La zona euro está de nuevo atrapada en la recesión. Comparado con el desempeño económico de los otros continentes, se trata de un fenómeno anormal, que debería preocupar, y mucho, a nuestros dirigentes.
En concreto, el PIB europeo retrocedió un 0,6% respecto a los tres últimos meses de 2020, durante los cuáles ya había perdido 0,7 puntos porcentuales en comparación al trimestre anterior.
Las cifras son particularmente malas comparadas con las de las otras dos principales economías del mundo: Estados Unidos creció un 1,6% en el primer trimestre del 2021, y China lo hizo en un 0,6.
Al menos una parte de esta diferencia se puede explicar por las medidas restrictivas impuestas por los gobiernos europeos para hacer frente a la tercera ola de la pandemia.
Si embargo, con una mirada más profunda, Europa está mostrando signos de una fatiga que no puede explicarse solamente por la pandemia de Covid-19.
En primer lugar, si las medidas han sido más estrictas (y también caóticas), es porque los países europeos siguen vacunando a un ritmo claramente inferior al de los Estados Unidos o Reino Unido. Ello demuestra una flagrante falta de medios materiales y de capacidades organizativas.
En segundo lugar, la lentitud de la vacunación en Europa se explica también porque ninguno de los países de la Unión Europea ha sido capaz de producir con éxito su propia vacuna, dejándonos a merced de aquéllos que sí la han conseguido. Se trata de una derrota flagrante para la ciencia y para la industria europeas.
En tercer lugar, hay que considerar que la vacunación masiva no es la única estrategia posible para aplastar la epidemia. China y otros muchos países asiáticos han reducido virtualmente a cero sus contagios imponiendo medidas estrictas y haciendo que sus ciudadanos las respeten. En Europa este modelo se ha demostrado imposible.
¿Si la sociedad europea responde con tal flaqueza ante un virus tan poco mortífero, cómo lo hará ante una crisis realmente grave, como una guerra?
Claro está que las culturas y los valores asiáticos y europeos difieren, pero la falta de disciplina y de constancia que tanto gobiernos como ciudadanos europeos han demostrado nos ha dejado en evidencia. ¿Si la sociedad europea responde con tal flaqueza ante un virus tan poco mortífero, cómo lo hará ante una crisis realmente grave, como una guerra?
En el campo estrictamente económico, es cierto que las previsiones para el futuro a medio plazo son más optimistas. El Banco Central Europeo prevé que a finales de año el PIB de la eurozona haya aumentado un 4%, y que la economía recupere su nivel previo a la pandemia el año que viene.
No obstante, es de nuevo la comparación con las otras potencias la que debería preocupar. Estados Unidos recuperará dentro de pocas semanas el PIB que tenía a comienzos de 2020, y China ya lo ha hecho.
El retraso europeo será muy difícil de recuperar. Más aún si se tiene en cuenta que las empresas europeas despuntan cada vez menos en los vectores clave de crecimiento, como la electrificación automóvil, las tecnologías vinculadas al hidrógeno, los superconductores, la electrónica, la tecnología espacial o la inteligencia artificial.
El panorama es aún más preocupante si miramos más allá de la economía. Europa ha demostrado que no sabe, o no puede, gestionar de forma común sus problemas internos más allá del mercado único.
Tanto Bruselas como las capitales europeas son incapaces de tomar decisiones de alcance estratégico. Parecen haber olvidado como gestionar nada que vaya más allá de lo cotidiano.
Bruselas, y cada uno de sus estados miembro, parecen agotados e incapaces de afrontar la tan necesaria reconstrucción económica y política
En este sentido, el fiasco de la Comisión Europea a la hora de organizar la compra de las vacunas fue muy revelador. También lo es su total incapacidad para armonizar algo tan básico como las restricciones de viaje entre los estados miembro.
La falta de concreción del gobierno español para determinar cómo usar los fondos de recuperación europeos, más allá de recurrir a tópicos como el “coche eléctrico” o la “transición ecológica” es igualmente pasmosa.
Bruselas, y cada uno de sus estados miembro, parecen agotados e incapaces de afrontar la tan necesaria reconstrucción económica y política.
Son malos augurios para el futuro. En un mundo post-Covid que se anuncia más competitivo y violento que nunca, se necesitarán nuevas y mayores energías para asegurar la paz y la prosperidad de los europeos. Ateniéndose a lo sucedido este último año, Europa no dispone de ellas.