Privilegio islámico, discriminación para los demás

Hay decisiones políticas que, si no existieran, habría que inventarlas. Son como esos experimentos sociales que nadie se atrevería a probar en un laboratorio, pero que el Estado ejecuta con admirable entusiasmo. El último lo firma el Ministerio de Educación, bajo la dirección de Pilar Alegría, y consiste en imponer menús escolares 100 % halal — y sin rastro de cerdo— en seis colegios públicos de Ceuta. En total, más de 700 alumnos, que comerán como en un país musulmán, aunque vivan en territorio español. Todo ello, por supuesto, en nombre de la inclusión y la diversidad. A lo que añaden la salud alimentaria desde el ministerio.

El contrato adjudicado por el Ministerio exige que todas las carnes servidas sean halal y prohíbe expresamente la carne de cerdo. La justificación oficial es casi poética: “adaptar los menús a las circunstancias culturales y religiosas del alumnado”. Y uno, que es de natural ingenuo, se pregunta: ¿por qué esa adaptación no puede ser plural, en vez de exclusiva? ¿Por qué los menús se ajustan a una confesión y no a todas?

Neutralidad a la carta

El Ayuntamiento de Ceuta aclara que cada centro decide sus menús según las características de sus alumnos. Pero lo cierto es que esta decisión, que podría haber sido razonable en la flexibilidad, se convierte en un dogma: se impone a todos los alumnos, musulmanes y no musulmanes. Si Josep Pla viviera, escribiría que el Estado moderno ha sustituido el catecismo por el boletín oficial. La nueva liturgia ya no se predica en las iglesias, sino en los comedores escolares.

Conviene detenerse un instante y observar los detalles, porque en ellos se esconde la política real.

Primero: la medida discrimina a los alumnos no musulmanes por partida doble. Los obliga a seguir una norma religiosa que no les corresponde y, al mismo tiempo, ignora las prescripciones propias de su fe —por ejemplo, la abstinencia de carne durante la Cuaresma—.

Segundo: lo razonable sería ofrecer opciones, no imponer dogmas. Pero aquí parece que la minoría que dicta costumbre se transforma automáticamente en mayoría moral.

Tercero: se confunde inclusión con imposición, y neutralidad con complacencia. El resultado es una paradoja digna de manual: el Estado laico que actúa como clérigo selectivo.

Dos varas de medir

El caso no sería tan grave si no revelara un patrón que se repite. Allí donde el islam es mayoría, se exige respeto y adaptación. Pero allí donde el cristianismo lo es —en el resto de España—, la norma se convierte en sospecha y el símbolo en delito. En nombre del laicismo se arrasan belenes, se minimizan las clases de religión y se convierten los colegios en escenarios neutros donde solo prospera lo exótico.
La laicidad, que consistía en separar Iglesia y Estado, ha derivado en un laicismo militante que solo parece tolerar una religión: la ajena.

En Cataluña, por ejemplo, el anticatolicismo ha alcanzado la categoría de virtud cívica. Se prohíben belenes y se sustituyen por paisajes invernales de manual escolar —a los que solo les falta Heidi para completar la postal—. No se trata de progresismo, sino de una forma refinada de negación cultural. El resultado es un país que se avergüenza de su tradición mientras celebra con fervor la del vecino.

La hipocresía institucional

El Ministerio proclama su compromiso con la diversidad religiosa mientras olvida otras diversidades más incómodas. Es el mismo Gobierno que olvida su deber constitucional de presentar presupuestos a tiempo, incurriendo en una ilegalidad tremenda, pero se muestra escrupuloso a la hora de exigir la norma legal de la lista de los médicos objetores de conciencia ante el aborto. Lo legal se vuelve relativo según el tema. En un caso, la ley se ignora; en otro, se sacraliza.

Esa flexibilidad moral —que Pla habría descrito como “la gimnasia preferida del político moderno”— explica buena parte de nuestra confusión colectiva.

Y todo esto en nombre del progreso. Pero, ¿qué progreso es este que se dedica a borrar las raíces culturales de su sociedad mientras multiplica privilegios religiosos ajenos? El viejo adagio liberal decía que el Estado debía ser neutral. Hoy, el nuevo credo oficial parece decir: “serás neutral, pero solo con lo que nos convenga”.

Sumisión o rutina

Al final, la famosa novela Sumisión de Michel Houellebecq empieza a parecer menos una ficción y más un guion administrativo. La izquierda, huérfana de causas épicas, ha encontrado en el islam cultural una bandera nueva con la que cubrir sus enseñas deshilachadas. La religión que desprecia en casa la celebra fuera. Y lo hace con una mezcla de paternalismo, culpabilidad histórica y esa fe inquebrantable en la corrección política que ya es religión por sí misma.

Si Josep Pla hubiera leído el pliego del Ministerio, habría anotado en su cuaderno: “Todo por la igualdad… salvo el menú”. Y habría añadido, con su sorna habitual: “Nunca un plato de lentejas tuvo tanto contenido ideológico”.

Twitter: @jmiroardevol

Facebook: josepmiroardevol

El laicismo moderno: prohibir belenes y servir solo carne halal. #España #Neutralidad #EducaciónPública #IdentidadCultural Compartir en X

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