Las próximas elecciones generales alemanas se celebrarán el 26 de septiembre, y de ellas saldrán elegidos 709 diputados del Bundestag que escogerán al próximo canciller o cancillera de Alemania para el período 2021 a 2025.
Son unas elecciones que ponen punto final a la larga era Merkel, una cancillera que habrá estado en el cargo dieciséis años (fue elegida por primera vez el 22 de noviembre de 2005), y que durante dieciocho años ha liderado su partido, la CDU (Unión Demócrata Cristiana). Merkel es una persona de reconocidos valores éticos y de profundas convicciones cristianas. Proviene de la Alemania del este y sabe lo que es vivir en un estado comunista y sin libertad. Ha vivido siempre sin lujos, nunca ha querido tener servicio doméstico, comparte con su marido las tareas de la casa. Vive desde hace muchos años en un apartamento discreto como cualquier otro ciudadano, donde siguió viviendo después de su primera elección a la cancillería alemana. Merkel no se ha aprovechado nunca de su cargo por motivos personales. Más allá de estas cualidades personales, no son pocos los alemanes que piensan que su legado es discutible. Creen que en demasiadas ocasiones ha tomado decisiones importantes de manera impulsiva -por ejemplo la eliminación a plazo de la energía nuclear en territorio alemán, impresionada por el desastre de Fukushima, o la admisión unilateral en territorio alemán en el año 2015 de más de un millón de refugiados, también impresionada por las trágicas imágenes de tantos niños y niñas desplazados en Europa a consecuencia de la guerra de Siria. También muchos piensan que deja una Alemania que no está debidamente preparada desde muchos puntos de vista- incluyendo los ámbitos científico, tecnológico, empresarial y económico para encarar el futuro con éxito.
Según varios sondeos realizados el mes de junio, la coalición conservadora CDU / CSU, formada por el partido cristianodemócrata de Merkel y el partido socialcristiano bávaro, se acerca al 28% en intención de voto, seguida de los ecologistas o verdes Die Grünen, con cerca del 20%, y los socialdemócratas del SPD con el 16-17%. Después vienen los liberales del FPD (12%), la derecha de la AFD (11%) y los izquierdistas Die Linke (7%).
Las cosas parecen ir bien para los conservadores, que acaban de hacer un buen resultado en las elecciones del land de Sajonia-Anhalt y, según los últimos sondeos, llevan ocho puntos de ventaja sobre los verdes. A mediados de mayo, los ecologistas iban claramente por delante, disparados por la popularidad y las promesas de cambio de la atractiva candidata ecologista a cancillera, Annalena Baerbock, de 40 años. Sin embargo, algunos tropiezos de los verdes han erosionado el efecto Baerbock. Hace cuatro años, los conservadores obtuvieron el 33% de los votos, cifra que en ese momento se consideró decepcionante y que hoy firmarían inmediatamente. A la ganadora Merkel le costó entonces casi cinco meses de negociaciones tejer una coalición de gobierno, y al final lo consiguió con el SPD. Conservadores y verdes son actualmente los mejor colocados y se observan retadores, pero sin entrar en la descalificación total. Ambos saben que pueden verse abocados a una coalición de gobierno tras los comicios de septiembre, con Laschet como canciller. Muchos alemanes desearían este tipo de coalición, pero no parece fácil, ya que las ambiciones de los verdes en materia de transición energética y de cambio climático son mucho más atrevidas que las presentadas por los conservadores. Estas cuestiones serán probablemente claves en la campaña electoral.
El día 21 de junio, en Berlín, los conservadores han presentado su plan para la Alemania post-Merkel. Lo han hecho revalorizados porque volvían a encabezar los sondeos, después de semanas en que los verdes iban al frente. Esperan seguir gobernando después de los dieciséis años que lo llevan haciendo gracias a la figura de la cancillera Merkel.
Aspira a suceder a la cancillera el líder de la CDU, Armin Laschet, Hasta hace poco vapuleado en las encuestas de popularidad, y que en el pasado abril entabló con su socio y líder de la CSU, Markus Söder, mejor valorado en los sondeos, una inaudita lucha de poder a ojos de toda Alemania sobre quién de los dos sería el candidato a canciller del bloque. Laschet no cedió lo más mínimo y finalmente se salió con la suya. En la rueda de prensa de junio en Berlín, Laschet, de 60 años, y Söder, de 54, presidentes respectivamente de los lands de Renania del Norte-Westfalia y Baviera, han exhibido unidad tras aquel sonado enfrentamiento, concentrados ambos en el objetivo de retener el Gobierno de Alemania.
Laschet es partidario de la continuidad de las políticas de Merkel. Aunque tiene una trayectoria personal muy diferente de la de Söder, reconoce que «en lo fundamental hemos estado siempre de acuerdo». Los ejes principales de las propuestas de Laschet son no subir impuestos a pesar del coste económico de la pandemia, fijar unos objetivos concretos contra el cambio climático para el 2045 preservando al mismo tiempo puestos de trabajo y volver al mecanismo de freno a la deuda y al equilibrio presupuestario tan pronto como sea posible. «Nuestra oferta es que combinaremos la protección del clima con la fortaleza económica y la seguridad social; haremos de Alemania un país industrial, climáticamente neutro, con empleos buenos y seguros». El programa, con todo, contiene vaguedades que cuestionan su viabilidad financiera.
