El XX Congreso del Partido Comunista Chino fija objetivos de supremacía tecnológica para 2035

En marzo de 2018 la Asamblea Popular Nacional de China rubricó un movimiento decisivo de Xi Jinping para llegar al poder absoluto: el fin de la limitación de dos mandatos presidenciales establecida por la constitución. Llegado a la presidencia de la República en el 2013, Xi habría tenido que abandonar su cargo al frente del país como máximo en el 2022, cumplidas dos legislaturas de cinco años. Pero la reforma de 2018 le permitía gobernar prácticamente hasta su muerte. Enterraba el sistema sucesorio que había instaurado el gran reformador Deng Xiao Ping (1978-1989), para evitar los excesos personalistas vividos durante el maoísmo. La reforma de 2018 abría las puertas a su heredero, el chiísmo.

Aquel movimiento de 2018 era el último de una larga lista de purgas y reformas para consolidar su figura al frente del poderoso Partido Comunista de China (PCCh).

Desde su llegada a la presidencia de la República en 2013, había iniciado una larga campaña contra la corrupción institucional que le permitió eliminar la disidencia interna en el partido; había reorganizado las Fuerzas Armadas para asegurar su lealtad (concepto que Xi prima por encima de los demás); y había reformulado el papel de China en el mundo, insuflando asertividad y promoviendo un nuevo nacionalismo.

Xi Jinping logró incluso incluir en la constitución su “pensamiento“, un listado de ideas bastante elaboradas durante sus años de segundo del presidente Hu Jintao, su predecesor (2002-2012). Xi considera esencial la cohesión del país, sólo alcanzable bajo el mandato único e incontestable del Partido Comunista, únicamente controlable por un solo hombre como él.

Lo que ocurrió en 2018 rubricaba el fracaso del pensamiento occidental sobre China. Durante décadas, las élites políticas y económicas europeas y americanas creyeron en la liberalización económica y política de China. Xi había entendido que, una vez asegurado el crecimiento y alcanzada la independencia económica desde la apertura a la economía de mercado, adoptada por Deng Xiao Ping en 1978, la puerta hacia la “liberalización” debía ser cerrada.

Cinco años después, acaba de clausurarse  en Pekín el XX Congreso del PCCh, que ha consagrado a Xi Jinping (69 años) como el líder más poderoso del país tras el fundador de la República Popular China (1949), Mao Tse Tung.

El actual jefe del Estado y secretario general del PCCh, además de presidente de la poderosa Comisión Militar Central, ha sido reelegido para un tercer mandato de cinco años al frente del partido, algo inédito desde los tiempos del Gran Timonel.

Xi Jinping ha colocado a sus fieles en la cúpula del partido, el nuevo Comité Permanente, y ha defenestrado a posibles rivales. El nuevo número dos es Li Qiang (63 años), secretario general del PCCh en Shanghái, muy vinculado a Xi, y previsible futuro primer ministro en sustitución de Li Keqiang, apartado del Comité Permanente y que en marzo dejará el cargo por jubilación. Las imágenes históricas de cómo el expresidente Hu Jintao era escoltado por unos bedeles fuera del congreso visualizaban el poder total de Xi, muy crítico con su predecesor, y tenían todos los aires de una purga política pública.

Li Qiang es un político popular en China. Su elección era  una muestra más de que Xi valora la lealtad por encima de otras virtudes. Los vínculos entre ambos vienen de dos décadas atrás, cuando Xi era secretario del partido de una provincia (Zheijang), de la que era oriundo su compañero. Su nombramiento rompe la regla no escrita de que todo premier debe haber sido antes viceprimer ministro.

Los cargos tres y cuatro del Comité Permanente son Zhao Leji (65 años) y Wang Huning (67 años), los dos únicos, junto con Xi, que repiten mandato. El primero ha dirigido la lucha anticorrupción, una campaña muy popular que ha servido a Xi para arrinconar a rivales, mientras que el otro es el principal asesor ideólogo del PCCh y apuesta por un Estado fuerte y centralizado. Los tres integrantes restantes son nuevas caras: Cai Qi (66 años), Ding Xuexiang (60 años) y Li Xi (66 años). La nueva composición ha dejado fuera al viceprimer ministro Hu Chunhua, único representante de la facción del expresidente Hu Jintao.

Tras el XX Congreso del PCCh, Xi impulsará aún más el culto a la personalidad, fruto de haber convertido el liderazgo colectivo en unipersonal, siendo sus consignas y directrices, dogmas de fe. Sus “pensamientos socialistas” introducidos en la Constitución china son de estudio obligatorio.

Xi Jinping basa su doctrina en imponer que el PCCh es la única forma capaz de dirigir el país, con él a la cabeza, por lo que no ha dudado en aplicar campañas anticorrupción, ha ejercido una férrea disciplina de partido, ampliado la censura en internet y priorizado la represión en regiones como Xinjiang y Hong Kong. Su perpetuación en el poder deja a China, hoy por hoy, sin un sucesor o delfín designado, lo que puede generar inestabilidad en el caso de su incapacidad o muerte súbita.

