El departamento de Salud de la Generalitat ha comenzado una campaña de prevención del suicidio en todas las universidades por ser la primera causa de muerte entre las personas de 15 a 40 años. Hasta aquí el enunciado del tema.
Sin embargo, la importancia de la cuestión obliga a profundizar un poco más y ver qué hay en realidad detrás de este preocupante tema. Porque los gobiernos cuando no saben qué hacer, quieren hacer ver que hacen algo, montan una campaña de publicidad que es, en un porcentaje muy importante de los casos, una manifestación encubierta de impotencia.
Pero vayamos a los datos. Porque cuando estas están hablan de la realidad mucho mejor que las campañas.
El suicidio en España, y Cataluña sigue la tendencia, ha pasado por unas fases bastante definidas y presenta una tendencia clarísima: el crecimiento ininterrumpido, sobre todo desde el inicio de la década de los 80. Éste podría ser el titular, pero automáticamente deberíamos situar otro subtítulo. Este crecimiento con una pendiente muy acentuada se debe de manera casi exclusiva a los suicidios de los hombres, porque en el caso de las mujeres la evolución es diferente.
Existe un incremento entre 1980 y 1990 de la tendencia anterior, pero desde entonces la evolución al alza es singularmente moderada: en 1989 se suicidaron 774 mujeres, en 2021 lo hicieron 900. Mientras que para las mismas fechas, los hombres registraron 2.156 suicidios en el año de partida y casi 3.000 (2.982), en 2021. Por tanto, el suicidio crece sobre todo a expensas de los hombres, que además son con diferencia el grupo más numeroso con proporciones que dependiendo del segmento de edad son 2 o 3 veces mayor, pero que en edades muy avanzadas pueden llegar a ser 20 veces mayor. Existe, pues, una brecha de género porcentual y absoluta muy grande que el departamento de Salut no contempla, posiblemente porque hacen referencia a los hombres, si pensáramos mal, que no es el caso.
Existe, en consecuencia, una interpretación interesada de la realidad, que también afecta a que la campaña se concentre en los jóvenes bajo el argumento de que es la primera causa de muerte. Efectivamente es así y la segunda son los accidentes de tráfico, pero este hecho es consecuencia, gracias a Dios, de que la población por debajo de los 45 años tiene una tasa de mortalidad por diversas patologías muy baja. Esto hace que el peso de los suicidios aparezca con mayor fuerza.
Pero si contemplamos la incidencia de esta tragedia para cada segmento de edad, veremos que en este período es cuando se producen menos suicidios. La prevalencia por cada 100.000 habitantes entre 25 y 29 años, por ejemplo, es respectivamente para hombres y mujeres de 8,33 y 2,89. De 35 a 39 años esta cifra incrementan hasta 11,45 y 3,70 respectivamente. Pero es que en edades fuera de esa franja, por ejemplo las más cercanas, de 50 a 54 años, los suicidios representan el 17,19 para los hombres y el 6,51 para las mujeres.
Pero lo que es realmente escalofriante y allí donde debería situarse el foco es en los mayores de 75 años y aún más de los de 80. Porque la cifra de suicidios por 100.000 habitantes se multiplica y se sitúa o supera la cifra de 40 en el caso de los hombres mientras que en las mujeres se mantiene prácticamente con los mismos valores desde los 40 a los 49 años, entre el 5 y el 6,5. Además, en el estadio de máxima mortalidad por suicidio de los varones, que se da a partir de los 90 y que alcanza 46,74, para las mujeres cae al 2,92.
Estas cifras son escandalosas porque no tienen una explicación racional. Primero, porque la esperanza de vida de las mujeres es mayor y en edades avanzadas sus niveles de dependencia y salud son importante. Mientras que en los varones su supervivencia es mucho menor. En ambos casos son personas altamente dependientes. La pregunta del millón es cómo es posible que se suiciden tantos hombres de edad avanzada y dependientes y tan pocas mujeres. Este hecho anómalo, porque es difícil que una persona mayor que se vale poco por sí misma pueda suicidarse, merece una investigación del departamento de Salud, de la Sindicatura de Greuges e, incluso, de la Fiscalía, porque pueden haber comportamientos familiares o en las residencias inadecuadas.
Algo adicional que complica frenar el incremento de suicidios que registra nuestro país es precisamente la ley sobre la eutanasia, que legaliza el suicidio asistido. Si esta práctica es legal, la aureola de prohibición sobre el suicidio resulta que ha registrado un importante recorte. Se puede pensar que tan negativo no será cuando la ley permite que ayudes a una persona a morir.