Una de las causas de la caída del debilitado Imperio Romano fue la presión de las tribus bárbaras en sus fronteras exteriores.
Para hacer frente a unas intrusiones cada vez más numerosas, Roma pagaba a las tribus fronterizas para evitar que otras venidas de más allá penetraran en las provincias de su imperio.
Una estrategia que acabó por no funcionar. Espoleados por invasiones y movimientos masivos de población en lugares tan lejanos como Asia Central, los bárbaros saquearon la capital varias veces y el poder imperial se acabó desintegrando .
A esta presión se le sumaron otros factores de corte interno: primeramente, unas instituciones centrales debilitadas. La crisis de los emperadores principalmente, pero también la pérdida de poder del Senado.
Y en segundo lugar, una ciudadanía sumida en la apatía: tanto las élites como otros ciudadanos romanos (lo que quizá se podría considerar el equivalente de la clase media actual), privadas de papel político y escépticas con su propia religión, se acomodaron y cayeron en el conformismo.
En estas circunstancias, no parece exagerado pensar que perdieran la fe en el sistema romano, a pesar de las mejores condiciones de vida de la antigüedad que muchos de ellos disfrutaban.
Reunido este puñado de factores externos e internos, la caída definitiva del Imperio Romano de Occidente era cuestión de tiempo.
La tentación de establecer un paralelismo entre la situación actual de Europa y el descalabro del Imperio Romano es irresistible Share on XVolviendo a la Europa actual, la tentación de establecer un paralelismo entre su situación y el descalabro del Imperio Romano por esta combinación de factores internos y externos es irresistible.
De entrada, los factores externos son objetivos e inapelables: la presión migratoria que sufre Europa va en constante aumento. Más allá de las estadísticas que señalan una reducción a corto plazo del número de entradas ilegales y de demandantes de asilo desde la crisis de 2015, hay que tener en cuenta dos hechos clave.
El primero, que Europa está rodeada en el sur de países pobres e inestables (Norte de África y África subsahariana), y en el sureste y el este de una combinación de países en situación similar y de regímenes que han descubierto que pueden obtener mucho de la UE haciendo todo tipo de presiones, como energética (Rusia) o migratoria (Turquía).
Todo apunta a que en el futuro los motivos para que la población de muchos de estos lugares intente llegar a Europa irán haciéndose cada vez más poderosos: por un lado, los efectos del cambio climático, que los expertos coinciden en señalar que afectarán mucho más a Oriente Medio y África que a Europa; por otro, las tendencias políticas y económicas de estas regiones, que no auguran nada bueno a medio plazo.
El segundo hecho, muy revelador de la amplitud del problema, es la reciente extensión de este fenómeno a una frontera remota. Estamos hablando de la línea que separa a Polonia y Lituania, estados miembro de la UE, de Bielorrusia. Enviando a miles de inmigrantes irregulares hacia la frontera comunitaria, el régimen de Minsk ha demostrado ser un alumno aventajado de la Turquía de Erdogan.
A estas alturas todo el mundo sabe que para presionar a Europa sólo hay que dejar que una columna de inmigrantes se acerque.
Los factores internos de la crisis de Europa pueden ser algo más difíciles de percibir, pero son mucho más graves.
Las instituciones de Bruselas nunca han terminado de cuajar entre la ciudadanía de los 27 estados miembro de la UE. Pero sí existe una crisis de confianza bastante extendida hacia los poderes públicos en todo el Viejo Continente, afectando desde las instituciones europeas hasta las municipales.
En cuanto a los valores y actitudes de los europeos, el conformismo de una población acostumbrada a la satisfacción inmediata de sus necesidades y deseos, y que la mayoría ya no ha conocido ninguna guerra, es bastante evidente.
Incluso las nuevas generaciones que sufren el llamado “estrés climático” mantienen una actitud ambivalente, siendo las principales consumidoras de productos de la fast fashion y de pedidos a domicilio de todo tipo, enormemente contaminantes.
Una cultura no es más que el conjunto de anotaciones a pie de página de una religión
Respecto a la religión, sólo hay que considerar que el Parlamento Europeo rechazó en 2005 algo tan básico como el reconocimiento de las raíces cristianas de Europa.
En nuestra Europa secularizada es particularmente importante no perder de vista lo que un pensador francés afirmó una vez: que una cultura no es más que el conjunto de apuntes a pie de página de una religión.
Como los romanos de la antigüedad, los lazos que unían a los europeos a su sistema de valores están en plena crisis se mire desde donde se mire: en ambos casos se puede hablar de sociedades desvinculadas.
Los poderes públicos europeos actuales de todos los niveles, que está claro sufren el mismo problema que la ciudadanía, son sólo capaces de aportar respuestas cortoplacistas tanto a los desafíos internos como externos.
Como el Imperio Romano en decadencia, Europa confía en frenar los flujos de inmigración antes de que entren dentro de las fronteras. Como en aquella Roma tardía, las sociedades europeas están tan desguazadas y divididas que si el “problema exterior” entra en contacto con el “problema interior”, el resultado será sálvese quien pueda.
Pero el caso de la Roma clásica nos muestra que la unión de estos dos desafíos, interior y exterior, es ineludible. Por tanto, en vez de seguir haciendo el avestruz, más nos valdría recuperar nuestras raíces y partir de ellas para regañar nuestra cohesión y vigor. Sólo entonces será Europa capaz de dar respuesta eficaz y humana a las futuras crisis migratorias.
Evidentemente, el contexto de la caída del Imperio Romano por su doble crisis y la situación actual de Europa presentan tantos puntos en común como diferencias que este artículo no trata. Pero uno de los usos prácticos de la historia es precisamente ofrecer pistas para interpretar el presente y contribuir a dar respuestas más pertinentes a los problemas actuales.