Uno de los problemas que tiene la moderna sanidad es el extraordinario crecimiento de las superbacterias, aquéllas que han conseguido hacerse resistentes a los antibióticos a consecuencia del mal uso de los mismos. Los avances en la medicina permitieron detener, a partir de la penicilina, las enfermedades infecciosas responsables de una gran mortandad. Pero, progresivamente y sobre todo en los tiempos más recientes, el uso y abuso de este tipo de sustancia protectora, el antibiótico, ha terminado consiguiendo que existan variantes de bacterias inmunes a su acción. Y es ahí donde entra en juego la miel. Un reciente artículo de divulgación de la doctora en veterinaria de la Universidad de León, Patricia Combarros, tiene la virtud de recordar el potencial antibacteriano de la miel y situar los últimos conocimientos sobre ella.
Por un lado, el alto contenido en azúcar de varios tipos, sobre todo glucosa y fructuosa, y un bajo contenido en agua determina que la miel sea un medio poco favorable para la multiplicación de las bacterias, pero atención porque estudios realizados con miel artificial no han logrado los mismos efectos medicinales. La razón es la existencia en la miel natural de otros muchos componentes que acentúan esta capacidad antibacteriana.
Para empezar, el carácter ácido de este producto. En su composición se han identificado más de 32 ácidos orgánicos distintos (cítrico, acético, fórmico, málico, oxálico, …) que son desfavorables al crecimiento bacteriano. Además, existen otros compuestos minoritarios que actúan en la misma dirección. En concreto destacan los compuestos fenólicos que varían en función del tipo de miel y también, atención, el agua oxigenada, porque la miel lleva si no ha sido sometida a tratamientos térmicos. Es a partir de una reacción química de los componentes de la miel que se acaba produciendo una reacción de la glucosa que da lugar al ácido glucónico y al peróxido de hidrógeno, es decir, lo que conocemos por agua oxigenada y que tiene un potente efecto antibacterias. Y es que este producto tan natural es de una complejidad extraordinaria con componentes, cientos de ellos, que causan efectos específicos y simultáneos sobre los microorganismos. Ataca la morfología y la estructura bacteriana e incluso la puede romper, afecta al potencial de la membrana de la bacteria y, por tanto, sus funciones vitales de las bacterias, actúa sobre su metabolismo y sobre algunos de los mecanismos que precisamente la hacen resistente a los antibióticos.
En definitiva, ni la gripe ni la covid son bacterias , por tanto, no tienen respuesta con la miel. Pero ahora que se acerca el invierno es bueno que tengamos presente que podemos resistirnos a las agresiones bacterianas haciendo un buen uso de este alimento. Todo tratamiento con antibióticos debería incorporar la miel en su dieta habitual, si no tiene otras contraindicaciones médicas.