El procés independentista hace años que se ha revelado como un callejón sin salida, que adicionalmente al estancamiento ha representado para Cataluña y su sociedad la desintegración de sus pilares estructurales más elementales.
La pérdida de poder económico, poder político, autogobierno, proyección internacional y consenso lingüístico abocan a Cataluña a una progresiva regionalización, desnaturalización como nación.
Esta folclorización del hecho nacional catalán implica la pérdida de oportunidades de futuro para nuestro país de convertirse en un actor europeo y global significativo. El no a la ampliación del aeropuerto de El Prat sólo ejemplifica este largo y agónico proceso de suicidio colectivo que los catalanes hace años que ponemos en práctica, sin un destino ni intencionalidad claros más allá de seguirnos hundiendo en el abismo de nuestra insignificancia.
El resto de España y particularmente Madrid no tienen la culpa de nuestra incapacidad evidente de aceptar la realidad e intentar construir soluciones a partir de la misma, y no a partir de quimeras oníricas imposibles.
Que el resto de España y Madrid hayan aprovechado nuestra debilidad para mejorar su proyección a todos los niveles pone de manifiesto no su maldad, sino su mayor madurez a la hora de asumir los principios básicos del funcionamiento de la economía globalizada y del poder en general.
Cataluña seguirá perdiendo oportunidades, que desde luego aprovecharán otros actores más inteligentes que nosotros, mientras no seamos capaces de construir un nuevo proyecto político de institucionalización de la nacionalidad catalana en el Estado español, tal y como ya hizo con éxito Pujol durante la Transición.
Si algo ha logrado el procés independentista es volar por los aires ese encaje institucional que se construyó en el 78 y que garantizaba la asunción del hecho nacional catalán con herramientas concretas que, en ese contexto, permitieron alcanzar en nuestro país metas tan destacadas como organizar los primeros Juegos Olímpicos modernos de la historia, convertirse en uno de los primeros destinos turísticos del mundo, impulsar la unidad europea, reescribir las normas del fútbol, proteger nuestra lengua, tener una televisión pública moderna, etc.
A partir del inicio del procés se dinamitó un sistema que tenía muchas carencias y defectos, pero no se supo sustituir por nada mejor.
Los ejemplos de nuestro éxito antes del desastre son inacabables, como lo son también los ejemplos de nuestra triste decadencia desde la cadena de errores de la sentencia del Estatut en adelante. Y en una reacción que puso de manifiesto nuestra inmadurez como sociedad, en lugar de corregir el curso como hicieron los vascos cuando también se equivocaron con Ibarretxe, los catalanes prefirieron encerrarse en una burbuja de autocomplacencia y supuesta superioridad moral que durante la presidencia de Quim Torra alcanzó sus máximas cuotas de ridículo y divorcio con la realidad.
Ante la evidencia ya incontestable de la derrota, los catalanes votamos en las últimas elecciones autonómicas para intentar empatar con la realidad e hicimos presidente de la Generalitat a un ávido señor que al menos habla el idioma del poder, aunque no es de esperar que haga nada más allá que cuadrar los números entre los amiguetes para repartirse el menguante negocio autonómico que ha quedado después de la hecatombe.
Pere Aragonès es el presidente que Cataluña se merece, pero ciertamente no es el presidente que Cataluña necesita
Pere Aragonès es el presidente que Catalunya merece, pero ciertamente no es el presidente que Catalunya necesita. Si nuestra nación debe volver a decir algo interesante en el mundo, o más aún, si nuestra nación pretende sobrevivir en un plazo de cincuenta años vista, debe plantearse ya la auténtica dicotomía que afronta: la del ser o no ser. Ser es, como ya he dicho, empezar un nuevo proceso de institucionalización de la nación catalana dentro del Estado español que nos vuelva a brindar las herramientas que necesitamos para salir adelante como país. No ser es seguir haciendo lo que hemos hecho hasta ahora, continuar con la espera milenarista de una salvación que, en este caso, nunca va a llegar.
