Cuando ya son pocos los meses que faltan para llegar a las elecciones, Colau pisa el acelerador de su modelo de ciudad con un intento de hacer irreversibles cuestiones tan controvertidas como la supermanzana de Barcelona y la abundancia de carriles bici, aunque la afluencia en muchos de ellos no lo justifica.
En esta dinámica sorprende que Collboni, que quiere presentarse como sustituto alternativo de Colau, siga manteniendo el perfil bajo que caracteriza toda su vida municipal por lo que deja hacer a Colau sin decir esa boca es mía. Naturalmente, este hecho le resta toda credibilidad y lo presenta como un aliado necesario de la alcaldesa y en todo caso como un continuador de sus obras. Porque es evidente que las declaraciones que puede hacer en un momento determinado no significan nada junto a sus obras en el gobierno municipal y su continuada luz verde a todas las iniciativas del proyecto Colau para Barcelona.
Ahora mismo, a pesar de que el pleno decidió suspender temporalmente futuras actuaciones sobre la supermanzana, una decisión que poco significa porque no paralizó las obras de la calle Consell de Cent, que son las que están en marcha, se ve a la vez fuertemente contradicho por la intención del gobierno municipal de regular ya desde ahora un plan de usos para la calle Consell de Cent y para los restantes ejes verdes, a fin de limitar la apertura de bares en estos espacios.
Con esta medida, argumentaba Janet Sanz, teniente de alcalde de Urbanismo, quieren evitar que los ejes llamados verdes sean devorados por el monocultivo comercial, la masificación turística y la expulsión del comercio tradicional y de proximidad. De hecho, es un reconocimiento de la otra amenaza que la supermanzana del Eixample generará. Una es evidente, y la calle Valencia es un claro símbolo: el aumento de la congestión automovilística y el aumento extraordinario de la contaminación y los ruidos, al recibir gran parte de los vehículos que no pueden circular por Consell de Cent. Pero la otra amenaza en una ciudad de las características de Barcelona es precisamente la que, mal que bien, intenta evitar el plan de usos: su gentrificación y colonización por parte del turismo con todo lo que comporta de transforación de residentes y actividades comerciales.
Por tanto, la conclusión es clara: el gobierno Colau-Collboni no piensa detener las supermanzanas, y también acotación colateral, pero no menos importante, incluso los ejes verdes son en sí mismos una amenaza para lo que significan de desequilibrio en el espacio urbano del Eixample.
También se aceleran los carriles bici con nueve tramos adicionales que se inician ahora o que ya han comenzado. Buena parte de ellos son muy conflictivos porque estrangularán aún más la circulación. Son los casos de la avenida Diagonal entre el parque Cervantes y la Facultad de Empresariales, que afectan a una de las principales salidas de Barcelona. El otro también en un eje estratégico, como es la Vía Augusta entre Laforja y Dolors Puigcerdà. Estas dos ya están comenzadas y se añadirán otras, sí, entre las que destacan por su conflictividad y extensión la que va de la Gran Vía entre la plaza España y la plaza Cerdà, otra salida básica de la ciudad, y el primer tramo del Paseo Maragall.
Es incuestionable que Colau piensa seguir con su proyecto, aunque el deterioro que causa sobre la ciudad es evidente. La cuestión es si la reacción contraria, ampliamente mayoritaria porque se sitúa entre el 60% y el 70% de la opinión de los ciudadanos, es capaz de converger en una alternativa lo suficientemente fuerte y no fraccionada para impedir que, a pesar de ser minoría, Colau pueda continuar en el futuro gobernando la ciudad .