China y Rusia son dos platos fuertes a tratar durante la campaña electoral. En unas declaraciones recientes al Financial Times, Lachet ha advertido sobre los peligros de una nueva guerra fría con China. Su postura coincide con la de Angela Merkel, que opina que Pekín es tanto un socio como un rival. Ha declarado que «algunos líderes europeos se mostraron escépticos ante la actitud agresiva del nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, en la cumbre reciente del G-7 en el Reino Unido». «La pregunta es: ¿si tenemos que frenar a China, nos llevará esto a un nuevo conflicto? ¿Necesitamos un nuevo adversario? La respuesta europea al G-7 ha sido cautelosa, al considerar a China un competidor y un rival sistémico, con un modelo de sociedad diferente, pero también un socio, sobre todo en aspectos como la lucha contra el cambio climático».
Laschet afirmó que Alemania nunca debe evitar abordar «cuestiones críticas», pero no está seguro de que «hablar siempre en voz alta y agresiva, como hace Biden o ha hecho Trump, en público sobre la situación de los derechos humanos en un país, conduzca a mejoras sobre el terreno». Laschet considera, eso sí, que Biden «tiene razón en considerar a China como uno de los mayores retos en materia de nuevas tecnologías y al querer reforzar la cooperación entre las democracias». Pero el comunicado de la cumbre del G-7 va más allá: critica Pekín por los derechos humanos, el comercio y la falta de transparencia sobre los orígenes de la pandemia del coronavirus. Laschet ha declarado que «El siglo XXI es muy distinto y el prisma de cómo era el mundo antes de 1989 no puede tomarse como guía, ahora tenemos un mundo multipolar con diferentes actores». «Voy a dejar claro qué esperamos de China: que acepte la reciprocidad, adopte el multilateralismo y respete los derechos humanos». Con estos argumentos, los conservadores pueden chocar con los verdes, porque están mucho más dispuestos a retar a China públicamente por su historial de derechos humanos y provocar tensiones con la administración Biden.
Sobre Rusia, Laschet dijo que Occidente debe intentar «encontrar una relación sensata» con Moscú. «Ignorar Rusia no ha servido ni a nuestros intereses ni a los de Estados Unidos». Laschet siempre ha insistido en que la anexión de Crimea fue una violación «inaceptable» del derecho internacional. Pero también ha argumentado que «Rusia, miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, no debe ser ignorada ni despreciada». Discrepa de la famosa caracterización de Obama de Rusia como «potencia regional», afirmando que ésta ha sido una de las causas de las crecientes tensiones entre Moscú y Occidente de la última década. «Rusia es el país más grande del mundo y una potencia nuclear». Está de acuerdo con la posición de Biden de describir Rusia como una «gran potencia» y de «tomar Rusia seriamente como interlocutor». Laschet ha defendido el gasoducto Nord Stream 2, el proyecto de Gazprom que lleva gas natural directamente a Alemania desde Rusia a través del Mar Báltico. «Alemania necesitará más gas a medida que vaya reduciendo su dependencia de la energía nuclear y el carbón». Pero también ha lanzado una advertencia a Moscú: «El gasoducto no debe convertirse en un instrumento geopolítico contra Ucrania».
La carrera hacia las próximas elecciones generales en Alemania se desarrolla en un contexto de creciente euroescepticismo en el país. El prestigioso think tank European Council on Foreign Relations (ECOFR), establecido en Bruselas, avisa en un estudio reciente sobre este peligro y de la necesidad de prevenir que Alemania se vuelva euroescéptica. Los niveles de euroescepticismo son importados en la UE, y también lo son, y crecientes, en Alemania. El estudio muestra que más del 50% de alemanes, franceses, italianos y españoles -los nacionales de los cuatro estados clave de la UE- piensan que el sistema político de la UE está «roto» y «no funciona bien». Sólo el 46% de los alemanes y el 38% de los franceses afirman que es bueno que su país sea miembro de la UE. Estas opiniones son el resultado de inquietudes muy parecidas a las que condujeron muchos británicos al Brexit.
Según la ECOFR, es posible que el euroescepticismo siga aumentando de manera significativa en Alemania y avisa de que es peligroso asumir que los alemanes estarán siempre dispuestos a apoyar la UE. «Después de quince meses de crisis del coronavirus, Alemania es muy crítica con la gestión de la crisis por parte de la UE y se pregunta si vale la pena seguir siendo miembro de la UE. La mala gestión percibida de la pandemia ha sido la gota que ha colmado el vaso. Durante los diecinueve meses de pandemia se ha producido un gran colapso en la confianza de los alemanes en la UE. La elección de Trump en el año 2016 es un ejemplo extremo de lo que ocurre cuando se da por supuesto el apoyo del público a determinadas causas y se ignoran las opiniones de partes crecientes de la población por increíbles que puedan parecer».
Se debería explicar mejor a los alemanes que les conviene seguir apoyando la UE y que les conviene precisamente en nombre de su propio interés nacional. Al nuevo canciller o cancillera alemanes se le gira un trabajo muy importante: forjar una nueva identidad nacional alemana que esté bien ligada con la necesaria apertura del país al mundo (es líder mundial en exportaciones) y con la continuidad de su pertenencia a la UE. Los políticos deben explicar mejor cómo Berlín utiliza la UE para aumentar su influencia que, a su vez, aumenta la riqueza, prosperidad y seguridad del pueblo alemán. Hay que evitar que sea cada vez mayor el número de alemanes que piensen que ellos son los grandes pagadores y los grandes sacrificados de la UE, obviando las ventajas que les ha proporcionado y les sigue proporcionando su pertenencia a la UE. Esta es probablemente la tarea principal del nuevo gobierno alemán que saldrá de las urnas el próximo mes de septiembre.
Es posible que el euroescepticismo siga aumentando de manera significativa en Alemania y avisa de que es peligroso asumir que los alemanes estarán siempre dispuestos a apoyar la UE Share on X