Pensar en cualquier otra salida resulta un ejercicio de puro voluntarismo: las soluciones mágicas no existen, tal y como estamos no hay término medio posible entre la regionalización y la renaixença. Los equilibrios contables de Aragonés son como una prórroga, pero llevan a la nación al mismo sitio que la fiebre procesista: la desaparición.
evitar cualquier excitación contraproducente de los sectores más hiperventilados y estomacales tanto de la sociedad catalana como española
Este nuevo acuerdo de institucionalización nacional de Cataluña dentro de España debe ser, a imagen y semejanza del 78, fruto de un consenso amplio que necesariamente debe contar con el Partido Popular. También debe ser un proceso incardinado en un contexto de normalidad política, de extraordinario calado en el fondo, pero no necesariamente en las formas, para evitar cualquier excitación contraproducente de los sectores más hiperventilados y estomacales tanto de la sociedad catalana como española.
Desde Cataluña debemos afrontar todo este proceso sin ser naïfs, entendiendo que para llevarlo a cabo es necesario dotarnos de algunas herramientas que ahora no tenemos, y asumiendo las dificultades y los intentos que habrá por parte de algunos sectores del Estado de aprovechar la ocasión para terminar de hundirnos. A negociar con España hay que ir con los deberes hechos, y también con la mejor de las voluntades: es necesaria una voluntad absoluta para que Cataluña sea un agente estabilizador para España en el necesario camino que debe emprender hacia una mayor integración europea.
Sobre las herramientas de autodefensa necesarias para que el Estado no aproveche la ocasión para terminar de arrinconarnos:
La primera sería lograr una mayor cohesión nacional en Cataluña. Debe existir un alineamiento de voluntad y afán negociador entre amplios sectores de la sociedad catalana, que al mismo tiempo entiendan y se vuelquen en este proceso. No me refiero a otra cosa que repensar viejos consensos de país para volver a formularlos adaptados al siglo XXI: consensos en torno a la lengua, la política territorial, el autogobierno, la economía, la fiscalidad. Sin estos consensos, que el procés ha roto, nada se puede negociar con España porque España no tendrá ni un sujeto ni un objeto con el que negociar; es necesario un interlocutor y unos consensos que encarnen una voluntad mayoritaria y decidida del pueblo de Cataluña. Un interlocutor que no tiene por qué ser un único partido, y que podría y debería nacer del acuerdo de los partidos que consensuen antes las líneas maestras del nuevo proyecto de construcción nacional catalán.
La segunda condición para abordar ese proceso es la connivencia con la iniciativa empresarial. Mucho más que decir al respecto, más allá de que el mundo empresarial debe volver a sentirse a gusto en y, sobre todo, con Catalunya. Se puede hablar de un retorno del poder económico, porque esto antes era así y conviene señalar que redundaba siempre en una mayor capacidad política para hacer valer los intereses de Cataluña.
La tercera y última condición es una alianza con parte del poder político de Madrid y Bruselas (Berlín y París). Hay que vender el papel que puede jugar Cataluña como agente estabilizador de España en el proceso de federalización de facto europeo que se intentará impulsar y profundizar próximamente y del que Cataluña debe ser un firme e incontestable defensor.
En el actual contexto parlamentario de Cataluña, no hay ningún actor que esté en disposición de convertirse en el necesario catalizador para que las cosas avancen hacia dónde deben avanzar y se abandone de una vez por todas la carrera de la rata en la cual nos encontramos atrapados.
Centrem, partido impulsado por la ex consellera de empresa y ex secretaria general del PDECAT Àngels Chacón, junto con otras figuras del entorno de la ya desintegrada Convergència i Unió, puede y debe jugar este papel que ningún otro de los actores catalanes está en posición de jugar.
Centrem, debe encarnar esta voluntad pactista que ya en el pasado nos permitió renacer como nación, y debe hacerlo con una rejuvenecida voluntad de construir la Cataluña de las próximas décadas, sin caer en el error y la tentación de repetir viejas y fracasadas fórmulas que ya llevaron al centroderecha nacionalista por el nefasto camino de ser un actor más en el descalabro catalán.
Los errores de este espacio político pueden resumirse muy sintéticamente al haber pecado de oportunismo, sin tener una larga mirada basada en una reflexión intelectual fundamentada. A base de sucesivos vuelos gallináceos hacia la mejor de las posiciones inmediatamente posteriores, el espacio acabó solo volcado al precipicio. Muchas veces, es necesario dar un paso atrás para poder dar dos adelante.
