En el ámbito del clima, las buenas noticias no abundan. Pero incluso cuando éstas llegan, o pasan desapercibidas o se añade enseguida que son del todo insuficientes.
Sea como fuere, cada vez más fuentes apuntan a que el mundo ya vislumbra el fin de la era de las energías fósiles.
De hecho, Converses ya apuntaba hace cuatro años que según la consultora McKinsey&Company, la demanda global de energía (de fuentes renovables y no renovables combinadas) se estancaría alrededor del 2035.
Ahora, un nuevo informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) apunta en la misma dirección y afirma que la demanda mundial de petróleo, gas natural y carbón llegará a su punto culminante antes de lo previsto, antes de 2030, y empezará a recular inmediatamente después.
Según el organismo internacional, principalmente financiado por los países de la OCDE, este descenso acelerado se debe al rápido crecimiento de las energías renovables y la expansión del vehículo terrestre eléctrico.
El director de la AIE, Fatih Birol, analizó estos resultados como «un punto de inflexión histórico» que demuestra que «las políticas climáticas sí funcionan».
Las felicitaciones vinieron acompañadas de la protocolaria oración coordinada adversativa «pero es necesario hacer más» para seguir acelerando la transición energética y reducir emisiones contaminantes. Y eso a pesar de los obstáculos políticos (léase, «democráticos») que muchas de las medidas están generando en Europa y Estados Unidos, donde cada vez son menos populares debido a los efectos que generan sobre los precios.
Uno de los mercados donde este fenómeno de empobrecimiento es más evidente es el de la movilidad, ya que los coches eléctricos siguen siendo notablemente más caros que sus equivalentes diesel y gasolina, lo que está convirtiendo los vehículos nuevos en un bien de lujo.
También hay que matizar que el anterior pronóstico de la AIE data de tan sólo 12 meses, y que, por tanto, puede faltar la retrospectiva. En cualquier caso, la agencia ha insistido en que durante este período las medidas en pro de la transición energética se han acelerado notablemente.
Pero en realidad estos cambios no han venido principalmente del mundo occidental y menos de Europa, que contribuye en un porcentaje prácticamente insignificante en las emisiones mundiales.
La AIE destaca de hecho los «cambios estructurales» que se están dando en China a medida que su economía evoluciona de las industrias pesadas a sectores menos intensivos en consumo energético. Además, la energía solar, eólica y nuclear están copando el crecimiento de la producción energética del gigante asiático en detrimento del carbón.
Leyendo entre líneas se demuestra que lo que haga Europa para intentar reducir aún más sus emisiones resulta quizá no anecdótico, pero sí secundario, y parece tener como principal efecto fijar un ejemplo a seguir por los demás (aunque es exagerado pensar que Pekín esté considerando Bruselas como una referencia en éste o en ningún otro ámbito).
Otro punto que debería verse es si el informe de la AIE considera plenamente el papel de la India, que asume cada vez más lo que China tenía hasta ahora, ser la «fábrica del mundo». La guerra de Ucrania y las sanciones occidentales contra el petróleo ruso ya han demostrado que Nueva Delhi necesita importar energía de forma masiva, y todo indica que las emisiones contaminantes indias podrían incrementarse de forma importante en los próximos años.
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