Barcelona caos urbanístico de la era Colau-Collboni

Barcelona se enorgullece de tener más de 93.000 locales comerciales, pero la realidad es que muchos de estos establecimientos en los barrios tradicionales están en declive a causa de la competencia del comercio electrónico. A excepción de aquellos situados en zonas turísticas, muchos parecen condenados a cerrar, lo que pone de manifiesto que, más allá del turismo, el consistorio no ha aportado soluciones efectivas.

Según el catastro, en los últimos 15 años, Barcelona ha experimentado un modesto crecimiento del 10% en el número total de locales, pero más de la mitad corresponde exclusivamente a la hostelería y servicios turísticos. El resto apenas ha crecido un pírrico 5%, una cifra que, lejos de mejorar, ha empezado a retroceder, ya que los nuevos hábitos de consumo prefieren el fácil clic al paseo por el barrio.

Mientras, la paradoja reina en la ciudad. Barcelona, ​​que solía ejercer con naturalidad su capitalidad sobre Cataluña, se está convirtiendo progresivamente en una urbe incomunicada, con dificultades de movilidad crecientes. Es más fácil llegar a Barcelona desde cualquier capital europea que desde algunos puntos de Cataluña, gracias al embotellamiento circulatorio provocado por la peculiar visión urbanística del tándem Colau-Collboni.

Y qué decir del tranvía: una solución del siglo XIX para problemas del siglo XXI, creando más barreras que conexiones efectivas

Estos casi doce años de gobierno de Colau y Collboni pueden resumirse en una máxima: “menos coches, más embotellamientos”. La gestión del tráfico se asemeja a una tragicomedia urbana, con inversiones faraónicas como el túnel de Glòries, que no solo no ha mejorado la circulación, sino que ha empeorado el tráfico de la zona. Y qué decir del tranvía: una solución del siglo XIX para problemas del siglo XXI, creando más barreras que conexiones efectivas. Otros experimentos fallidos incluyen la reconversión de Via Laietana y la surrealista transformación de la calle Consell de Cent.

Mientras, Madrid observa desde la distancia con cierto alivio. Su modelo, aunque con problemas, apuesta por facilitar tanto la movilidad pública como la privada, algo que en Barcelona parece un anatema. La capital catalana ha logrado la proeza de reducir el uso del coche privado y, al mismo tiempo, mantener las calles y los accesos colapsados.

La ausencia de un verdadero modelo alternativo de transporte público, esencial antes de cualquier drástica restricción, subraya la gestión ideológica y poco pragmática del consistorio barcelonés. El resultado es evidente: una ciudad excesivamente dependiente del turismo, una actividad de baja productividad que maquilla cifras económicas, pero que no genera un tejido sólido ni sostenible.

Para empeorar la situación, los jóvenes barceloneses son expulsados ​​progresivamente de la ciudad a causa de la inacción municipal en materia de vivienda, lo que aumenta la gentrificación y deteriora el capital social

Hoy, Barcelona tiene barrios centrales en decadencia, periferias marginadas, residentes envejecidos y expatriados que transforman su identidad sin arraigarse.

Urge una transformación radical que convierta a Barcelona en un modelo de ciudad sostenible del siglo XXI, regenerando su patrimonio arquitectónico y aplicando tecnologías innovadoras, desde energías renovables hasta inteligencia artificial, para resolver los problemas de movilidad. Y, sobre todo, es imprescindible poner fin a la creciente vergüenza de más de 1.384 personas viviendo en la calle.

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