España (también Cataluña): una mortalidad creciente que pasa desapercibida

Se está produciendo un fenómeno que no merece la atención ni de la agenda mediática ni de la pública, aunque hace referencia a una cuestión trágica como son las muertes, porque los datos demuestran que la tasa de mortalidad española está creciendo de un modo notable.

En el ranking de esta tasa, España ha pasado del puesto 136 que ocupaba en 2021 hasta situarse en el 140. Esto significa que presentamos un nivel muy alto de muertes comparado con el conjunto de los países del mundo. Naturalmente, este hecho está muy relacionado con la estructura de población, pero esta característica no excluye la dimensión del problema, más porque existe un factor no menor que sigue actuando, como es la cóvid. España registró una punta de mortalidad en el 2020 cuando alcanzó 10,4 muertes por 1.000 habitantes. La cifra anterior, la de 2019 por situar un período de normalidad, era de 8,83 y en 2018 fue de 9,10. De hecho, en los últimos años las cifras se mueven en torno a estas dos magnitudes, bastante por encima del 8,5 y un máximo que rebasa muy poco el 9.

Pero, a partir de 2021 esta tendencia cambia porque ese año la tasa ya fue de 9,49, la más alta registrada nunca exceptuando la anomalía de 2020, y este 2022 ha vuelto a crecer significativamente y ha llegado a 9,70, más de 2 décimas adicionales. Esta cifra traducida en valores absolutos es una cantidad importante porque se refiere a cada 1.000 personas. Contando que la población española es de 48.345.223 habitantes (2023; INE), se puede ver que una décima significa un puñado de miles de habitantes.

Por tanto, no es sólo explicable por el envejecimiento el hecho de que lentamente la mortalidad vaya creciendo, sino que ha quedado un sustrato desde 2020 que facilita que este fenómeno se sitúe en máximos, y aquí juega de una forma clara la cóvid . Bien directamente, que es el fenómeno seguramente menor, bien porque facilita el fallecimiento de personas que ya sufren otras patologías que la cóvid empeora y que, por tanto, en el registro de defunciones figurará referido a alguna de estas otras enfermedades y no al coronavirus.

Aun así, las cifras no son menores. En junio hubo 264 muertes sólo por cóvid, a las que habría que añadir la desconocida cifra en la que esta enfermedad contagiosa se ha mezclado con otras enfermedades que ya sufría la persona. Estas 264 muertes de junio han pasado absolutamente desapercibidas. Ningún medio de comunicación se ha hecho eco. Y pese a disponer de la cifra en plena campaña electoral, ningún partido ha prestado atención y 267 personas en un mes son muchas.

Para situar una referencia, podemos compararlo con la cifra de mujeres muertas por su pareja hasta julio, que fueron 38. De hecho, la cifra de estos homicidios que ocupan cada día páginas de diario y espacios en televisión se sitúa anualmente en torno al medio centenar. La diferencia que reciben en cuanto a la atención mediática unos y otros es extraordinaria. Y pone de relieve el menosprecio con que se tratan los muertos actuales de cóvid. ¿Tiene que ver este hecho con la circunstancia de que mayoritariamente sean personas mayores? Sería muy grave que así fuera. ¿Tiene que ver este hecho con la circunstancia de que no son mujeres y no resultan fruto de un conflicto con el hombre, que parece ser el que da presencia mediática?

En cualquier caso, incluso desde este punto de vista habría que recordar que aunque sean mujeres muy mayores, no sólo se está produciendo un crecimiento continuado de la mortalidad total, sino que la habitual diferencia de una menor mortalidad femenina total se está acortando. Desde principios de 1973, el número de hombres que morían superaba con creces al de las mujeres. Pero esta circunstancia, sin desaparecer del todo, empieza a mermar a partir de los inicios de la segunda década de este siglo y las diferencias llegan a mínimos a partir del 2015. De hecho, en el año peor, el de la cóvid, las cifras fueron prácticamente las mismas, 244.112 mujeres por 249.664 hombres. Después, la diferencia ha aumentado un poco, pero no cambia ese signo en el que la mujer de edad avanzada ha perdido gran parte de la ventaja en cuanto a una menor mortalidad en relación con el hombre.

Y aquí habría que volver a formularse la pregunta. El hecho de que esto se haya producido y que, por tanto, la mujer haya perdido gran parte de una ventaja que tenía, ¿no es digno de atención porque se trata de personas mayores?

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