Una de las características de la Sociedad Desvinculada en la que vivimos, radica en sus crisis continuadas, irresueltas, donde la última desplaza a la precedente en nuestra percepción, pero todas siguen vivas y actuantes. Ahora la inflación y la guerra de Ucrania centran toda la atención, pero sigue ahí la crisis climática, para situar una de las más importantes. Forma parte de una ruptura mayor, la de la solidaridad entre generaciones, que hace que vayamos descargando sobre la gente joven, hijos y nietos, una pesada losa fruto de nuestras acciones.
La crisis del clima posee dos exigencias. Una es cómo evitar que siga aumentado la temperatura, y las medidas, más bien insuficientes constituyen lo que llamamos transición energética, y que ahora son profundamente contradictorias,.
Pero hay otra exigencia: paliar los daños materiales y humanos que la crisis ambiental viene provocando. No se trata solo de evitar que se acentúe el daño en el futuro, sino de dar respuesta al que ya ocurre en el presente, y en esto la inanidad por parte de los poderes públicos es escandalosa.
Lo sucedido este verano sirve como urgente recordatorio y para exigir con urgencia unas políticas públicas adecuadas.
Los daños vividos y por venir
Es necesario empezar por reconocer que llegamos muy tarde. La primera vez que tuve ocasión de conocer una previsión sobre el cambio climático para Cataluña fue en 1987. Era un modelo que hoy nos parecería simple, pero ya señalaba los principales rasgos de lo que estaba por venir. Han transcurrido casi cuatro décadas, hay montones de papel escrito, funcionarios y contratados trabajando, y nada se ha hecho. Bueno sí, Colau cuelga carteles en las puertas de los parques de Barcelona informando de que se trata de un “refugio climático”…
Es urgente adoptar medidas porque, aunque consiguiéramos detener súbitamente las emisiones de los gases de efecto invernadero, que no es el caso ni de lejos, las consecuencias de lo que ya ha sucedido son peligrosas, especialmente para nuestro país por su situación geográfica. Necesitamos con urgencia poderosas políticas desde la ciudad a la Unión Europea, pasando por la comunidad autónoma y el estado, dirigidas a paliar daños y protegernos de las consecuencias de la transformación climática.
Constato algunas evidencias: las muertes por calor en julio y agosto fueron en España 3.833 y más que triplicaron la cifra de 2021. Al mismo tiempo, la Agencia Estatal de Meteorología (AEM) nos advierte que las características de este estío se repetirán con frecuencia. El fenómeno del ciclón tropical Hermine, que llegó a Canarias a finales de septiembre, es algo raro y dañino, pero que puede repetirse. Constituye todo un signo del nuevo escenario.
En Catalunya hemos tenido una temperatura 3,5°C sobre la media. En el Baix Ebre y el Priorat, dos comarcas del sur, el 12 y 13 agosto se alcanzaron unos insólitos 43°C, y en el Observatorio de Les Corts, un barrio de Barcelona, este verano estuvieron 40 noches por encima de los 25°C. En estas condiciones, más la variable de la humedad, que empeora la sensación de calor, dormir resulta una tarea imposible sin pagar por el aire acondicionado o por una instalación adecuada de ventiladores.
Nos encaminamos a veranos con temperaturas próximas a los 50°C para medianos de este siglo (y recuerde que se miden en la sombra), y lo que hemos vivido este verano será normal en el futuro. Es lo que sostienen la AEM y otros expertos. La temperatura aumentará entre 2°C y 2,5°C por encima de la media habitual del verano. Se produce además un descenso moderado de las precipitaciones entre un 5 y un 10%. Pero lo peor será su carácter torrencial, mucha lluvia en poco tiempo, mucho más difícil de aprovechar e incluso dañina. El cambio también significa que los periodos de sequía serán más frecuentes y que ya no será propio del clima Mediterráneo la certeza de lluvias importantes en primavera y otoño. Y esto, obviamente, afecta de forma grave a la agricultura. En definitiva, las olas de calor y frío, las sequías, las inundaciones y los incendios forestales muy extensos no serán novedad. Y lo más grave de todo: aumentará la mortalidad. Para el 2050 pueden triplicarse las muertes por calor.
La mayoría de la población española parece compartir la alarma: el 71% considera que los efectos del cambio climático en la zona donde vive han sido graves o muy graves y, es junto con Italia y Hungría, uno de los tres países que presentan un mayor convencimiento. Asimismo, el 82% considera que irá a peor en la próxima década, y un 46% considera probable o muy probable que tenga que cambiar su residencia a causa del cambio climático. Solo un 29% tiene esta opinión en el conjunto de la Unión Europea. Estos son los resultados de la encuesta de Ipsos realizada entre julio y agosto, bajo la presión de un clima adverso.
Lo que debe preverse
Las políticas públicas deben abordar hechos de este tipo:
- Los riesgos para la salud crecen, sobre todo en los niños y en la gente mayor. Esto sucederá en una sociedad muy envejecida en la que los nacimientos se han convertido en un hecho extraordinario.
- Significa, asimismo, que la productividad se verá afectada negativamente. La temperatura media óptima anual desde el punto de vista productivo, y me refiero al clima al exterior, está situada en 13°C que corresponde aproximadamente a la temperatura media de Francia. Estaremos muy lejos de este registro, sobre todo en el Mediterráneo y la España interior.
- Dispondremos de menos agua y en peores condiciones. La evapotranspiración será mucho mayor y, por tanto, la exigencia hídrica de los cultivos y la agricultura de secano serán en gran medida inviables. Esto afectará no solo a los cereales, sino también al almendro y al olivo. Solo se mantendrán aquellos cultivos que puedan recibir en cantidad y tiempo un poco de agua de riego de soporte. Y la sequedad de los bosques, con todo lo que ello comporta, será más grande. Abundarán los incendios forestales y la burbuja de calor de las ciudades convertirá a Barcelona (con la agravante de su humedad), a Madrid y a otras grandes poblaciones en verdaderos infiernos. Pero lo peor serán las noches tórridas. Las lluvias serán mucho más torrenciales e incluso peligrosas, entre otras razones porque el Mediterráneo, que este verano y en las aguas de Tarragona ha alcanzado los 30°C, se transformará en una bomba por la energía acumulada, de manera que abundarán los fenómenos meteorológicos más extremos.
- También deben considerarse los efectos indirectos de la emergencia climática, como la propagación de enfermedades insólitas.
Por todo ello, la emergencia climática es una crisis de salud pública.
Todas estos daños se traducirán de manera desigual según territorios y grupos sociales y de edad, y acentuará las desigualdades sociales.
A pesar de todo ello, no existe ninguna previsión adecuada al desafío en los Presupuestos del Estado, ni en las demás administraciones. En conjunto abundan las declaraciones en caliente, y el postureo, y la ausencia de medidas.
La Covid-19 avisó, pero tarde, y nos fue muy mal. En el caso del daño climático, el aviso está lanzado y el aumento de muertos y de costes económicos a la vista de todos. ¿Qué más hace falta para que los poderes públicos actúen?
Artículo publicado en La Vanguardia