Aunque es uno de los grandes gastos del presupuesto de la Unión Europea, la agricultura siempre está fuera del foco político y mediático, excepto cuando los campesinos salen ocasionalmente a la carretera. Esta falta de atención, muy grande en Cataluña, significativa en España, excepto en las grandes regiones agrarias como Andalucía, tiene su explicación: emplea a muy pocas personas directamente. Luego, si observamos la cadena total de valor, resulta otra cosa. Es el caso, ganadero, no agrícola, del porcino. En Cataluña, el valor de su producción total final con toda su transformación industrial es similar, si no superior, a todo el sector del automóvil.
A esta dimensión real de la importancia del sector primario, cabe añadir ahora otra dimensión: la capacidad de producir alimentos, y lo que llamamos “seguridad alimentaria” será cada día más decisivo debido al cambio climático y las modificaciones que se producirán entre ahora y 2050. La política y la sociedad deberían ser conscientes de lo que se nos viene encima.
A partir de las referencias de World in Data sobre cómo afectará el cambio climático a los rendimientos de los cultivos en el futuro, nos es posible observar el escenario más probable:
El cambio climático impactará de forma desigual en la producción de alimentos, dependiendo del tipo de cultivo, las condiciones climáticas de cada región y la capacidad de adaptación. Factores como la fertilización con carbono, el aumento de las temperaturas y la disponibilidad de agua serán claves para entender cómo se verán afectados los rendimientos agrícolas.
Los cultivos “C3”, como el trigo y el arroz, podrían beneficiarse del aumento del dióxido de carbono (CO₂) en la atmósfera, lo que se conoce como “fertilización con carbono”, que mejora la fotosíntesis y el crecimiento en estas plantas. Por otro lado, los cultivos C4, como el maíz, el sorgo y el mijo, se benefician menos de este efecto, excepto en condiciones de sequía, debido a las diferencias en sus mecanismos fotosintéticos. Éste podría ser el resumen y la consideración básica.
El impacto del aumento de las temperaturas será también desigual según la región. En climas templados, donde las temperaturas actuales están por debajo de lo óptimo para muchos cultivos, un calentamiento moderado podría aumentar los rendimientos medios. Por ejemplo, en regiones como el norte de Europa o partes de Canadá y Rusia, podría verse un incremento en la productividad agrícola gracias a las condiciones más cálidas, que alargarían la temporada de cultivo. Sin embargo, en los trópicos y subtrópicos, donde las temperaturas ya están cerca o por encima del rango óptimo para el crecimiento de muchos cultivos, un mayor calentamiento reducirá los rendimientos. El maíz, que se cultiva ampliamente en estas regiones, es especialmente vulnerable, ya que el estrés térmico puede afectar negativamente al llenado de los granos y disminuir la productividad.
Cataluña, de clima mediterráneo, ocupa una situación intermedia. Por tanto, por un lado los efectos de la temperatura, según el cultivo, serán más o menos moderados, pero tenemos el grave problema del agua: nuestro secano será, en parte ya lo es, inviable, y eso, por ejemplo , afecta mucho al trigo, que precisamente es uno de los teóricos beneficiados, mientras que el regadío puede sufrir como ha sucedido en las tierras de Lleida y en los regadíos del Ter con la sequía.
En Europa, especialmente en la región mediterránea, el cambio climático podría tener un impacto significativo en los cultivos. Las temperaturas más altas y la disminución de la disponibilidad de agua afectarán principalmente a los cultivos que requieren riego constante, como algunas hortalizas y árboles frutales. En el sur de Europa y en la región mediterránea, las oleadas de calor más frecuentes y la menor precipitación podrían reducir considerablemente los rendimientos de cultivos como el olivo y el viñedo. Además, el maíz podría experimentar una disminución de hasta el 9% para 2050 si no se tienen en cuenta los efectos positivos del CO₂. Con la fertilización por carbono, los rendimientos de trigo en estas regiones podrían aumentar en un 4%, lo que muestra la importancia de los distintos factores que interactúan en el impacto final del cambio climático.
La disponibilidad de agua es otro factor crítico que se verá afectado por el cambio climático. Los rendimientos disminuyen significativamente bajo estrés hídrico y el cambio climático podría aumentar tanto la frecuencia como la intensidad de las sequías y las inundaciones. Las sequías prolongadas reducirán la disponibilidad de agua para regadío, especialmente en regiones áridas y semiáridas, como la región mediterránea, mientras que las inundaciones y los anegamientos también pueden dañar las plantas y reducir los rendimientos. La variabilidad en los patrones de precipitación afectará a cultivos de todo el mundo, haciendo que la productividad agrícola sea más impredecible. Los agricultores que dependan de lluvias estacionales, especialmente en países en desarrollo, serán los más afectados por estos extremos.
