No perderemos el tiempo tratando del “acuerdo de claridad” de Aragonès

A pesar de que el sentir de los medios de comunicación es prácticamente unánime, excepto TV3 que no es precisamente un modelo de neutralidad a pesar de ser una televisión que pagamos todos, nadie se toma en serio el “acuerdo de claridad” sobre el que ha vuelto a insistir Pere Aragonès, a pesar de que el Parlamento de Cataluña ya se lo liquidó con un voto adverso el 30 de septiembre pasado. Volver a sacar este trasto viejo de la chistera ya no despierta ningún interés. Solo sirve para manifestar lo escaso que está de recursos ERC en el ámbito del independentismo. Como no quiere reconocer esta evidencia, de que en realidad es un Partido Republicano español aliado con otros partidos españoles, porque teme el daño que esto le causaría electoralmente, debe continuar manteniendo vivo el sentir independentista, aunque sea con productos tan averiados como el llamado “Acuerdo de Claridad”.

Es una desgracia para el país que la política se haya convertido en una farsa que además todos saben que lo es, y que, por lo tanto, no queda ni espacio para el engaño, excepto para aquellos electores que desean ser engañados y que vistos los resultados no son pocos.

Hay que añadir que JxCat en su línea más oficial no tiene tampoco una respuesta para su pretendida opción independentista, y de ahí que se vea con gran esperanza la posibilidad de que Trias, si triunfa, abra la brecha por la que pueda penetrar el espíritu enlatado, pero no perdido, de la antigua Convergència: la del Gobierno, el pragmatismo y el intento de contentar a una mayoría de catalanes junto a una defensa de la lengua propia, pero sin ninguna vocación explícita de alcanzar la independencia. Pero todo esto no llega.

Mientras tanto, el gobierno de la Generalitat, en manos de la pequeña minoría de ERC que solo representa el 10% del electorado, hace aguas por todas partes. Las hace obviamente en el Parlamento porque le es imposible sacar adelante ninguna medida, pero lo es también en la gobernación donde viene fracasando en todos los grandes empeños que el país tiene planteados.

Para citar un ejemplo importante, hay que recordar el resultado final de la sustitución industrial en el terreno de Nissan, después de que esta empresa cerrara la planta. Ha pasado el tiempo y el resultado es muy pobre y no compensa los lugares de trabajo ni el valor añadido perdido por la marcha de la fábrica de automóviles, y mucho menos todavía palía el destrozo cometido en la industria auxiliar que generaba muchos más puestos de trabajo que la propia Nissan directamente.

Para situar otro ejemplo basta reseñar el desastre al que nos somete una sequía, largo tiempo anunciada, en un país que estructuralmente sufre de estrés hídrico y de sequías recurrentes y que desde los años 20 del siglo pasado tiene pendientes infraestructuras y grandes medidas a realizar para garantizar que, a pesar de las condiciones adversas, se pueda disponer de agua. Pero como ERC no sabe gobernar termina sacándose depauperados conejos de la chistera para distraernos.

La realidad pura y dura señala que la independencia de Cataluña solo sería hipotéticamente posible a través de un largo y duro conflicto con España, tan importante que obligara a la Unión Europea a tomarla en consideración y eso significa que debería ser un enfrentamiento magno. Pero claro, el independentismo que ansía la moqueta gubernamental no está dispuesto a perder la gobernación a corto plazo por una hipotética y difícil victoria a largo plazo, con el riesgo de que por el camino una gran mayoría de catalanes rechacen esta posibilidad, porque lo que desean es que se resuelvan sus problemas y vivir mejor, aunque sea solo como un gobierno autonómico de España.

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