En Oriente Medio, nadie espera nada de Europa

Estas últimas semanas se ha conocido el último acercamiento entre un país de la Liga Árabe e Israel. Se trata de nuestro vecino del sur, Marruecos.

La apertura de las relaciones diplomáticas entre el estado hebreo y este país musulmán marcó un nuevo éxito de la política regional de la administración Trump, asesorada por el yerno del presidente en funciones, Jared Kushner.

En el caso de Marruecos, los Estados Unidos han jugado un papel directo y visible. La reanudación oficial de las relaciones diplomáticas con Israel se hace a cambio del reconocimiento de los Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental.

Cambio de paradigma regional

Con Marruecos son ya cuatro los países árabes que han firmado los denominados «acuerdos de Abraham» con Israel: han precedido a Rabat los Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Sudán. Kushner confía en que Arabia Saudita los firmará también, una vez se hayan resuelto las tensiones en el seno de la familia real de los Saud.

Washington, en plena retirada de una región que le ha llevado muchos dolores de cabeza las tres últimas décadas, ha encontrado una nueva estrategia para Oriente Medio: concentrarse en tejer una red de socios en quienes pueda delegar para aportar estabilidad.

La apertura de relaciones diplomáticas entre Israel y varios países de la región es el cambio más importante en la política de Oriente Medio de las últimas décadas. Por primera vez en la historia del estado hebreo, la cuestión palestina, «madre de todos los conflictos» según el dicho árabe, queda en segundo plano .

Se confirma así una nueva tendencia regional que llevaba años calentándose a fuego lento: la aparición de dos bloques opuestos, uno suní liderado por Riad, y otro chií, impulsado agresivamente por Irán.

Europa paralizada

Ante este auténtico cambio de paradigma en Oriente Medio, Europa parece haber perdido el norte. Esto por dos razones.

La primera es que los ministerios de asuntos exteriores europeos siguen creyendo en la filosofía de los Acuerdos de Oslo de 1993 y en la resolución del conflicto árabe-israelí como piedra angular para pacificar el Próximo y Medio Oriente. Los Estados Unidos, mientras tanto, han terminado por arrinconar la cuestión y parecen estar llevándose con ellos no sólo a Israel, sino a las principales potencias árabes.

La segunda razón es que la diplomacia conjunta de los 27 estados miembros de la UE desplegó un esfuerzo inaudito para negociar y firmar conjuntamente el acuerdo nuclear con Irán en 2015. Pero la inversión europea se perdió después de que Donald Trump se convirtiera en presidente de los Estados Unidos .

Error de cálculo fenomenal del Viejo Continente, que no supo o quiso entender que el acuerdo creaba una enorme polémica interna en Estados Unidos, que el podía totalmente desvirtuar.

Ahora, las capitales europeas dudan sobre qué actitud adoptar. Algunos países con importante población musulmana, en general particularmente virulenta contra Israel, temen reacciones internas. También siguen siendo influyentes las tesis según las cuales el colonialismo israelí es la principal fuente de caos en la región.

Un diplomático francés consultado por Le Figaro pone en duda la viabilidad de los acuerdo de Abraham afirmando que estos se han hecho a menudo contra la «voluntad popular», reiterando el mantra de que no resuelven la cuestión palestina.

Dejando de lado las críticas (como las de numerosos medios españoles por el caso del Sahara Occidental), no se plantea ninguna solución alternativa. Tampoco los palestinos.

Mientras tanto, Europa se desvanece de la región y pierde cada vez más la poca influencia que le quedaba ante nuevos actores como Rusia o TurquíaTodo ello, a pesar de que Oriente Medio se encuentra a las puertas del Viejo Continente y juega un papel central en dos cuestiones cruciales para Europa: el terrorismo yihadista y la inmigración .

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