¿Procés o progreso? La gran renuncia catalana

El descenso de participación en la Diada de este año es ya un hecho incuestionable, y se inscribe en una tendencia de deshinchamiento político que ha ido acompañada de una retirada progresiva de las velas de los principales partidos “independentistas” respecto al Procés. Hoy tanto Esquerra como Junts han vuelto a poner el foco en las cuestiones del día a día, aunque intenten mantener un cierto folclore hacia una Itaca cada vez más poética y menos realista.

Desgraciadamente, estos años de Procés han sido, en la práctica, un fracaso. Cataluña no ha logrado avanzar en ningún ámbito de autogobierno, y debates que parecían definitivamente superados, gracias a un amplio consenso social y político, se han vuelto a abrir. Es el caso, por ejemplo, de la promoción y centralidad del catalán, con la inmersión lingüística como modelo educativo, que hoy vuelve a estar cuestionada.

El catalanismo, entendido como la voluntad del pueblo catalán de progresar y construirse como Nación, ha quedado fagocitado por una dinámica procesista inoperante, sin temple y, lo que es aún más preocupante, con una creciente desconexión entre gran parte de la sociedad y el anhelo catalanista.

¿Cómo revertir esta situación? El president Pujol lo tenía claro. En su conocida conferencia en ESADE, en 1975, concluía que “una política catalana debe ser una política social” y que “hacer política significa seguir haciendo país, y un país no se hace si no lo hace el pueblo”. Cataluña debía ser, pues, líder en el Estado en todos aquellos ámbitos que garantizaran el progreso colectivo, y durante un tiempo así fue. Sanidad, educación, industria, innovación… Los ciudadanos experimentaban en su día a día que catalanismo y progreso caminaban juntos. Sin embargo, hoy ya no es así.

Después de años de estirar el chicle del legado, este ya no da para más. Las listas de espera en la sanidad baten récords y muchas familias no pueden acceder a especialistas en plazos razonables; los resultados educativos en las pruebas internacionales muestran un retroceso y un empeoramiento en competencias básicas; el coste de la vivienda se ha disparado haciendo difícil para los jóvenes emanciparse; la pobreza infantil se sitúa entre las más altas de Europa; y el tejido industrial e innovador pierde fuerza ante otras comunidades y regiones europeas.

En conclusión, si se quiere que Cataluña vuelva a convertirse en un verdadero proyecto nacional con capacidad de seducir y movilizar, es necesario que recupere su papel como sinónimo de prosperidad y progreso. Al fin y al cabo, las personas tenemos unas necesidades básicas y unos anhelos concretos, y si el país no es capaz de ofrecer una sanidad más ágil, una educación de mayor calidad o unas oportunidades de futuro mejores que el resto de comunidades, ¿cómo se puede esperar que la sociedad catalana abrace un horizonte más ambicioso?

Hoy tanto Esquerra como Junts han vuelto a poner el foco en las cuestiones del día a día, aunque intenten mantener un cierto folclore hacia una Itaca cada vez más poética y menos realista Compartir en X

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