La continuidad de Emmanuel Macron en la presidencia de la República Francesa supone un alivio para la UE, la OTAN y el mundo occidental en general. Francia no estará presidida en los próximos cinco años por una formación que pretende desvirtuar la UE desde dentro y que mantiene vínculos financieros con la Rusia de Putin. Macron ha ganado, pero su victoria ha sido más ajustada que la de hace cinco años y su contrincante, Marine Le Pen, ha aumentado considerablemente el número de seguidores.
La diferencia de votos entre los dos candidatos fue de diez millones en 2017 y este año se ha reducido a la mitad. La derrota de Marine Le Pen ha evitado, de momento, una catástrofe para el Hexágono y para Europa, pero el populismo que ella lidera ha sacado en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales su mejor resultado de la historia con el 41,5% de votos.
La abstención ha sido alta, pero lo extraordinario es el volumen de votos en blanco y nulos, casi tres millones de electores
El resultado alcanzado por Macron, 58,5%, señala una ventaja de diecisiete puntos, muy inferior a la de las anteriores elecciones presidenciales, que fue de treinta y tres puntos. Por otra parte, la abstención del 28% ha sido la más alta desde 1969. Un total de 13,6 millones de franceses se han abstenido, 2,2 millones han votado en blanco y 790.000 han depositado una papeleta nula en la urna. La abstención ha sido alta, pero lo extraordinario es el volumen de votos en blanco y nulos, casi tres millones de electores. Se trata de ciudadanos que han expresado de este modo su profundo disgusto, frustración e impotencia por la forzosa disyuntiva entre dos candidatos que no les convencían. Macron, en total, fue reelegido sólo con un 38,5% del censo electoral. Los partidos políticos que dominaron la V República, gaullistas-giscardianos y socialistas, casi han desaparecido, mientras el voto radical asociado a las formaciones representativas del populismo de izquierdas y de derechas ha obtenido en la primera vuelta de las presidenciales un apoyo electoral del 52,3% frente al 40,8% en 2017. Macron ha ganado, pero el resultado de las elecciones emite señales alarmantes. Es el reflejo de una Francia profundamente dividida que entra en zona de turbulencias.
Se han confirmado las tendencias que son visibles desde hace años y que no sólo afectan a Francia, sino también a otros países europeos y Estados Unidos. Son consecuencia de la globalización, de la concatenación de crisis a partir de la Gran Recesión de 2008 hasta la pandemia y la guerra de Ucrania, del malestar y la sensación de agravio, del resentimiento, del desfase entre quienes se sienten abandonados y perdedores de los cambios y los que, sin embargo, han prosperado y encaran el futuro con optimismo.
Macron atrae el voto de los más jóvenes y de los mayores, de las personas con mayores ingresos y de las que han recibido mejor formación. Marine Le Pen es fuerte entre las clases trabajadoras, antiguos votantes del Partido Comunista, situados particularmente en el ámbito rural, con un nivel académico más bajo. Entre los fenómenos del Brexit, Trump y Le Pen existe un hilo conductor populista.
Después de haber ganado, Macron debe gobernar y para ello necesita conseguir una mayoría consistente en la Asamblea Nacional que resultará de las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio. El sistema electoral de la V República, mayoritario y a dos vueltas, otorga una enorme ventaja al partido ganador y castiga fuertemente a las minorías. Pero en esta ocasión, la fragmentación del panorama político y la casi desaparición de los dos grandes partidos históricos -republicanos y socialistas- puede suponer una gran oportunidad para el populismo y provocar una “cohabitación”, es decir, una pareja de Presidente y Primer Ministro con distintos colores políticos. Marine Le Pen ya trabaja intensamente sobre lo que ella denomina “tercera vuelta” de las elecciones presidenciales (las elecciones legislativas de junio) y se propone alcanzar la presidencia de la República en las próximas elecciones de 2027.