El éxito de Centrem, y, por tanto, la oportunidad para que el futuro de Cataluña no siga siendo el de una progresiva folklorización, pasa por el hecho que este nuevo actor político alcance algunos hitos clave en los próximos meses:
La primera, que su ideario político sea capaz de construir una auténtica alternativa cultural que tenga como objetivo frenar la desvinculación que sufre la sociedad catalana con sus instituciones naturales de socialización. Un discurso excesivamente tecnócrata, centrado en la gestión y, por tanto, descafeinado no dará el empuje que necesita este nuevo proyecto para interpelar a sectores significativos de la población catalana. Hay que entrar en el tuétano sobre qué nos está pasando como sociedad, afrontar la despreocupación hacia el bien común, la apatía social, el excesivo individualismo, la falta de compromiso con nada que vaya más allá de uno mismo y que a la larga representa el sacrificio de gran parte de la población a tener una buena vida en el altar de la gratificación instantánea. Sin una sociedad civil fuerte y comprometida, no existirá la cohesión social necesaria para abordar con garantías un proceso de reformulación nacional y pacto con el Estado.
Segundo, Centrem debe poner ya sobre la mesa, de entrada las líneas maestras de los nuevos consensos que deben estructurar el hecho catalán durante los próximos cuarenta años. Debemos partir de los consensos de la Transición que el proceso independentista ha destrozado y debemos rehacerlos, empezando por el consenso en torno a la lengua. Aparte de rehacer los viejos consensos, cambiando lo que sea necesario, y teniendo presente que deben ser aceptables para una mayoría social y central de Cataluña, debemos pensar nuevos consensos que ahora pueden ser útiles para cohesionar la sociedad y quizá en el 78 no lo eran, como la reforma del sistema de financiación autonómica. Centrem, no puede permitirse el lujo de la falta de concreción, no puede confundir la tibieza con la centralidad y tendrá que decir muchas cosas que quizá al principio suenen extrañas, por la novedad, pero que a la larga deben acabar formando parte del ADN del país.
Tercero, Centrem necesita muchas caras nuevas. Si su proyecto tiene una ambición como la que describo en este artículo, y se aviene a hacer las cosas bien en el eje programático, rehuyendo equilibrios turbios y significándose como es debido en lo necesario, podrá atraer el talento que necesita el proyecto para dotarle de frescura y superar todos los prejuicios iniciales. En Catalunya todavía queda mucho talento político por explotar, pero está escondido, y huye de cualquier implicación por el rechazo natural que le representa el lodazal en el que se ha convertido la política catalana. Hay que empezar un círculo virtuoso de atracción de talento, de buena gente técnicamente capacitada, que se sienta cómoda trabajando desinteresadamente con otras personas que también quieren salvar a Cataluña de la desgracia.
Cuarto, Centrem debe encarnar la tradición pactista de Cataluña a la que se refería Vicenç Vives en su ensayo Notícia de Catalunya. Debe hacerlo demostrando capacidad de interlocución con todos los actores del mostrador y planteando estos nuevos consensos a los que ya me he referido, que deben tener una capacidad de atracción magnética para sectores amplios y centrales de la sociedad. Cuando estas ideas que deben convertirse en consensos muevan a los votantes, eventualmente moverán al resto de partidos.
Quinto y último, nuevos liderazgos. Muy relacionado con el tercer punto, la atracción de caras nuevas debe traducirse en la construcción de nuevos liderazgos políticos que rehuyan la tradición mesiánica y populista del pujolismo, pero conserven esta capacidad de vibrar a la misma frecuencia que los anhelos de todo un pueblo. Si no le ponemos emoción en el cóctel, todo quedará en buenas intenciones. Las elecciones locales de 2023 resultan una excelente oportunidad para realizar un primer filtrado e ir dibujando los nuevos liderazgos que el espacio necesita.
A modo de conclusión, Centrem puede y debe encarnar un nuevo catalanismo para una nueva Cataluña. Está en juego el futuro de nuestra nación, el bienestar de nuestra gente y la culminación de una larga historia, como es la historia de Cataluña, por la conquista de nuevas metas en beneficio del conjunto de la humanidad.
La muerte de un pueblo normalmente representa la pérdida colectiva de un potencial no realizado; es una forma de entender el mundo que se pierde para siempre. Hagámonos dignos y merecedores del gran legado que tenemos, impliquémonos en la medida de lo posible y construyamos un nuevo futuro para enriquecerlo
Centrem, no puede permitirse el lujo de la falta de concreción, no puede confundir la tibieza con la centralidad y tendrá que decir muchas cosas que quizá al principio suenen extrañas, por la novedad Share on X