De la caída del muro de Berlín (1989) a las guerras de Ucrania (2022) y Gaza (2023): hacia un nuevo orden mundial

Después de 1989 (caída del muro de Berlín) y 1991 (implosión de la URSS), Estados Unidos se encontraba en la cima del mundo. Empezaba entonces una fase unipolar del orden mundial. Estados Unidos era la potencia hegemónica indiscutible. El sociólogo norteamericano Francis Fukuyama celebraba “el fin de la historia “. Occidente había sido capaz de universalizar su modelo basado en la democracia liberal y la economía de mercado.

“Las cosas solamente pueden ir a mejor“ era el lema de los años noventa del siglo pasado.

Una canción con este mismo título se hizo famosa en 1993. Se estaba viviendo una década en la que la democracia llegaba a los países del este de Europa, la paz a Irlanda del Norte y los acuerdos de Oslo prometían el final del conflicto histórico entre Israel y Palestina. En los años noventa del siglo pasado el espíritu de la época favorecía a los pacificadores, demócratas e internacionalistas.

Veinte años después el mundo había crecido a gran velocidad, pero este crecimiento había dejado efectos indeseados:

Un fuerte aumento de la desigualdad y una grave crisis climática. También había encumbrado a China como gran potencia. Estados Unidos volvía a tener un competidor. Cuando llegó la pandemia de la covid, los problemas de la humanidad eran tan graves que todo hacía pensar que los países avanzarían hacia su cooperación. Pero Rusia invadió Ucrania y detuvo su giro hacia Occidente y esto lo complicó todo. La guerra era la peor de las noticias.

Ahora tenemos una nueva guerra, la de Gaza. Es una causa en la que parece imposible no tomar partido. No hay nada como el conflicto palestino-israelí para polarizar a las sociedades occidentales, ya de por sí muy divididas por razones culturales. Occidente actúa preso de su compromiso con Israel. Pero ahora está obligado a hablar con el máximo de actores internacionales posible para tratar de encontrar una salida definitiva al conflicto.

El prestigioso periodista internacional Thomas Friedman, americano y liberal, autor del famoso libro “La guerra es plana“ -el libro más optimista de los años 2000, elogioso de la globalización- acaba de escribir que “Occidente puede perder el control” y que todos, israelíes, palestinos y americanos pueden salir “muy malparados del conflicto“.

El mensaje de otro gran periodista internacional liberal, Gideon Rachman, es aún más pesimista. Recuerda las semanas que precedieron la Gran Guerra de 1914. Intenta dilucidar cómo un asunto en apariencia menor (el asesinato del archiduque de Austria en Sarajevo) pudo desembocar en la guerra. Alemania y Rusia, dos de los principales contendientes, se cruzaron mensajes de tranquilidad. Pero al final el mundo avanzó con los ojos cerrados, como sonámbulos, hacia la catástrofe.

La sensación de pérdida de control de los acontecimientos encaja con los hechos de estos últimos días:

Estados Unidos se ha quedado prácticamente aislado en las votaciones de la ONU. La UE se ha mostrado dividida en la misma votación. A China y Rusia se las ha visto silenciosamente satisfechas por el tropiezo colosal de los americanos, pero cautelosas ante un escenario que no dominan del todo. Turquía rompe lazos con Israel y defiende a Hamás. Los amigos árabes de Estados Unidos en la región dejan plantado al presidente Joe Biden en su reciente viaje a Israel. Netanyahu no hace caso de las recomendaciones de Biden.

Dominique de Villepin, ex primer ministro francés, en una entrevista que se ha hecho viral, advierte a Occidente que ha caído en la trampa de creerse que todavía manda mucho y puede resolver conflictos sin contar con otros actores internacionales.

Como era el caso en los años que siguieron a la caída del muro de Berlín en 1989 y la implosión de la URSS en 1991.Pero aquellos tiempos y los de hoy no son nada parecidos. En realidad, dice Villepin, Occidente está cada vez más aislado y practica una doble moral que indigna al resto de la comunidad internacional. Los muertos de Gaza, argumenta, no parecen valer tanto como los muertos de Ucrania y se aplican sanciones a Rusia por no haber respetado resoluciones de la ONU, mientras que Israel desde hace setenta años hace lo mismo.

El último artículo de Gideon Rachman en el Financial Times (7 de noviembre) dice que, así como en los años noventa del siglo pasado el lema del momento podía ser el de la canción titulada “Las cosas solamente pueden ir a mejor“, en los momentos actuales el lema parece ser el contrario: “Las cosas solamente pueden ir a peor“.

Rachman piensa que hoy los vientos soplan a favor de los nacionalistas, los apocalípticos y los partidarios de las teorías de la conspiración.

Existe un riesgo creciente de que Rusia gane la iniciativa el próximo año en su guerra con Ucrania. En Oriente Medio se ha producido el fracaso de los acuerdos de paz llamados “acuerdos Abraham“, promocionados por Estados Unidos y Arabia Saudita. Tales acuerdos entre Israel y los países árabes, al margen de los palestinos, han saltado por los aires después del ataque de Hamás contra Israel del pasado 7 de octubre. El estallido de una guerra en la región es un resultado más probable que la reanudación de los acuerdos de Abraham.

