A partir de la caída del líder populista británico, Boris Johnson, principal impulsor del Brexit, dimitido como líder del Partido Conservador y primer ministro, las relaciones entre la UE y el Reino Unido podrían iniciar una nueva época.
Algunos analistas internacionales han manifestado irónicamente que debería estar prohibido que un líder como Boris Johnson, “que tanto ha mentido y que tanto daño ha hecho en su país”, dimita. “Todas las constituciones de los países democráticos del mundo deberían estipular que si los electores cometen la insensatez de dar una amplísima mayoría absoluta a un individuo vago, mentiroso, irresponsable, mujeriego y charlatán, y que además lo han hecho a pesar de tener pleno conocimiento de la bajísima categoría moral del interfecto, como así hicieron los británicos en 2019, después aquellos electores deberían quedar naturalmente condenados a cargar durante la integridad de la legislatura con las consecuencias de haberlo elegido”.
Según otros analistas, en cambio, seguirle soportando un minuto más habría sido insufrible: “Su impresentable populismo político fue decisivo para el Brexit y el Brexit duro, dos de las decisiones más autodestructivas de la historia británica, una verdadera tragedia para el Reino Unido, y su populismo personal se ha hecho simplemente insoportable.
También se han escrito cosas positivas sobre su dimisión, empezando por el hecho de que se haya producido sin haber cometido ningún acto ilegal
También se han escrito cosas positivas sobre su dimisión, empezando por el hecho de que se haya producido sin haber cometido ningún acto ilegal. A Johnson se le han lanzado muchas acusaciones y se le han reprochado muchas conductas, con fundamento de causa, pero no se le ha imputado judicialmente ni ha sido condenado por nada en concreto, «por lo menos de momento». Lo han echado porque ha perdido el apoyo de su partido, sobre todo, por falta de ética. Mucho alcohol, frenesí, extravagancias y fiestas prohibidas durante la pandemia. Importante lección para políticos de otros países, envidiosos que los partidos políticos británicos tengan la libertad y la capacidad de poner contra las cuerdas a sus propios primeros ministros.
Para entender por qué en un país tradicionalmente conocido por el respeto al estado de derecho y la mano dura contra la corrupción se hayan tolerado los abusos institucionales y éticos de Boris Johnson durante casi tres años, hay que mirar hacia atrás, junio de 2016, cuando tuvo lugar el malogrado referéndum del Brexit.
Aquel referéndum fue una victoria de la prensa nacionalista de derechas -Daily Mail, Telegraph y prensa de Murdoch en general- tras décadas de durísima campaña mediática, a menudo falseada, contra la UE. La prensa británica puede ser extremadamente feroz y es muy poderosa. En parte porque está en manos de grandes magnates y de ahí que su subsistencia económica no depende directamente ni indirecta del poder político. Como el Reino Unido no tiene una Constitución escrita y actúa a menudo por convenciones, el control político por parte de la prensa es muy importante.
Desde la victoria del Brexit, todo el esfuerzo de aquella poderosa prensa no se centró en controlar el poder político sino en conseguir que el país percibiera “su“ Brexit como un gran éxito. Por eso, en lugar de controlar Boris Johnson, el gran abanderado del Brexit, se dedicó a protegerlo. En lugar de denunciar sus mentiras, las amplificó. En lugar de criticar sus abusos, los cubrió. Y así el clown (payaso), según portada de The Economist, ha podido durar hasta tres años como primer ministro.
La caída del populista Boris Johnson es un fenómeno político importante que debe enmarcarse en un fresco histórico.
Desde principios de los años ochenta del siglo pasado, la ortodoxia thatcherista de austeridad, prudencia monetaria y rigor fiscal, de libre mercado y un Estado pequeño con pocas regulaciones y los impuestos más bajos posibles, ha sido el abecé de los conservadores británicos. Un dogma de fe que incluso los gobiernos laboristas de Tony Blair y Gordon Brown asumieron parcialmente, privatizando incluso aspectos de la sacrosanta y deteriorada sanidad pública británica. A este mandamiento thatcherista de la economía se unió en 2016 el Brexit, con su idea de control de la inmigración y las fronteras, de ruptura con “la burocracia de Bruselas”, con la idea de desarrollar un modelo inspirado en la tradición mercantil inglesa de carácter global.
