la Guerra Fría y mantiene sus alianzas internacionales, podrá evitar con éxito el desafío de China “, y toda la humanidad se beneficiará de ello.

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