El Gobierno de Sánchez ha declarado algo que está de moda: la emergencia climática. Hay que ver cómo termina todo esto en concreto, pero al menos sirve para mostrar una señal de alarma.
Pero, por esta misma lógica debería establecer otra emergencia: la educativa, porque la situación expresada en datos es que el sistema de enseñanza español es desastroso y se sitúa a la cola de los países europeos.
España debe observar con preocupación, incluso con vergüenza, como países que destinan muchos menos recursos a la enseñanza obtienen mejores resultados. Es el caso del vecino Portugal, que ya nos supera en muchos aspectos, y sobre todo es el ejemplo de Polonia que ha conseguido situarse entre los países que mejor resultados obtienen.
En lugar de preocuparse por esto, la ministra de educación dedica su atención a aspectos tan secundarios como el llamado pin parental. No solo eso. También defiende la capacidad de educar de las escuelas, cuando la práctica demuestra que ni tan solo pueden desempeñar su cometido esencial qué es el de enseñar, instruir. Porque la tarea de educar con plenitud solo pueden desarrollarla los padres que son quienes mejor conocen o deberían conocer a sus hijos.
Y aquí es donde se produce una de las quiebras principales del sistema: el déficit educativo de los padres que traspasan el peso muerto a los centros escolares que, lógicamente, son incapaces de absorberlo. El resultado son aulas donde una buena parte del tiempo el profesor se dedica a conseguir el orden y el silencio necesario para poder instruir, porque los alumnos no vienen formados de casa para respetar, escuchar y aprender.
Un libro altamente recomendable de un profesor catalán “Devaluación continua”, de Andreu Navarra, dibuja un perfil estilizado de este tipo de lacras. Identifiquémoslas:
- Situación de los alumnos. Navarra presenta un panorama preocupante que afecta a una cuarta parte de quienes asisten a clase. Desde situaciones de desnutrición a la incapacidad de concentrarse de la generación que llama ciber proletariado, que carecen del éxito adecuado y que viven bajo un sistema diseñado que se desliza hacia la religión tecnocrática con menos contenidos y alumnos menos preparados. Afirma que: “estamos sirviendo a la tecnología y no la tecnología nosotros“. Son personas que no serán capaces de trabajar porque tienen la concentración secuestrada por las redes. No saben leer un contrato de alquiler de un piso, cuidar a sus mayores, criar a sus hijos. La pobreza y la miseria también están presente en algunos de ellos y esto afecta gravemente a su capacidad para el estudio. El profesor está exhausto, devorado por una burocracia para generar estadísticas que quita la energía mental para dar clase. Las patologías concentran la tensión de los profesores en las reuniones de evaluación e impiden pensar en contenidos. Se ha confundido al pedagogo con el terapeuta, y el debate sobre la inclusión ha olvidado que lo que de verdad falta incluir es la academia. Tanto es así que Navarra asegura que ellos y sus compañeros se alegran cuando encuentran algún libro de texto de segunda mano de los años 90 y lo compran como si fuera oro. Cuando la autonomía del profesor es respetada y la del centro también frente al pensamiento único, frente a las teorías panacea, el resultado mejora y cita el ejemplo de Portugal.
- El sistema. Está estresado por la propia sociedad de la que es espejo. Hay padres ausentes porque trabajan demasiado. Hay violencia. Hay muchos problemas mentales y hay una generación ausente por su concentración en las redes y su identidad virtual. Lo audiovisual está creando personas dependientes de satisfacer el placer aquí y ahora, cuando la vida es muy distinta, dice. Faltan profesores de apoyo y especialistas. El papel del ascensor social está fracasando y estamos creando guetos de personas sin futuro. También se produce el maquillaje de la ignorancia que practican los colegios para mejorar sus estadísticas.
En resumen. Todo es ruido, nadie piensa, nadie escribe, todo es tontería y eslogan y eso ha llegado a las aulas.
Más claro el agua: la ministra de Educación, María Isabel Celáa, y la de Igualdad, Irene Montero, harían bien, la primera en tomar el toro por los cuernos y abordar estas cuestiones, sin olvidarse de requerimientos por el pin parental motivado por algunas sesiones extraescolares. La segunda debería abandonar todo intento de introducir más ruido y confusión y dejar que profesores, escuelas y padres aborden con autonomía la enseñanza en primer término de sus hijos, y para ello recabar la tarea de los padres de educar a sus hijos.