En Estados Unidos, la presidencia Biden pasa por un mal momento, y Trump vuelve a mejorar en las encuestas de cara a las elecciones del año que viene, cruciales para el futuro de Estados Unidos, pero también para Occidente y  la humanidad.

Todos estos factores sumados, que se realimentan entre sí, contribuyen a un estado de “oscurecimiento geopolítico global“. Pero hay más, según Rachman. La guerra de Gaza ha forzado a Estados Unidos a retirar tiempo y recursos de los dedicados a Ucrania. El Sur Global está muy enojado contra Estados Unidos y Occidente en general por el trato preferente acordado a Israel, y les acusan de partidismo y de usar “dobles estándares“ para juzgar loa acontecimientos geopolíticos actuales.

Ucrania se queja de que los suministros financieros y militares llegados de Occidente no son suficientes y reconoce que la contraofensiva militar de los pasados meses no ha dado los frutos esperados. Se piensa que Putin apunta a una guerra larga y de desgaste. La polarización política en Estados Unidos es extrema y esto perjudica la posición norteamericana en cualquier conflicto geopolítico importante.

En caso de victoria de Trump el año que viene, se estima que abandonaría Ucrania en manos de Putin. La guerra de Gaza ha aumentado las probabilidades de que Trump regrese a la Casa Blanca. Lo que ocurre en Gaza puede animar a otros actores dispuestos a saltarse la ley internacional y el respeto a los derechos humanos. El empeoramiento del cambio climático ayuda a la ola de pesimismo reinante.

Con unos Estados Unidos muy tensados, a China se le están abriendo diferentes ventanas de oportunidad. Podría animarse a intentar una invasión de Taiwan en 2027. Moscú y Pekín se visten de garantes del derecho. Acusan a las potencias occidentales de una doble moral que les lleva a condenar los ataques contra civiles e infraestructuras básicas por parte del Kremlin en la guerra de Ucrania, mientras cierran los ojos ante el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza.

En definitiva, Pekín y Moscú se han propuesto sacar tajada en la lucha por el relato en esta partida que se está jugando a escala global. El conflicto de Gaza les sirve para avanzar en su objetivo común de estrechar vínculos con los países del Sur Global, especialmente en el mundo musulmán.

El artículo de Rachman acaba con estas palabras: “Es simplemente realista entender que las tendencias más fuertes hoy existentes en los asuntos mundiales son malignas y van a más“. 

El exministro alemán de asuntos exteriores, Joschka Fisher, acaba de publicar un artículo en el que  afirma que el  sorprendente paralelismo existente entre las guerras de Ucrania y de Gaza es que ambas implican una lucha por la misma sobrevivencia de un estado nación existente. Pero igualmente importante es, a su juicio, que las dos confirman que estamos siendo testigos del surgimiento de un nuevo orden mundial. Si bien Occidente presta su firme apoyo a Israel, potencias autoritarias como Rusia y China están presentes de manera oportunista del otro lado, igual que lo hacen gran parte de países del Sur Global, a causa de sus propios recuerdos traumáticos de la colonización.

“El mundo de la pax americana posterior a 1945 parece más vulnerable que nunca. Es difícil no pensar en el año 1914, cuando los acontecimientos cobraron vida propia y precipitaron la Primera Guerra Mundial“.

Javier Solana, por su parte, acaba de publicar un libro titulado “Testigo de un tiempo incierto “, que aspira a ser “una narración sobre un período fundamental de nuestra historia: desde la caída del muro de Berlín hasta la invasión rusa de Ucrania, como yo lo viví“. No le ha dado tiempo de incorporar en su libro el último desastre: la guerra de Gaza.

Lo primero que Solana reconoce en la introducción de su libro es que vivimos “tiempos muy difíciles e inciertos“. Dedica dos capítulos a Europa.

El primero lo titula al “difícil papel de Europa“, y en él dice que “la UE tendría que pasar de ser un actor comercial y económico de primer orden a serlo también en el ámbito de la política exterior y de la seguridad, pero hasta ahora no lo ha conseguido“.

En el segundo capítulo habla de los tres grandes retos a los que se enfrenta Europa. “En primer lugar. No cabe duda de que nuestro ADN como proyecto reside en la voluntad de seguir integrándonos para construir la paz y evitar la guerra en nuestro continente. En segundo lugar, Europa debe desarrollar sus capacidades para actuar de manera autosuficiente en la escena global. Por último, la cooperación multilateral con el resto del mundo y la resolución de los problemas que asolan a la humanidad en su conjunto y, sobre todo, a los países del Sur Global -como la pobreza, el cambio climático o la paz- deben ser nuestra señal de identidad para este siglo“.  

Acaba con estas palabras: “No soy un ingenuo, bien conozco las complejidades de la UE, pero haríamos bien en tomar ese camino “.

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