En los últimos años, el Brexit ha sido un drama, un verdadero terremoto con réplicas que ha impedido el retorno del sentido común a la política británica.
Algunos especialistas han escrito que “el Brexit ha perdido en tres años todo el lustre y apunta al panteón de las grandes derrotas de la política británica, junto a Suez y la guerra de Irak, un proyecto fundado en la locura, marinado en la fantasía, soportado por un nacionalismo inglés alocado, lleno de contradicciones y vendido a base de mentiras, un ejemplo de populismo en estado puro“.
Se estima que el Brexit ha costado el 5,5% del PIB británico y ha causado una bajada de impuestos de unos 100.000 millones de euros. También han descendido la productividad, la inversión y el comercio.
Las grandes promesas del Brexit no se han cumplido.
El supuesto potencial de la iniciativa Global Britain sólo ha resultado en cuatro nuevos tratados con terceros países, la política antimigratoria ha causado carencias de mano de obra, la India ha sobrepasado el PIB británico, los tipos de interés son más altos que los de la eurozona, el bienestar social decae, proliferan las protestas y la autosuficiencia ha resultado una ilusión. Hoy Reino Unido atraviesa una situación muy difícil, con un 10% de inflación y un gran descontento social.
Los conservadores británicos son los grandes culpables del Brexit.
Fue un tory, David Cameron, quien convocó con arrogancia en el 2016 el referéndum del Brexit ad maiorem gloriam suam y lo perdió. Según algunas encuestas, la ventaja que llevan los laboristas a los conservadores de cara a las próximas elecciones (posiblemente en octubre del 2024) es superior al veinte por ciento.
Si los británicos acudieran hoy a las urnas, sufrirían la mayor derrota en un siglo, y su presencia en la Cámara de los Comunes quedaría reducida a 45 escaños, por detrás del SNP (Scotish National Party) escocés, que sería la oposición oficial.
La popularidad de los conservadores está en caída libre, después de catorce años en el poder, con cinco primeros ministros en los últimos siete años y tras la caída ignominiosa de sus dos últimos líderes, el frívolo Boris Johnson y la iluminada Liz Truss.
La Gran Bretaña post Brexit debía ser un Eldorado, pero se asemeja más bien a una serie popular de la televisión británica, llamada Happy Valley, que presenta un país económicamente deprimido y socialmente fracturado.
Liz Truss ha intentado reivindicarse atribuyendo su caída a una conspiración del establishment de izquierdas y lidera un grupo de cincuenta diputados que piden menos impuestos. Boris Johnson sigue urdiendo entre bastidores un posible estribillo, mientras se embolsa millones pronunciando conferencias. El Partido de la Reforma del inefable mentiroso ultraderechista, Nigel Farage, gana adeptos.
Sin embargo, el actual primer ministro conservador de origen hindú, Rishi Sunak, ha apostado por recuperar el sentido común y tranquilizar a los mercados tras las provocaciones de Truss, devolver un aire de normalidad a la política, establecer objetivos asequibles y trabajar muchas horas en la sombra, sin llamar la atención. Los tories tienen un gran problema de supervivencia y Sunak se ha propuesto superarlo.
De ahí nace el Acuerdo Marco de Windsor (The Windsor Framework) firmado con la UE el pasado 27 de febrero.
Este Acuerdo significa el comienzo de una nueva era en las relaciones entre Reino Unido y la UE. Es un acuerdo suficientemente sutil para satisfacer a las dos partes en conflicto. Se ha podido materializar después de un encuentro de Sunak con la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen. Para dar mayor solemnidad y pompa a la ocasión, la diplomacia europea ha rematado el trabajo tomando el té con el rey Carlos III en su castillo de Windsor.
En la presentación del Acuerdo, Sunak ha declarado lo siguiente.
“Han desaparecido las tensiones comerciales y políticas entre ambas partes, existe una gran cooperación en la defensa contra la agresión de Putin, así como un gran entendimiento en seguridad energética y en la lucha contra el cambio climático, el Reino Unido ha sido admitido en el programa Horizon de investigación científica y ambas partes quieren comportarse como amigos y aliados en un mundo hostil. Hoy hemos cambiado el protocolo original y presentamos el nuevo Acuerdo Marco de Windsor. Gracias a él, habrá un intercambio comercial más suave y fluido a lo largo de todo el Reino Unido, se protegerá el sitio que corresponde a Irlanda del Norte dentro de nuestra Unión y quedará salvaguardada la soberanía del pueblo norirlandés“.