Pero la pandemia, los precios galopantes de la energía a consecuencia de la guerra de Ucrania, la inflación y la crisis del coste de la vida han hecho tambalear los dos pilares de la economía según los tories (conservadores), el partido de Johnson: el thatcherismo y la interpretación del Brexit. Pese a su ultraconservadurismo, Johnson se vio obligado a aparcar los principios thatcheristas y gastar 500.000 millones de euros durante la pandemia, así como subir impuestos para financiar el gasto contra el virus y las ayudas para compensar el coste de la energía y parchear la desastrosa sanidad pública. La conversión hacia un Estado grande, de impuestos a la escandinava, deuda pública descontrolada y servicios públicos cada vez más deteriorados, chocaba frontalmente con lo que se suponía que debía ser el Brexit (menos tasas, menos regulaciones, más comercio).
Estaba ocurriendo exactamente lo contrario de lo prometido. Las exportaciones y las importaciones caían en picado, sobre todo con la UE, llegaron más inmigrantes que nunca (principalmente asiáticos), pero muchos europeos no volvían de sus países después de la pandemia y había casi dos millones de vacantes en el sector de la hostelería y el transporte que afectaban a hoteles y restaurantes, hacían que faltaran camioneros y conductores de Uber. Los preceptos de Thatcher y la idea original del Brexit habían sido aparcados mientras la crisis se agudizaba y el Gobierno iba a la deriva.
En el primer aniversario del acuerdo del Brexit con la UE, diciembre de 2021, había poco que celebrar en Reino Unido. Eran cada vez más evidentes los perjuicios que el Brexit estaba causando en la economía británica. Mientras, Johnson gobernaba en medio del caos y la confusión y, naturalmente, negaba la deriva del Brexit.
Junto al fracaso interior, estaba también el fracaso exterior, especialmente en lo que se refiere a las relaciones con la UE. En otoño de 2020, Johnson quería hacer trampas con Bruselas. Quería romper la legalidad de lo convenido anteriormente. Pretendía aprobar una ley que violaba aspectos fundamentales del acuerdo de Retirada del Brexit sobre Irlanda del Norte. Lo hacía en contra de la opinión de, nada menos, que cinco ex-primeros ministros (Blair, Brown, Cameron, May y Mayor). Johnson pretendía tener el derecho de incumplir los pactos del Brexit para “proteger la soberanía e integridad económica y política del país” y “asegurarse de que el Reino Unido no resulta roto por una potencia extranjera que no negocia de forma racional sino extrema y absurda y pretende dictar cuáles son nuestras fronteras“.
Lejos de dar marcha atrás en la amenaza de incumplir un tratado internacional, decía que «todo el mundo debería apoyar mi propuesta, que tiene por objetivo presionar sobre nuestros interlocutores y convencerles de que deben hacer concesiones». Johnson se comportaba como un populista autoritario y tramposo, emulando a Trump, y ponía en juego las relaciones con la UE, la paz en Irlanda del Norte y el prestigio del Reino Unido. Bruselas abrió procedimiento de infracción por violar el acuerdo del Brexit. Johnson evitó el escrutinio y siguió estimulando el caos.
Después del Acuerdo con la UE, diciembre de 2020, continuó el marasmo del caso de Irlanda del Norte, la cuestión más importante de las muchas no resueltas con la UE. El gran problema era la “frontera dura” existente entre las dos Irlandas, que suponía el establecimiento de controles aduaneros en el Mar de Irlanda. El Acuerdo vigente estipulaba que Irlanda del Norte seguía vinculada al mercado único comunitario por lo que las mercancías que cruzaban ese territorio y el resto del Reino Unido debían pasar controles aduaneros en los puertos de la región, de forma que se asegurara de que la frontera entre las dos Irlandas siguiera siendo visible, elemento clave para el proceso de paz y la economía de la isla en su conjunto. Las dimensiones y las consecuencias del problema del Ulster iban mucho más allá. Eran y son de carácter político. En el fondo airea la temida posibilidad para los británicos de la reunificación de las dos Irlandas.
