Europa entera sufre una verdadera fiebre por instalar más y más infraestructuras de generación de electricidad mediante recursos renovables. De hecho, sólo el año pasado la Unión Europea incrementó en un 47% la producción procedente de fuentes fotovoltaicas y un 47% más la eólica.
La tan aireada transición energética se está llevando a cabo de una forma aún más acelerada desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia, puesto que los 27 han hecho verdaderos esfuerzos para reducir su dependencia del gas natural ruso: éste representaba el 40% del total en 2021, y bajó hasta el 10% en 2022 según datos recopilados por Expansión .
España es una de las puntas de lanza de esta revolución en Europa. De hecho, el país cubre en la actualidad el 53% de su demanda energética a través de fuentes renovables. Pero afronta ahora un reto de tipo diferente y que no puede resolverse instalando más y más molinos de viento o placas solares.
Se trata de la cuestión crucial y demasiado a menudo obviada del almacenamiento de la electricidad producida mediante fuentes renovables.
El problema es tan sencillo de entender como difícil de resolver: con las energías fósiles o con la nuclear, el flujo de electricidad que entra en la red de distribución puede adaptarse en función de las necesidades de cada instante: cuando se produce un pico de demanda, basta con quemar más gas, carbón o uranio. Y el procedimiento inverso permite evitar pérdidas en momentos de escaso consumo.
Pero en cambio, el sol y el viento no responden (por lo menos de momento) a las órdenes de los humanos. Incluso el agua, sobre todo cuando escasea como es el caso actualmente en buena parte de la península ibérica, no se puede siempre regular para optimizar la producción eléctrica.
El problema de la gestión de las renovables no se da sólo en los bajones de producción, sino también en los picos, que producen un fenómeno llamado volcado: hay momentos en que la producción es tan alta que la electricidad generada se debe rechazar para evitar fatales sobrecargas de la red, puesto que el consumo es incapaz de absorberla.
Como los precios de los vehículos eléctricos están demostrando, las baterías eléctricas son con diferencia el elemento más caro del conjunto
Por tanto, para seguir incrementando el porcentaje total de energía producida por renovables es indispensable desarrollar inmensas capacidades de almacenamiento de electricidad.
Es un reto tecnológico y económico mayúsculo: como los precios de los vehículos eléctricos están demostrando, las baterías son con diferencia el elemento más caro del conjunto.
La tecnología actual de baterías eléctricas de alta capacidad, basadas principalmente en el litio, resulta inaplicable para satisfacer la ingente necesidad de almacenamiento que un país necesita para el conjunto de los hogares, los vehículos y la industria. Sencillamente, el litio es demasiado caro (y posiblemente no haya suficiente en toda la Tierra para cumplir esta función).
Actualmente existen varios proyectos para desarrollar baterías adaptadas a las necesidades de las redes nacionales de distribución eléctrica, como las basadas en iones de sodio, un mineral mucho más abundante que el litio.
Otra solución para almacenar energías renovables consiste en el bombeo: se trata de utilizar la electricidad excedente en la red para devolver el agua que dejan pasar las presas a cuyo embalse proviene. Sin embargo, este eficiente método está condicionado por los recursos hídricos de los que dispone un país (y que son escasos en el caso español).
Sin embargo, de momento estamos todavía muy lejos de poder aspirar a tener un 100% de la producción eléctrica proveniente de fuentes renovables.
Europa entera sufre una verdadera fiebre por instalar más y más infraestructuras de generación de electricidad mediante recursos renovables Share on X