La Covid-19 y la aceleración de la policrisis occidental

Cinco años después de la primera ola de la Covid-19, el mundo parece estar ya muy lejos de esa primavera trágica del 2020.

Y es precisamente gracias a la distancia temporal que podemos empezar a analizar los profundos impactos de la pandemia en nuestras sociedades occidentales.

En un mundo que parece acelerarse sin cesar y donde nadie sabe esperar, un buen ejemplo de los frutos que puede llevar un trabajo paciente fue el informe de la gestión de la pandemia realizado por la Cámara de Representantes de Estados Unidos y publicado el pasado 4 de diciembre.

No vale la pena entrar en detalles porque Josep Miró i Ardèvol ya hizo un excelente análisis  de sus puntos clave. Sin embargo, sí cabe destacar que muchas de las decisiones tomadas en ese contexto, tanto de los políticos como de los “expertos”, demostraron ser contraproducentes algunas, y muy cuestionables otras.

Entre estas destacan que muchas restricciones a las libertades civiles, como el uso de mascarillas y confinamientos estrictos, estaban carentes de base científica sólida. El cierre de escuelas y universidades tuvo un impacto negativo duradero en el desarrollo académico, emocional y social de niños y jóvenes. Científicos y políticos intentaron desestimar la teoría del origen del virus en laboratorio, que ahora se admite como la más probable. El papel exagerado de la policía y los «denunciadores ciudadanos» contribuyeron a un clima de control social.

Todo ello ha erosionado grave y durablemente la confianza en las instituciones.

Por otra parte, la pandemia fue vivida de formas muy desiguales según la situación socioeconómica y familiar de cada persona. Todavía hay quien la recuerda hoy como un receso dorado en la casa de campo, mientras que otros como un encarcelamiento en pisos pequeños, ya sea con niños pequeños que tenían prohibido salir al parque de enfrente o con personas mayores carentes de asistencia.

Un período tan complejo no podía estar ausente de consecuencias para la confianza en las instituciones y la cohesión social.

Según datos recopilados en el Financial Times, el pasado febrero tres cuartas partes de los estadounidenses pensaban que la pandemia había tenido el efecto de acelerar las divisiones del país. En Reino Unido, la confianza en la policía se desplomaba y un porcentaje récord del 45% afirmaba que “casi nunca” confiarían en que gobiernos de ningún color antepongan a la nación a los intereses partidistas (un 22% más que en medio de la pandemia).

A pesar de este desastre para las instituciones y por el propio funcionamiento de la democracia, en ninguna parte del mundo los políticos parecen haber tomado nota. Por ejemplo, en España no ha habido comisión parlamentaria alguna para identificar las responsabilidades políticas de la desastrosa gestión de la pandemia. En Estados Unidos, demócratas y republicanos se han atrincherado en sus respectivos errores (confinamientos masivos, por un lado, y escepticismo en las vacunas, por otro).

Por último, la pandemia ha provocado o acelerado otros fenómenos que están poderosamente contribuyendo a nuestra policrisis que debilita cada vez más el tejido social occidental, como la inflación y el boom de la inmigración a partir del año 2022.

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