La gran esperanza de Kiev y de los gobiernos europeos era que el conflicto bélico en Ucrania tuviera una resolución rápida a favor de ese país.
Para conseguirlo, y una vez descartada la vía diplomática, la principal vía era la contraofensiva ucraniana de primavera.
Principales operaciones militares de primavera-verano
El plan ucraniano reposaba en tres factores clave: el equipamiento relativamente moderno enviado por Occidente, el entrenamiento masivo de los ucranianos reclutados durante el primer año de guerra (y que también contó con una participación occidental importante), y el asesoramiento y la inteligencia facilitadas por Estados Unidos.
Sin embargo, los ataques ucranianos que empezaron a inicios de junio pronto demostraron ser un fracaso operacional y Ucrania perdió algunas de sus mejores unidades intentando perforar sin éxito las líneas de defensa rusas en el sureste del país.
Desde finales de junio, Ucrania ha tenido que rebajar drásticamente sus ambiciones militares. Sus progresos sobre el terreno se resumieron en la captura de varias poblaciones menores y en la perforación parcial de la línea principal rusa, sin conseguir romperla.
Rusia por su parte ha contestado con ataques secundarios en el noreste, que también se han saldado con progresos nada significativos.
El único frente en el que la guerra ha tomado un cambio de rumbo desde la contraofensiva ucraniana ha sido en el teatro de operaciones del mar Negro. Ucrania ha logrado con cierta pericia romper el bloqueo naval ruso y hacer que por primera vez desde el comienzo de la guerra barcos mercantes puedan cargar y descargar en sus puertos, independizándose de los acuerdos del grano con Moscú.
Guerra de maniobras, guerra de posiciones y guerra de desgaste
Sin embargo, los analistas militares apuntan ya que el conflicto ha adoptado un carácter nuevo, de guerra de posiciones.
En contraposición con la guerra de maniobras que había predominado durante la ofensiva inicial rusa y la contraofensiva ucraniana de finales de verano de 2022, la guerra de posiciones se caracteriza por la incapacidad de ningún bando de realizar avances significativos sobre el terreno. También se vincula con la fortificación del frente y con cierto empate técnico de las fuerzas enfrentadas.
Algunos estudiosos militares hablan del equilibrio entre el armamento defensivo (por ejemplo, la artillería) y el ofensivo (por ejemplo, los carros de combate). En las circunstancias del actual conflicto bélico el segundo habría demostrado ser superior al primero, fomentando por tanto las estrategias basadas en la defensa y el mantenimiento de posiciones, e incrementando los costes de lanzar ataques hasta el punto de hacerlos inaceptables.
La guerra de posiciones tiende a convertirse en una guerra de desgaste, en la que los dos bandos entran en una dinámica perversa que consume recursos humanos, materiales y financieros hasta que uno de los dos los agota.
La Primera Guerra Mundial es la guerra de desgaste por antonomasia y deja perfectamente en evidencia la proporción del desastre humano, económico y social que conlleva para todos los países implicados, incluyendo al vencedor. Por tanto, que el actual conflicto en Ucrania adopte sus características es una muy mala noticia para los dos bandos.
¿Tiene Ucrania más posibilidades de perder una guerra de desgaste contra Rusia?
El debate está servido para saber si Rusia o Ucrania están mejor preparados para soportar una guerra de desgaste.
Algunos analistas apuntan que Ucrania tiene garantizado el apoyo militar y financiero de Europa y Estados Unidos y que, por tanto, podría conseguir situarse en un plan tecnológico superior que le permita poner fin al conflicto.
Esta visión sin embargo no tiene en cuenta varios factores clave.
El primero es el tiempo que debería pasar -durante el cual la asistencia occidental debería ser ininterrumpida- para que Ucrania lograra situarse en una posición tecnológica suficientemente dominante. Es en el mejor de los casos cuestión de un par de años, y eso sin tener en cuenta que Rusia también está modernizando a marchas forzadas su arsenal con el apoyo directo de Irán e indirecto de China.
En segundo lugar, tampoco tiene en cuenta que Rusia puede valerse económicamente por sí misma gracias a las exportaciones de materias primas y de energía, mientras que Ucrania es mucho más dependiente de la ayuda exterior, y por tanto sensible a los cambios de rumbo político extranjeros.
En este sentido, si la crisis económica y financiera que amenaza a Occidente acaba llegando en los próximos meses, Ucrania podría verse progresivamente privada de los recursos que necesita para proseguir la guerra.
En tercer lugar, la demografía juega claramente contra Ucrania: el país es menos de un tercio de Rusia, pero es que además su tasa de fertilidad es sensiblemente menor y sufre desde hace años un auténtico éxodo de población hacia los países de Europa central y del oeste, que la guerra ha acelerado aún más.
En definitiva, una guerra de desgaste sitúa tanto a Kiev y Moscú en el peor escenario posible. Sin embargo, en principio esta penaliza comparativamente más a Ucrania. Por su parte, Occidente y Europa en particular deben ser conscientes de que el precio por mantener su posición favorable a la vía militar podría resultar inasumible.