El XX Congreso ha aprobado por unanimidad su programa político.

El partido se compromete a salvaguardar la seguridad nacional y se fortalecerá al ejército. Las palabras de Xi no descartan el uso de la fuerza para incorporar a Taiwán a la soberanía china. La guerra comercial con Estados Unidos y la ambigua posición china sobre la guerra de Ucrania auguran una política más dura con Washington. Las grandes líneas del programa económico, caracterizado por su continuidad, son tres: cóvid cero, modernización y consecución de la autosuficiencia tecnológica y crecimiento “equilibrado” doblando la renta antes de 2035 (el “sueño chino“).

Pese a tanta unanimidad y celebración, Xi Jinping no ha podido ocultar las dificultades que confronta. Aunque la estricta política de cóvid cero ha reducido a las víctimas, sus efectos sobre la economía son catastróficos. Confinar Shanghái, la capital económica del país, con tanta severidad como se ha visto y se está viendo todavía, tiene costes importantes. La actividad industrial y el comercio marítimo han recibido un duro golpe, lo que supone un retroceso en el crecimiento anual del PIB. La aguda crisis del sector inmobiliario, con una influencia del 30% en el PIB, también ha agravado la situación. La caída de una economía global como la china, ahora condenada al aislacionismo, ha creado un malestar en una población cada vez más enojada por los confinamientos masivos de una estricta política anticovid que todavía se mantendrá.

A Xi Jinping le ha tocado lidiar con una economía en horas bajas, trazar un plan de salida para la política de cóvid cero y afrontar desafíos externos tan importantes como el aumento de la tensión con Estados Unidos. El crecimiento acumulado de los tres primeros trimestres del año en curso ha sido de sólo un 3%, pero el 24 de octubre China ha anunciado que su economía creció un 3,9% interanual en el tercer trimestre, más del que se esperaba. El dato refleja una notable mejora después de un segundo trimestre en el que sólo se expandió un 0,4% debido al confinamiento de Shanghái y otras urbes importantes. En cualquier caso, son cifras alejadas del 5,5% marcado como objetivo por las autoridades a principios de año.

El yuan se ha debilitado y las bolsas han reaccionado con fuertes caídas tras el cierre del Congreso del PCCh. Muchos economistas occidentales prevén un crecimiento lento del país, debido principalmente a que Xi se está centrando en el control del PCCh. Consideran que su ambición ideológica pone en riesgo el crecimiento.

Hace dos años, Xi Jinping presentó planes ambiciosos para ampliar la riqueza del país y cuadruplicar la dimensión de su economía en el horizonte 2035. Este objetivo requiere que la economía china crezca casi al ritmo de un 5% anual de media durante 15 años. Muchos economistas, de dentro y de fuera, creen que no podrá alcanzarse. Según un reciente estudio del Centro de Geoeconomía del Atlantic Council, un think tank con sede en Washington, a mediados de esta década China tendrá dificultades para mantener un crecimiento superior al 3% anual.

Al tiempo que el XX Congreso del PCCh, la UE celebraba una reunión informal del Consejo Europeo dedicada a revisar los vínculos con China para reducir su dependencia económica.

Desde 2019, la UE considera a China  un “rival sistémico“, pero también un socio fundamental para muchos debates como la lucha contra el cambio climático. La UE ha querido mantener un perfil propio ante Pekín en relación con una política más agresiva propugnada por Estados Unidos.

Los Veintisiete se propusieron en la reunión no repetir con Pekín los errores de la relación con Moscú. Las lecciones aprendidas con Rusia, cuando las dependencias adquiridas en el terreno energético se han convertido en material de chantaje, sumadas a la actitud cada vez más asertiva de la China de Xi Jin Ping, han llevado a la UE a redefinir su relación con Pekín.

El belga Charles Michel, presidente del Consejo Europeo declaró: “Hay una voluntad de evitar ser ingenuos, pero también de no embarcarnos en una confrontación sistemática. Tenemos nuestro propio modelo para construir la relación con China“. La receta europea reposa sobre el acuerdo para  desarrollar  una  “autonomía estratégica” que evite dependencias en sectores económicos clave, al tiempo que “diversificar” las alianzas con el resto del mundo. Según la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen, “tenemos que prestar atención a nuestras dependencias; hemos aprendido la lección sobre la dependencia excesiva de Rusia en combustibles y lo difícil pero necesario que es deshacerse de ellos”.

El eje de la discusión de los líderes europeos fue un documento presentado por el Alto Representante Josep Borrell, en el que se avisaba de la “creciente asertividad” de Pekín en la escena internacional, que obliga a la UE a “revaluar su relación y asumir que la competencia entre el modelo económico europeo y la alternativa china será más agresiva en el futuro”. Borrell ya lo había expuesto con crudeza en una reciente reunión con sus Embajadores en todo el mundo: “la UE se equivocó confiando su bienestar económico al gas barato de Rusia y al comercio con China, y debe asumir que este mundo ya no existe y prepararse”.