Macron ha declarado que «la rabia que ha llevado a votar a Le Pen debe encontrar una respuesta». Piensa que hay que mitigar el descontento radical, protagonizado por los resentidos y por los que se sienten olvidados, proclives a votar cualquier opción extremista. No será tarea fácil. Una Le Pen eufórica ha manifestado que «las ideas que representamos son imparables y están llegando a la cima».
Las elecciones han puesto en evidencia, una vez más, una Francia profundamente dividida desde distintos puntos de vista: ideológico, social, territorial y generacional.
Los catalanes del Departamento Pirineos Orientales, capital Perpiñán, con el nivel de paro más alto de todo el territorio continental francés (12,5%), han votado mayoritariamente a Le Pen con un 56,3%. El 77% de los directivos de empresas han votado a Macron, mientras que el 67% de los obreros lo han hecho por Le Pen. Un 70% de los votantes de Macron se sienten satisfechos con su situación socioeconómica, mientras que un 80% de los votantes de Le Pen se siente insatisfecho con su estatus.
Los resultados electorales muestran la existencia de dos países diferenciados en función del nivel de renta. Los analistas hablan de “dos Francias“. También hablan de enfrentamiento entre “diversas Francias”: urbana y rural, global y local, digitalizada y no digitalizada, nacionalista e internacionalista. Francia tiene una de las ciudadanías más insatisfechas de Europa. Los populismos de derecha y de izquierda no son la causa de las crisis acumuladas, sino que son la consecuencia.
El politólogo francés Jerome Fourquet ha publicado un libro (L’Archipel français, 2019), definido como un ensayo de geografía electoral, en el que explica cómo Francia ha pasado de una época dorada, caracterizada por le velo, la baguette y el buen funcionamiento del estado del bienestar, conocida como “les trente glorieuses“ (los 30 años gloriosos que van desde el final de la Segunda Guerra Mundial a los años setenta/ochenta del siglo pasado), a convertirse en una nación múltiple y dividida . Detalla cómo se han derrumbado los pilares estructurales de la vida social y política francesa, con la desaparición de la matriz traditionelle catholique/comuniste. La explosión de ese paisaje añorado ha generado millones de individualidades o pequeños grupos sociológicos sin relación entre ellos y sin un destino común, formando un verdadero “archipiélago”. Los franceses «viven bajo la misma bandera, pero en islas distintas».
Le Pen les promete poner fin a la inmigración ilegal, vigilar de cerca a los islamistas y un patriotismo más proteccionista en lo económico
Fourquet se basa en estudios anteriores sobre la desaparición y recomposición del catolicismo en la sociedad, las ¦identidades regionales, la inmigración, el voto populista y la secesión de las élites. Cree que las fracturas son fuertes y sucesivas: problemática de los inmigrados de primera generación (1983); referendo negativo sobre el tratado constitucional de la UE y fractura entre cuadros proeuropeos y mayoría electoral en contra (2005); atentados terroristas (2015); confirmación de las tendencias de desagregación (2017). Señala particularmente las fracturas existentes entre ganadores-abiertos (mundialización) y perdedores-cerrados (sobiranistas); entre centro y periferia; en las ciudades, en barrios fuera de la ley dominados por narcotraficantes e islamistas; entre macronistas/europeístas y populistas/nacionalistas. Analiza el derrumbe de los partidos tradicionales y cree que el crecimiento del populismo de derechas se debe en gran parte a votos de obreros que, abocados a la pobreza y hartos de la inacción de las formaciones tradicionales, apuestan por una Le Pen que les promete poner fin a la inmigración ilegal, vigilar de cerca a los islamistas y un patriotismo más proteccionista en lo económico, en contraste con lo que defiende la UE.
El enfrentamiento que parece superado es la tradicional izquierda-derecha, inventada precisamente por Francia durante la Revolución Francesa. Los realistas se sentaban accidentalmente a la derecha de la Asamblea Nacional y los contrarios a la izquierda. Le Pen ha declarado: “Ya no existe la derecha y la izquierda. La diferencia radical está entre patriotas y globalistas. La nueva línea divisoria está entre aquellos que tienen miedo a la globalización y aquellos para los que la globalización es una oportunidad“.
