La pandemia no sólo ha sido imprevisible en su origen, sino también en sus resultados. Ahora sumamos a la penosa gestión de la emergencia sanitaria la sorprendente regulación de la desescalada que, puede ser, debería servirnos como adelanto de lo que nos espera a la hora de poner en práctica los planes de reconstrucción.
La Generalitat ha decidido que la norma dictada por el Ministerio de Sanidad era absurda en la medida en que establecía límites provinciales en la desescalada cuando se sabe que la provincia es sólo una línea trazada en un mapa . Para corregir este absurdo ha decidido aprobar un sistema que sin duda lo supera, estableciendo como áreas de referencia las demarcaciones sanitarias. La medida puede entenderse (aunque nunca sería justificable) si su finalidad es hacernos sentir que somos diferentes, que la provincia es una demarcación que se ha impuesto en Cataluña y que la Generalitat rechaza. El problema es que la solución adoptada es notablemente más contraria a la realidad de Cataluña que la que supuestamente pretende corregir.
El hecho de separar el Área Metropolitana de Barcelona en tres áreas sanitarias deja la Barcelona municipal desconectada del resto de la Barcelona Metropolitana. La decisión es absolutamente absurda, sin paliativos. Hace ya mucho tiempo que todos los agentes sociales saben que la Barcelona «real» es mucho mayor que el territorio municipal de Barcelona y que se extiende, al menos, los 36 municipios que configuran su área metropolitana, y de forma más precisa, toda la segunda corona que constituye la Región I.
El Gobierno de la Generalitat debería bajar de la nube donde se ha instalado y probar de delimitar, en la vida real, por donde pasa la frontera que separa Barcelona de Hospitalet, de Sant Adrià o de Sant Just Desvern, o tal vez la que separa Badalona de Santa Coloma. Se encontrarán ante una misión imposible, por ellos y para cualquier ciudadano que quiera disfrutar de un paseo.
No ser capaces de gestionar eficazmente una crisis sanitaria o su impacto social es sin duda una carencia muy grave del Gobierno de la Generalitat que el electorado se encargará de valorar en las próximas elecciones al Parlamento de Catalunya.
La regulación de la desescalada ignorando lo que es en realidad Barcelona lo sitúa no sólo de lleno en la incompetencia, sino en el ridículo.
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