El gran tema pendiente que debía resolverse era la existencia de una frontera entre Irlanda del Norte y el resto de Gran Bretaña.
La República de Irlanda, estado miembro de la UE, se convertía en la nueva frontera externa del Reino Unido después de abandonar la UE. La cuestión que se planteaba era cómo proteger el mercado interior de la UE sin una separación física en medio de la isla de Irlanda.
El Acuerdo del Viernes Santo de 1998 puso fin a décadas de violencia sectaria. El Protocolo de Irlanda del Norte, la fórmula acordada por Reino Unido y la UE, consistió en retener a Irlanda del Norte dentro del mercado interior de la UE y el espacio aduanero comunitario. Los controles después del Brexit deberían realizarse en el mar de Irlanda que la separa de Gran Bretaña.
A partir de la entrada en vigor de aquel Protocolo, todos los productos que viajaban desde Gran Bretaña (formada por Inglaterra, Escocia y Gales; si se le suma Irlanda del Norte, pasa a denominarse el Reino Unido) en Irlanda del Norte o viceversa deberían someterse a los controles aduaneros, sanitarios y fitosanitarios correspondientes.
Aumentaron los trámites burocráticos y los costes operativos de aquellas empresas británicas que comerciaban con el territorio norirlandés. La comunidad protestante de Irlanda del Norte, siempre susceptible, protestó enérgicamente en contra de la solución adoptada. Todo ello casi llevó a ambas partes en conflicto a una guerra comercial.
La difícil cuestión se ha resuelto en el Acuerdo Marco de Windsor estableciendo un carril verde para los productos destinados a la provincia del Norte y otro rojo, con más controles y declaraciones de aduanas, para los destinados a la República de Irlanda y el resto de la UE.
Más complejas y obtusas son las cuestiones que hacen referencia a la jurisdicción y soberanía, sobre las que Bruselas ha hecho concesiones que negó a todos los primeros ministros predecesores de Sunak.
La Asamblea de Stormont (Irlanda del Norte) podrá establecer «un freno de emergencia» a la aplicación de nuevas normativas comunitarias en la provincia con el apoyo de al menos treinta parlamentarios de dos partidos, siendo los tribunales norirlandeses la primera instancia en la adjudicación de disputas comerciales.
Pero el Tribunal Europeo de Justicia seguirá siendo el árbitro último como defensor del mercado único, un concepto que hasta ahora habían rechazado los unionistas y los euroescépticos más recalcitrantes de la Cámara de los Comunes.
Es probable que algunos continúen con esa posición. Boris Johnson ha estado callado como un muerto. El DUP (Partido Unionista del Ulster) no ha bendecido con entusiasmo el Acuerdo y ha pedido tiempo para estudiar la letra pequeña y que sus abogados consideren si existe o no una renuncia de soberanía.
La recepción ofrecida a Von der Leyen por el rey Carlos III ha levantado una gran polvareda, porque se supone que el monarca no debe hacer política, y en Gran Bretaña no hay nada más político que el Brexit.
A los euroescépticos y unionistas del DUP no les ha gustado porque parece que es poner el sello real en el Acuerdo de Windsor, con una puesta en escena muy preparada, digna de un Oscar. La explicación oficial es que ha sido idea de Palacio, sin papel alguno de Downing Street y un simple gesto de cortesía para hablar de todo.
Ahora falta por ver si alguien levanta la mano y objeta el Acuerdo. O si por el contrario el DUP se apunta a la fiesta y permite la reanudación del gobierno autonómico de Irlanda del Norte, liderado por el Sinn Fein como ganador de las últimas elecciones y que lleva un año bloqueado.
Es el requisito que pone el presidente estadounidense Biden para visitar la provincia en abril para conmemorar el 25º aniversario de los acuerdos de paz del Viernes Santo. Un aviso serio a todos los implicados. Sunak está presionando a los unionistas norirlandeses a aceptar el acuerdo con la UE. Avisa que impulsará el Acuerdo sin o con el apoyo del DUP.