Pese a que la coordinación con Estados Unidos es imprescindible, la UE se propone desarrollar un modelo propio que no depende de romper lazos con Pekín, como sí querría Washington, y no cambiar la dependencia china por una estadounidense. “No hay voz relevante en Europa que apueste por la deslocalización. Nadie dice que no debemos exportar, que no debemos invertir, que no debemos importar de China“, matizó el canciller alemán, Olaf Scholz, que en breve tendrá que decidir sobre la entrada del gigante chino COSCO en el puerto de Hamburgo, una cuestión que es motivo de  tensiones en el seno de la coalición que gobierna Alemania. COSCO ya está presente en el puerto griego del Pireo. Scholz  se distancia de colegas que temen que Alemania tropiece de nuevo con la misma piedra, la de la dependencia excesiva, antes de Rusia y ahora de China.

Por su parte, Macron declaró que «en el pasado hemos cometido errores estratégicos con la venta de infraestructuras en China», en alusión a la crisis financiera de 2008, que forzó a Grecia a aceptar la entrada de capital chino en sectores críticos. Pedro Sánchez, por su parte, defendió la idea de “articular una política exterior mucho más inteligente, creando puentes hacia América Latina y África, diversificando las relaciones económicas y comerciales, siendo conscientes de que la dependencia en algunos elementos nos hace vulnerables“.

Xi Jinping nació en Pekín en 1953, hijo de Xi Zhongxun, exviceprimer ministro de China y uno de los fundadores de la guerrilla comunista que operó en el norte de China contra el Kuomintang de Chian Kai-Shek. El padre de Xi fue un revolucionario compañero de armas de Mao Tse Tung.

Durante la Revolución Cultural fue enviado a trabajar al campo, después estudió ingeniería química en la prestigiosa Universidad de Tsinghua, en Pekín, donde también obtuvo el doctorado en teoría marxista y en educación ideológica y política en la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales. Entró en el Partido Comunista de China en 1974. En 2007 fue nombrado miembro del Comité Permanente del Buró Político del Partido Comunista.

Gideon Rachman acaba de publicar un libro titulado “La era de los líderes autoritarios. Cómo el culto a la personalidad amenaza la democracia en el mundo“. Putin es presentado como el arquetipo de los líderes autoritarios y figura como el primero analizado en el libro. Vienen luego Erdogan y Xi Jinping. El líder chino es considerado por el autor como el prototipo de culto a la personalidad. También afirma estar obsesionado por la caída de la URSS. “Xi no cree que la caída de la URSS sólo se debiera a los errores de los líderes soviéticos. Él cree que Occidente está impulsando este tipo de proceso de forma deliberada con la difusión de ideas liberales subversivas, y está decidido a evitar que esto se reproduzca en China”.

El profesor del IESE, Pedro Nueno, fundador  de la escuela de negocios de Shanghai China Europe International Business School (CEIBS), le conoce personalmente y ha escrito sobre él lo siguiente:

«Xi Jinping acaba de ser nombrado para un tercer mandato para dirigir China. Es bastante evidente que los chinos están de acuerdo con su continuidad. Si no lo estuvieran, ya habría manifestaciones de protesta. He tenido ocasión de reunirme personalmente dos veces con Xi Jinping. Me sorprendió lo clara que tenía la estrategia de gobierno. Quería reducir la pobreza en las zonas menos desarrolladas de China, mejorar la sanidad y la educación, estimular el desarrollo tecnológico y abrir más el país, facilitando la salida de empresas chinas y la entrada de empresas internacionales. Quería buenas relaciones exteriores, principalmente con Estados Unidos, la UE, Rusia, Japón y todo el sur y este de China. China no quiere guerras y ni Hong Kong ni Taiwán son las prioridades de Xi Jinping, que para él son naturalmente chinas, pero si Hong Kong y Taiwán se declaran países independientes, China no tardará ni cinco minutos en aclarar que son de China. Si se hacen las cosas bien no hay problemas con la China de Xi Jinping. En CEIBS nos sentimos muy cómodos trabajando en una escuela internacional de dirección de empresas en China bajo su presidencia. En el último ranking internacional de escuelas de negocios somos el número dos del mundo. Tenemos profesores, alumnos y personal de todo el mundo. Nunca hemos tenido limitaciones en lo que hemos organizado”.

Profesores del CEIBS están convencidos de que China quiere seguir manteniendo una buena relación con Europa. “China seguirá viniendo a Europa con la cartera llena para adquirir tecnología, no existe en el mundo un sitio más fácil para hacerlo. Europa no debe perder de vista el gran objetivo de China en el horizonte 2035: llegar a la supremacía tecnológica mundial”.

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