Aunque la mayor parte del impacto ambiental que genera el aumento de la temperatura global es el dióxido de carbono, el metano tiene una presencia importante, ya que es el causante del 25% del aumento de la temperatura. Y además es un gas 84 veces más potente en su efecto invernadero que el dióxido de carbono, si bien su periodo de actividad en la atmósfera es mucho más breve, unos 20 años, en relación a los 100 que puede durar el efecto de una determinada emisión de CO₂.
Ahora, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha detectado un aumento generalizado de la emisión de gases invernadero que hacen difícil creer que pueda alcanzarse el objetivo de no aumentar más de 1,5 grados en 2030. En definitiva, el riesgo de que la crisis climática se acentúe es ya una evidencia.
Pero la nota más llamativa, y hasta cierto punto peligrosa, es que en ese aumento se ha producido una punta extraordinaria de la presencia de metano en la atmósfera en estos últimos años. Los científicos no tienen clara su causa. El metano se genera en procesos biológicos, y el ganado es una fuente importante, pero también los humedales. Otra fuente son los escapes en la extracción y distribución de gas natural, que en definitiva es metano.
Pero todo esto no acaba de explicar por qué se ha producido un aumento repentino, que preocupa por su fuerte impacto, dado que cada tonelada emitida en la atmósfera equivale a más de 80 toneladas de CO₂. Obviamente, la responsabilidad no es del ganado porque no es posible un aumento repentino. Algunas fuentes científicas señalan las marismas como la posible causa, detonada por una combinación de la temperatura y de las lluvias. Si así fuera, el calentamiento se estaría realimentando porque sus consecuencias generarían más gases de efecto invernadero.
Pero existe una hipótesis mucho más preocupante. La principal fuente de metano no emitido en la atmósfera es el que se encuentra contenido en el permafrost, el suelo que permanece congelado todo el año y que se encuentra sobre todo en las grandes llanuras de Siberia. También existe una elevada concentración en el suelo del mar Ártico. El aumento de temperatura podría provocar que una parte de este terreno rico en metano se descongelara y empezara a pasar a la atmósfera. Si esto se produjera a gran escala, estaríamos ante una amenaza extraordinaria.
En cualquier caso, no debe perderse de vista que el problema principal sigue siendo el CO₂ porque es el que acumula el mayor impacto, dada la cantidad que se ha emitido. Se levantan voces reclamando además de los programas de contención, que están teniendo un resultado limitado, que se lleve a cabo a gran escala la construcción de grandes extractores para transformar miles de toneladas de CO₂ atmosférico en aprovechamiento útil y nuevas materias primas. Hasta ahora esta posibilidad de captura del CO₂ tiene una utilización reducida y sólo existen en el mundo 18 grandes instalaciones, 15 de las cuales pertenecen a la compañía suiza Climeworks. Otras 2 a la canadiense Carbon Engineering y la última a la estadounidense Global Thermostat. La mayor de todas ellas se encuentra en Islandia y captura 4.000 toneladas de CO₂ anualmente. Ahora se está preparando una gran central con capacidad de 1 millón de toneladas de CO₂ al año en Texas.
La CE se mantiene hasta ahora al margen de estas iniciativas, y no sólo eso, sino que algunos grupos ecologistas son contrarios por el temor a que ralentice el programa de reducción del CO₂. Es un error porque lo que hace falta es conseguir que ambas cosas funcionen. En la medida en que se desarrolle la tecnología que se aplica será más económica y tendríamos una vía adicional, junto con la reforestación y sobre todo la reducción para evitar que la crisis del clima vaya a más.