Las últimas palabras pronunciadas por Boris Johnson en la Cámara de los Comunes “hasta la vista, baby“ son representativas de lo que realmente es Boris Johnson: un gran showman.
Las últimas palabras pronunciadas por Boris Johnson en la Cámara de los Comunes “a la vista, baby“ son representativas de lo que realmente es Boris Johnson: un gran showman. Es el mejor representante de una casta de políticos salidos de Eton y Oxford, a quienes han enseñado, por encima de todo, oratoria y retórica. Boris es el líder de su generación de “pijos”. Es un gran actor que sale a escena, gesticula como un loco, hace extravagancias y desaparece pronto dejando un rastro de caos y desorden. Shakespeare habría podido hacerlo protagonista de alguna de sus obras. Boris Johnson deja el poder el próximo mes de septiembre, ya era hora, al mismo tiempo que su país recibe de su parte una herencia envenenada llamada Brexit.
Hay que impulsar una agenda más general para reiniciar la relación entre el Reino Unido y la UE.
«A ambos lados del Canal de la Mancha hoy sólo hay irritación y desinterés por el Brexit, pero la caída de Boris Johnson ofrece la oportunidad de cooperar en temas concretos y de crear un nuevo relato que supere el problema». Ésta es la tesis razonable que defiende el prestigioso analista británico Timothy Garton Ash. “Ya no se trata del Brexit. Ni, por ahora, de volver a entrar en la UE. Es posible que esto llegue a medio plazo, pero todavía no es el caso. Lo que ahora conviene es una nueva relación entre Reino Unido y la UE. No se puede mantener una relación sino con respecto al socio y menos si apenas se reconoce su existencia“. Conviene una cooperación sistemática con la UE en política exterior y de seguridad, defensa, inteligencia, medio ambiente, energía, política digital, inteligencia artificial, tecnología financiera y biotecnología. Reino Unido tiene mucho que aportar en todos estos terrenos. Hay que impulsar una agenda más general para reiniciar la relación entre el Reino Unido y la UE.
El líder del Partido Laborista, Sir Keir Starmer, por su parte, acaba de realizar propuestas concretas en materia de esta necesaria nueva relación, mientras no lleguen las que pueda hacer el sucesor de Johnson. Ha señalado áreas importantes de cooperación como las siguientes: volver a incluir la investigación académica y científica británica en el programa Horizonte de la UE; reincorporarse al programa de intercambio de estudiantes Erasmus; facilitar a artistas, deportistas y otros profesionales la posibilidad de trabajar en ambos territorios; en resumen tratar de contrarrestar el preocupante deterioro de los vínculos personales entre el Reino Unido y la UE.
convendría considerar y ver las posibilidades que ofrece la reciente propuesta del presidente francés, Emmanuel Macron, de crear una “Comunidad Política Europea” más amplia, de la que podría formar parte el Reino Unido
Cabe decir que también convendría considerar y ver las posibilidades que ofrece la reciente propuesta del presidente francés, Emmanuel Macron, de crear una “Comunidad Política Europea” más amplia, de la que podría formar parte el Reino Unido. Allí estarían los países candidatos y futuros candidatos a la UE como Ucrania, Moldavia, Macedonia del Norte y Albania, junto con otros países que no son miembros de la UE, como Noruega, Suiza y Reino Unido. Se trata de un ejemplo de una Europa de geometría variable y velocidades de integración distintas.
Importante lección para políticos de otros países, envidiosos que los partidos políticos británicos tengan la libertad y la capacidad de poner contra las cuerdas a sus propios primeros ministros Share on X