El impacto final en el rendimiento de los cultivos será una combinación de todos estos factores, que pueden compensarse o potenciarse entre sí. Por ejemplo, aunque el aumento de CO₂ podría beneficiar a algunos cultivos, las altas temperaturas o la falta de agua podrían contrarrestar estos beneficios. Esta complejidad es la razón por la que los titulares sobre el cambio climático y la agricultura a menudo presentan visiones opuestas: algunos afirman que el aumento de CO₂ y el calentamiento global son beneficiosos para la agricultura, mientras que otros advierten sobre una posible crisis agrícola global. La realidad es más matizada: algunos cultivos y regiones podrían beneficiarse, mientras que otros afrontarán graves dificultades.
En cuanto a cultivos específicos, estudios recientes muestran que el maíz, que se cultiva principalmente en regiones cálidas, podría experimentar una disminución significativa en los rendimientos en escenarios de calentamiento extremo. En el escenario más pesimista de calentamiento, conocido como “RCP8.5”, se espera que los rendimientos globales de maíz disminuyan hasta en un 24%. Incluso en escenarios de menor calentamiento, se proyecta una disminución del 6%. Esto afecta especialmente a regiones como América del Sur, África subsahariana y el sur de Asia, donde el maíz es un cultivo básico fundamental. Por el contrario, el trigo podría beneficiarse del cambio climático, con aumentos proyectados en los rendimientos debidos tanto a la fertilización con carbono como a temperaturas más favorables en ciertas regiones. En el escenario de calentamiento más extremo, se espera que los rendimientos de trigo aumenten hasta en un 18%.
El arroz y la soja muestran impactos más moderados. Las temperaturas más altas tienden a tener un impacto negativo en los rendimientos de estos cultivos, pero este efecto se compensa en gran medida con los beneficios de la fertilización en carbono. Los estudios indican que los rendimientos de arroz en países como China, India y Bangladesh podrían experimentar pequeños aumentos de entre el 0% y el 10%, dependiendo de la magnitud del calentamiento y de la adaptación de las prácticas agrícolas.
Las diferencias regionales en el impacto del cambio climático serán notables. Por lo general, los países de latitudes altas o templadas, como Canadá, Rusia y partes de Europa, podrían experimentar menos impactos adversos e incluso aumentos en los rendimientos de ciertos cultivos. En el caso de Europa, los países del norte podrían ver un aumento en la productividad gracias al calentamiento, mientras que los países del sur, particularmente la región mediterránea, se enfrentan a mayores riesgos debido a la escasez de agua y el aumento de las temperaturas extremas. Por otra parte, los agricultores en los trópicos y subtrópicos, como en África, América Latina y el sur de Asia, sufrirán las mayores disminuciones en los rendimientos debido al aumento de las temperaturas y la menor capacidad de adaptación. Además, estos países suelen tener menos recursos para implementar medidas de adaptación, lo que agrava el problema de la inseguridad alimentaria.
Los acontecimientos extremos, como oleadas de calor, sequías e inundaciones, plantean riesgos adicionales que podrían desestabilizar los sistemas alimentarios en el futuro. Las proyecciones indican que estos eventos serán más frecuentes e intensos, lo que aumentará la volatilidad en la producción agrícola y en los precios de los alimentos. Esto afectará especialmente a las comunidades más vulnerables, que dependen de la agricultura para su subsistencia y ya enfrentan problemas de pobreza y falta de acceso a recursos. Todo esto tiene un impacto estratégico en dos sectores claves para Cataluña: la fruta dulce y la ganadería, porque además de otras restricciones, una parte importante de los productos dedicados a su alimentación, procedentes del mercado internacional, tenderán a subir de precio y a ser más volátiles, de manera especial el maíz.
El impacto del cambio climático en la producción de alimentos dependerá de una compleja interacción de factores como el tipo de cultivo, la región, las emisiones de CO2 y la capacidad de adaptación de los sistemas agrícolas. Y ahí está el gran agujero negro de la política agraria catalana, marcada por la inacción y la falta de políticas efectivas a largo plazo. Mientras la Generalitat siga confundiendo la política agraria con una gestoría de las ayudas de la UE, salpimentada por apuntes ideológicos progresistas, el futuro pinta negro.
Es evidente que algunas regiones podrían beneficiarse de un clima más cálido y de la fertilización con carbono, mientras que otras como el caso de Catalunya afrontarán desafíos significativos que podrían poner en riesgo la seguridad alimentaria. La clave para mitigar estos efectos negativos será invertir en medidas de adaptación, como el desarrollo de cultivos más resistentes al calor y la sequía, y mejorar las prácticas agrícolas para cerrar las brechas de rendimiento existentes.