Una de las grandes enseñas de la campaña electoral de Ada Colau en la primera legislatura, determinante para llegar a la alcaldía, fue la de luchar por una vivienda al alcance de todo el mundo. Lo que significaba promover la construcción de vivienda social y llegar a ejercer un cierto control en los precios del alquiler.
La construcción de viviendas ha sido hasta ahora exigua y no solo por un problema de recursos, sino también de capacidad de gestión. Pero es que además el precio del alquiler ha continuado escalando hasta límites estratosféricos, de forma que en la actualidad ya superan en mucho el máximo del boom en la ciudad de Barcelona, que se situaba en 813 euros al mes en 2008. Esta cifra ya fue superada en 2017 llegando a los 877,3 euros al mes, y la evolución ha continuado al alza de manera implacable hasta los actuales 956,5 euros al mes.
El aumento ha sido generalizado en todos los barrios de Barcelona, porque aquella cifra es el precio medio. Tres distritos la superan ampliamente: el Eixample (1.066,8 euros/mes), Les Corts (1.121,4 euros/mes) y Sarrià-Sant Gervasi (1.282,1 euros/mes). Otros tres distritos se sitúan por encima de la cifra de los 900 euros, concretamente Ciutat Vella (941,9 euros/mes), Gràcia (938,7 euros/mes) y Sant Martí (927,7 euros/mes).
Desde el año 2000, la ciudad ha sufrido un incremento del 134,3%. Y han sido los distritos de mayor renta Sarrià-Sant Gervasi y Les Corts donde la subida ha sido más moderada, 103,1% y 97,5% respectivamente. El mayor aumento se ha dado en Ciutat Vella, de forma que este distrito ha pasado de ser el que tenía los precios de alquiler más bajos en 2000 (325,2 euros/mes), por detrás de Nou Barris (330,9 euros/mes), a ocupar la cuarta posición justo por detrás del Eixample.
Se ha producido un proceso de gentrificación acelerado que no solo tiene que ver con el desplazamiento generado por los nuevos residentes, sino que está muy conectado al impacto de los pisos turísticos que han revalorizado la zona al considerarla “pintoresca”. Este resultado expulsa a la gente que vivía en ella y que precisamente se caracteriza por ser de las de menores ingresos de la ciudad.
Hay un fracaso municipal en estas dinámicas tan radicales y rápidas para lo que es el tiempo histórico de una urbe. Fracaso en la capacidad de contención, que seguramente era difícil de llevar a cabo, pero fracaso también en las medidas de paliación y de ayuda a la población afectada.
Ahora se ve claramente que la bandera que levantó Colau con la vivienda era demagógica, puesto que escapaba de las posibilidades del Ayuntamiento. Pero esto no invalida la crítica, que en todo caso es una crítica precisamente al uso de la demagogia para escalar posiciones políticas. Ni es excusa la dificultad para justificar la incapacidad de aplicar aquellas medidas, que si no resuelven el problema al menos atenúan sus aspectos más negativos sobre el conjunto de la población.