Collboni se gasta un cuarto de millón de euros en su guerra contra el pesebre de la plaza de Sant Jaume

¿Cómo es de cara para la ciudad la particular guerra del alcalde Collboni contra el pesebre de la plaza de Sant Jaume? La pregunta es pertinente porque ya no hablamos de una anécdota estética ni de un simple criterio museográfico municipal. Hablamos de una actitud ideológica persistente: evitar por segundo año la presencia de uno de los símbolos más populares, arraigados y queridos de la tradición navideña barcelonesa.

Ni siquiera Ada Colau, tan entusiasta de deshacernos de lo que consideraba reliquias superadas, se atrevió a romper del todo el hilo de la tradición. Experimentó, sí —y mucho—, con formatos estrafalarios, conceptuales, minimalistas y a menudo ininteligibles. Pero nunca rompió el principio fundamental: en Barcelona, ​​en Navidad, en Sant Jaume hay pesebre. Collboni, en cambio, ha decidido dar el paso que Colau no dio: la cancelación total.

el belén ya no es teología: es tradición urbana, es identidad popular, es memoria compartida.

Y ahí está el quid de la cuestión: esa actitud es cultural, ideológica y política. Todo lo que tenga raíz cristiana —que ya no implica confesionalidad alguna— es percibido como un estorbo, como un residuo de un pasado que algunos prefieren borrar. Pero el belén ya no es teología: es tradición urbana, es identidad popular, es memoria compartida. Y esa memoria, la quiera o no el señor alcalde, forma parte de Barcelona.

Nunca hubo ningún alcalde socialista —ninguno— que se atreviera a una operación simbólica tan agresiva.

Esta decisión encaja perfectamente con otro episodio reciente: la censura -porque no tiene otro nombre- de la Misa de la Mercè dentro del programa oficial de fiestas. Una misa que no es una actividad añadida, sino el centro y origen histórico de la Fiesta Mayor. Colau ya lo inició y Collboni lo ha perfeccionado. Nunca hubo ningún alcalde socialista —ninguno— que se atreviera a una operación simbólica tan agresiva. ¿Es necesario interpretarlo como una manía personal? ¿Cómo una debilidad? ¿O como una adaptación del PSC a un dogma de hipersecularización militante que no representa a la ciudad?

La respuesta más probable es una combinación de tres cosas. Collboni no es un alcalde fuerte. No lo es ni dentro de su partido ni dentro de su cargo. Gobierna la ciudad con el peso político de un concejal veterano ascendido a lo más alto porque tocaba, pero sin la influencia ni la determinación que Barcelona exigiría a su primer edil. Barcelona es demasiado importante como para tener un alcalde de perfil bajo, incapaz de imponer un relato o de aprovechar la fuerza simbólica de la capital catalana.

Y es ese alcalde de peso político escaso quien ha decidido emprender, con un entusiasmo sorprendente, su particular guerra contra el pesebre. El año pasado la sustitución fue -por decirlo con suavidad- delirante. Una estrella gigantesca propia de las guerras de las galaxias, tan descabellada que solo generó burlas, incomodidad visual y una retahíla de comentarios incrédulos. Fue un fracaso tan rotundo que este año no se ha atrevido a repetirla. Oficialmente, dicen tener “problemas técnicos”; lo cierto es que tenía problemas estéticos, funcionales y simbólicos.

Este año tocaba redención. Pero tampoco. En lugar de recuperar la tradición, el alcalde ha optado por una nueva huida hacia delante: una superiluminación simultánea de las fachadas de la Generalitat y el Ayuntamiento bajo un título que aspira a grandeza: Sinfonía de Estrellas … Y, efectivamente, será muy sinfónica, porque cuesta 250.000 euros. Un cuarto de millón. Una cantidad indecente teniendo en cuenta que solo sirve para cubrir, como luz de neón, la ausencia del pesebre.

Es fácil gastar dinero cuando no sale del propio bolsillo. Y más fácil aún cuando el gasto sirve para esconder una decisión impopular. La ciudad tiene necesidades urgentes, muchas de ellas dramáticas: seguridad, limpieza, mantenimiento, emergencia social, vivienda. Pero el gobierno municipal ha decidido priorizar una obra de luz efímera que va a costar, en una semana, lo que costaría reforzar servicios que sí influyen en la vida cotidiana de la gente.

Lo que Collboni cancela es la presencia pública del símbolo, no su existencia.

Y entonces llega la excusa, que casi insulta a la inteligencia ciudadana: “En el Ayuntamiento hay un pesebre muy bonito, hecho por la Asociación de Pesebristas”. Cierto. Pero no se trata de esto. La cuestión no es si dentro del Palau hay un belén decorativo. La cuestión es dónde debe estar el pesebre, si debe formar parte del espacio público o si debe quedar confinado dentro de un vestíbulo. Lo que Collboni cancela es la presencia pública del símbolo, no su existencia.

Y ahí está el núcleo del problema: en un momento en el que nuestra cultura, nuestra tradición y nuestras raíces son más frágiles que nunca, alguien esperaría de los poderes públicos un apoyo claro, decidido y tranquilo. No este dogmatismo sectario que hace desaparecer símbolos culturales del espacio público solo porque tienen un origen que algunos prefieren ignorar.

El pesebre de la plaza Sant Jaume no es religión. Es ciudad. Es tradición. Es Barcelona

El pesebre de la plaza Sant Jaume no es religión. Es ciudad. Es tradición. Es Barcelona. Y Collboni, con su guerra personal, ha decidido que esto no toca. Pues bien: hay que decirlo con la misma claridad con la que él lo hace desaparecer. Esta no es una ciudad que se construya con cancelaciones, sino con memoria.

Ni Colau se atrevió tanto: Collboni consuma la guerra contra la tradición navideña. #SantJaume #Tradición #PolíticaBCN Compartir en X

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