La diferencia fundamental entre Macron y Le Pen no es derecha-izquierda sino nacionalismo-internacionalismo. Macron es un defensor apasionado de la profundización de la integración europea, quiere más Europa, mientras que Le Pen rechaza la UE y quiere regresar a una Europa de estados-nación. Cuenta con un aliado para ir contra la UE que se llama Vladimir Putin. Macron la puso contra las cuerdas en el debate precedente de la segunda vuelta de las presidenciales precisamente sobre su relación con el autócrata ruso.
La preocupante situación política refleja la creciente radicalización-polarización de la sociedad francesa a lo largo de los tres últimos decenios, durante los que se ha asistido a un progresivo declive (declin) del país. El Hexágono no ha sido capaz de poner en marcha las reformas imprescindibles para corregir sus problemas estructurales y los intentos de avanzar en esta dirección han desatado movilizaciones que las han matado antes de nacer. Los claros y mayoritarios mandatos recibidos por Chirac en 2002 y por Sarkozy en 2007 no se llevaron a la práctica y el grueso de las moderadas iniciativas reformistas planteadas por Macron en 2017 no han prosperado demasiado. El político francés gaullista Alain Peyrefitte analizó en un libro suyo la incapacidad de Francia para reformarse (Le mal français, 1976). Se ha hablado mucho en los últimos años de decadencia (declinismo). De Gaulle afirmaba que «los franceses no saben hacer reformas salvo cuando hacen revoluciones»
ningún partido ni ningún gobierno ha emprendido un proyecto de modernización para adaptar el país al nuevo entorno internacional de la posguerra fría, de la globalización y de la revolución tecnológica
Si en aquellas ocasiones (2002 y 2007) los franceses apostaron o pareció apostar por la necesidad de reformar el statu quo dominante, la frustración de aquella expectativa se ha debido bien a la falta de coraje-convicción de sus políticos para llevar a cabo la tarea, bien en su claudicación ante la presión de los influyentes grupos de interés, numerosos en un Estado tan tentacular y omnipresente como el francés, para quien las reformas supondrían el fin de sus privilegios y de su poder. Por eso, ningún partido ni ningún gobierno ha emprendido un proyecto de modernización para adaptar el país al nuevo entorno internacional de la posguerra fría, de la globalización y de la revolución tecnológica. En el mejor de los casos han introducido retoques en el modelo estatista anquilosado para garantizar su supervivencia. Hay que releer el libro clásico del geógrafo Jean-François Gravier (1947), titulado Paris et le désert français, para entender los males tradicionales de un Estado desmedido y de su centralismo. La primera mitad de la obra se dedica a explicar la macrocefalia de París. Habla de recursos «devorados» por el centralismo. Propone una descentralización ejemplar que nunca llega y es partidario del federalismo.
Las profundas grietas abiertas en la sociedad francesa serán muy difíciles de cerrar y los fallos estructurales del Hexágono no se corregirán sin una agenda reformista mucho más agresiva que la planteada por Macron hasta ahora. La amenaza de una cohabitación con los populismos salida de la “tercera vuelta” de las presidenciales (elecciones legislativas del próximo mes de junio) complica aún mucho más el reformismo necesario.
En su célebre ensayo La France qui tombe: un constat clínique du déclin français, publicado en 2003, el político y ensayista Nicolas Baverez plantea que o bien Francia aplica una terapia de choque para modernizar sus estructuras o bien, antes o después, llegará un líder populista a presidir la República, y entonces pueden recomenzar horas oscuras para Francia y para toda Europa. Con la reválida de Macron en la presidencia francesa el peligro que supone para Francia y Europa de que el populismo llegue al poder se aplaza, pero no desaparece.
Si Macron quiere evitarlo deberá actuar en los próximos cinco años con gran altura política, tratar de recoser las grandes fracturas francesas y tener siempre presente la clásica definición de política atribuida a Solón, un sabio que vivió en Grecia hace dos mil años, según la cual la política es el arte de armonizar los intereses y las diferencias ciudadanas, por profundas que éstas sean.
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