Los norirlandeses llevan más de un año sin gobierno en Belfast.
Los unionistas se negaban a mover ficha hasta que Londres no ejecutara cambios en el Protocolo. De momento no han dado su apoyo a Sunak, pero tampoco le han retirado. En cualquier caso, será complicado que haya gobierno en Belfast el 10 de abril, 25º cumpleaños de los acuerdos de paz. Sunak se ha comprometido a someter a votación el nuevo pacto con Bruselas en la Cámara de los Comunes. No ha fijado fecha. Quiere que tanto unionistas como euroescépticos tengan tiempo de inspeccionarlo en detalle. Él contempla el acuerdo como definitivamente cerrado.
Después de un período lleno de escándalos, Rishi Sunak ha devuelto cierta dignidad al Partido Conservador. La política británica recupera su imagen tradicional de credibilidad y competencia. La cara sonriente de Úrsula von der Leyen en la rueda de prensa conjunta ofrecida en el castillo de Windsor lo decía todo. La presidenta de la CE se mostraba aliviada de estar tratando con un negociador serio en lugar de un showman, como Boris Johnson. Ella se refirió varias veces a Sunak como “querido Rishi” y elogió su honestidad, fiabilidad y valores.
El Acuerdo Marco de Windsor marca el inicio de un nuevo capítulo en las relaciones entre Reino Unido y la UE, según palabras de Sunak, alejado de las amenazas que en su día esgrimió Boris Johnson y que estuvieron a punto de desembocar en una guerra comercial entre ambas partes.
La frontera entre la República de Irlanda y la provincia británica de Irlanda del Norte es la única terrestre que existe entre Reino Unido y la UE, salvo la de Gibraltar, sobre la que todavía no se ha llegado a un pacto.
En el horizonte político del Reino Unido existen tres datos clave.
El primero, las próximas elecciones generales, que tendrán lugar antes de 2025, que podrían desembocar en un gobierno laborista.
El segundo, las elecciones presidenciales americanas en noviembre de 2024. El vínculo con Washington no atraviesa su mejor momento y no ha llegado la nueva y fuerte “relación especial” deseada por Londres.
El tercero, la revisión quinquenal del Acuerdo comercial con la UE, que se producirá en el 2025 y que podría dar el pistoletazo de salida a una nueva política europea británica.
Con una Global Britain que se tambalea, uno se pregunta a qué papel aspira el Reino Unido en un mundo dominado por Estados Unidos, China y una UE en medio a la que el Reino Unido ya no pertenece.
«Reino Unido ha perdido un imperio y no ha encontrado todavía su papel en el mundo», decía ¦acertadamente Dean Acheson hace unas décadas. Será difícil pretender ser una potencia internacional si el Reino Unido no es capaz de establecer una relación fluida con la realidad incuestionable que es hoy la UE, a pesar de no haber llegado todavía al estatus de verdadero actor global ni alcanzado su unión política federal.
La Administración Biden no tiene el sesgo antieuropeo de Donald Trump y ya ha hecho saber que las «relaciones especiales» con Reino Unido deben pasar necesariamente por un entendimiento con la UE.
Lo más probable es que pase un tiempo hasta que la realidad evidencie a la mayoría de británicos que fuera de la UE existen más inconvenientes que las ventajas prometidas.
Acreditados analistas están convencidos de que los británicos, pronto o tarde, se acercarán otra vez a Bruselas, pero no lo harán como si nada hubiera pasado, sino que tendrán que admitir su error y ofrecer garantías de que no volverán a marear las instituciones comunitarias por unas ideas supremacistas y nacionalistas radicales que les han llevado al actual arrinconamiento, a pesar de ser una sólida potencia de tipo medio.
Las próximas elecciones británicas, previstas para antes de 2025, después de catorce años de gobiernos conservadores, pueden suponer un cambio de rasante en las relaciones entre Reino Unido y la UE.
Será difícil pretender ser una potencia internacional si Reino Unido no es capaz de establecer una relación fluida con la realidad incuestionable que es hoy la UE Share on X